Rafael Utrera Macías

Querido José Luis:

Nuestra canción popular asegura: “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Por muy avisado que lo tuviera, no nos hacemos a esta situación en la que tu habitual presencia, física, intelectual, creadora, afectiva, se ha transformado en intemporal ausencia; sí, ya sé que siempre nos quedará tu obra y que a ella habremos de aferrarnos como vicaria de tu persona y que aquélla nos llevará a ésta y así sucesivamente como en repetitivo viaje de ida y vuelta.

Tu salud dio un giro tras la caída en el Museo Reina Sofía (en acto de servicio y en domingo), a cuyo Patronato pertenecías; superaste la situación con mucha paciencia y mayor valentía de modo que rehiciste tu vida para seguir trabajando afanosamente en la mayor parte de tus facetas profesionales. Posteriormente, un maldito cáncer ya no te dejaría nunca en paz; tu tozudez de buen aragonés emplearía denodados esfuerzos para combatir la implacabilidad de una enfermedad sin consideraciones para el enfermo, fuere éste espectador o cineasta.

Los medios de comunicación difundieron la noticia en el inicio de la tarde según había hecho saber la Real Academia Española de la Lengua, como miembro que eras de ella; esta entidad acababa de instituir un premio nacional que se otorgará, desde ahora, al mejor guión cinematográfico del año y que, naturalmente, llevará tu nombre.

En el día de tu despedida, Televisión Española te ha recordado ofreciéndonos Tata mía, precedida de unas seleccionadas informaciones tuyas sobre ciertos aspectos de la película. Durante su emisión, he permanecido atento a la pantalla, como si estuviera en una misa laica, degustando tu trabajo, de manera que asistía a las peripecias de los hermanos, en un piso o en el otro, en Madrid o en Aragón, mientras se agolpaban, en incontrolables flash-backs, los recuerdos de nuestra amistad, tan generosa por tu parte, que había empezado, precisamente en Sevilla, aquel lejano día de 1986, donde, acompañado por Carmen Maura presentaste la película en una vespertina sesión del Cine Cervantes.

En una comida previa, Carmen, con quien yo había coincidido años atrás en un programa de la Televisión Canaria, ejerció de enlace entre paisanos y foráneos para distender la conversación hacia terrenos en los que nadie optara por el silencio. Entre tú y yo, los temas preferentes discurrieron por distintos vericuetos relativos al cine español, a las características de tu obra, y a las relaciones entre cine y literatura; sobre esto, te pronunciaste una vez más rotundamente acerca de tu negativa a dirigir adaptaciones literarias (Celia sería la excepción) y películas del mal llamado “género histórico” (regla mantenida siempre). A partir de entonces, incluirías también a los perros como elemento prescindible por cuanto su intervención en Tata mía te habían costado un ojo de la cara, es decir, varios millones; ello no te impedía reconocer el excelente rendimiento interpretativo y narrativo que habías obtenido con los canes Ollie y Popea, una pareja de hermanos más junto a las de Tío Bordetas y Tata, Elvira y Alberto, Magda y Amelia, Cristina y Almudena, etc.

En la despedida te entregué unos libros en que se terciaban asuntos semejantes a los mantenidos en nuestra conversación. A los pocos días recibí carta tuya en la que confirmabas conocer tales volúmenes y, al tiempo, haber caído en la cuenta de quién había sido tu interlocutor. Desde entonces a acá no faltaron conversaciones telefónicas, tarjetas postales, visitas a Sevilla, etc., que fraguaron una amistad de la que yo fui el mayor beneficiario en función de tu gentileza, sabiduría, perfeccionismo artístico y otras virtudes que, de modo natural, derrochabas entre quienes te escuchábamos, amigos, compañeros, universitarios, espectadores, críticos, etc.

Poco tiempo después volvías por estas  tierras; la cita concertada en lugar y hora nos permitió hablar largamente de una de tus pesadillas como fue el accidentado rodaje de Río abajo en Estados Unidos y de las consecuencias económicas que  repercutían directamente sobre ti en cuanto productor de la misma; pero ello no te impedía mantener proyectos que, además de los cinematográficos, incluían publicaciones propias (“El caballero D´Arrast”,  “El amigo de invierno”) y ajenas (“La librería de Arana”, de Otaola, “Preparad la bolsa”, de Mac Liammóir, con prólogo de Orson Welles  ya que se trataba en ella el rodaje de su Otelo),  junto a la edición de revistas especializadas, caso de “Viridiana” (con excelentes estudios sobre películas clásicas norteamericanas, Vértigo, La diligencia, o contemporáneas españolas, Hola, ¿estás sola?, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto), como a la enseñanza de la escritura de guiones en centros docentes españoles (fundaciones, escuelas de cine, facultades, etc.) y extranjeros (el cubano San Antonio de los Baños, el norteamericano de Los Ángeles).

Precisamente, tus intervenciones en los cursos de cine organizados por la Universidad de Sevilla, nos permitieron gozar de tus inmensos conocimientos culturales y artísticos, donde los cinematográficos sólo constituían una parcela. Así, en el dedicado a Literatura y Cine (1989), que clausuraste con la conferencia “Espejo frente a espejo”, como en el monográfico a ti dedicado, “El cine de José Luis Borau” (1991), donde los especialistas en tu obra, Agustín Sánchez Vidal, Miguel Marías, Carlos Heredero, efectuaron un minucioso análisis de tu cosmovisión y filmografía al que tú mismo pusiste broche de oro explicando “la historia y anécdota” de la misma. Y años más tarde (2001), en la Fundación Aparejadores, junto a un grupo de especialistas, explicabas a los universitarios el funcionamiento del audiovisual español dentro de un programa etiquetado  como “Cine, arte y artilugios”.

En fecha más reciente (2008), el Festival de Cine de Sevilla y  el Centro de Iniciativas Culturales (Cicus) de la Hispalense, dirigidos por Javier Martín Domínguez y Concha Fernández, respectivamente, te eligieron como el mejor representante de nuestra cinematografía para recibir ese año el “Giraldillo de Oro” lo que conllevaba, al tiempo, organizar un seminario universitario sobre tu persona y tu obra.

Se celebró el mismo con las intervenciones de profesores y expertos, como Manuel Palacio (investigador de tus realizaciones para TVE) y Carlos Fernández (autor del voluminoso e imprescindible “Borau: teoría y práctica de un cineasta”), junto a escritores y amigos, como José María Conget y Maribel Cruzado (testigos directos de tus estancias culturales por Estados Unidos). Encomendarme la dirección de este evento fue para mi una gran satisfacción y, aún más, efectuar tu presentación en forma de “laudatio” (que el lector de CRITICALIA puede leer en este mismo apartado de la revista, bajo el título de Homenaje a José Luis Borau) en el Teatro Lope de Vega, previa a recibir el mencionado galardón.

Una nueva presentación se repetiría con ocasión del estreno de Leo (2000), cuyas características y relación con tu obra anterior explicaste a un nutrido grupo de periodistas en el vestíbulo del sevillano Cine Avenida. Luego, en confianza, nos comentaste el funcionamiento de la producción en España y cómo, en este caso, si en tres meses no habías amortizado en taquilla una determinada cantidad, acabarías en la cárcel. No era una exageración tuya sino la pura verdad. Afortunadamente, la sangre no llegó al río.

De tus intervenciones como actor también hemos sido testigos ocasionales. Durante el rodaje de Malaventura (1988), de Manuel Gutiérrez Aragón, te vimos actuar en las calles sevillanas. La secuencia filmada en el puente de Triana, junto a la  escalinata más cercana a la estatua de Belmonte, nos permitió comprobar en detalle cómo resolvías tu personaje de Alcántara con gesticulación y frases respecto a lo escrito en el guión; a la terminación de la misma nos reuniríamos contigo, cerveza en mano, Miki Molina, Iciar y Juan Sebastián Bollaín, junto a otros profesionales del rodaje.

Cuando veo, en Tata mía, pacífico o agresivo, a Miguel Rellán (Alberto en la película) no dejo de recordar que este actor hubiera sido para ti el elegido como intérprete del personaje Don Quijote ya que, según tu concepción del mismo, lo primero que debe tenerse es “cara de loco”  seguido, naturalmente, de la necesaria capacidad para interpretarlo.

De la misma manera, las historias de los hermanos, Alberto y Elvira, herederos  del general Goicoechea, de ese extraño personaje, Teo (Alfredo Landa), de la relación del militar con Tata (Imperio Argentina), y del contexto madrileño en el que los hechos se desarrollan, tienen unas raíces que se extienden hasta los años sesenta, como en alguna ocasión has comentado y, especialmente, en la sinopsis de un guión, según una idea tuya, titulado “Cinco veces grande”, que escribiste, allá por 1964, con Gonzalo Sebastián de Erice y Claudio Guerin Hill, resumen que encontré entre papeles y escritos de este último. A decir verdad, el paralelismo entre el texto citado y  la película es tan distanciado como divergente, aunque cierto tono y cierto ambiente sugiere un croquis de lo que, años más tarde, a través de guiones como “Mabel” y “Los pequeños herederos”, llegaría  a ser  esta Tata sin la cual Elvira ni puede secularizarse ni aspirar a la herencia que le corresponde.  

Leyendo u oyendo en estos días obituarios relativos a tu creadora personalidad, ejercicio de la profesión y cargos desempeñados, echo en falta una faceta de significativa importancia en tu currículum: la publicidad. Hay eslóganes que España entera sabía de memoria por más que desconociera quién los había inventado. Desde las empresas Clarín, Cinecorto y El Imán, desarrollaste una campañas que anunciaban las bondades de un agua, de un refresco, de un coñac, de un electrodoméstico; sería ingrato no citar entre tus creativos a Megino y Zulueta, luego singulares cineastas de la producción o de la creación.

Antes de que Elvira y Teo se acomoden en la tienda de campaña instalada en el salón de la casa, me percato de cómo han ido sonando las diferentes músicas de la película, en adecuada relación con los personajes; sobre todo, de tu travesura acústica cuando, para referirte al general y a su posicionamiento antifranquista, haces sonar el Cara al sol… con las notas interpretadas al revés…

¿Qué foto seleccionaría como representativa  de las actitudes sociales del ciudadano Borau? Aquélla que, tras criminales atentados terroristas, te presentaba, en ceremonia de la Academia, con las manos en alto y pintadas de blanco, mientras enérgicamente afirmabas que nunca, nadie, bajo ningún concepto, podía eliminar la vida de un semejante; sí, que nunca, nadie, bajo ningún concepto, podía eliminar la vida de un semejante…

Con mi recuerdo, recibe un abrazo de