Enrique Colmena

La concurrencia en la cartelera española de tres episodios de otras tantas series de ciencia-ficción y/o fantasía, “Star Trek (2009)”, “Terminator Salvation” y “X-Men Orígenes: Lobezno”, en todos los casos con notable éxito de taquilla y, de forma más irregular, de crítica, confirma la vigencia de la fórmula de las franquicias de estos géneros, en un tiempo como este azaroso final de década del siglo vigésimo primero, en el que el cine en su formato original (sala de cine a oscuras, pantalla gigante) se bate en retirada, sin cuartel de invierno en el que refugiarse, recurriendo, otra vez, a tan manidos recursos: las tres dimensiones, que la inventaron cuando no había nacido ni Almodóvar; o la acción a toda pastilla, apoyada en inventos técnicos como la infografía, que está convirtiendo el cine moderno en un inverosímil rosario de disparates visuales manifiestamente intragables.
A pesar de los pesares, estas tres series, de tan distinta etiología y diferente discurrir, aportan cosas nuevas a sus respectivas franquicias, y dejan abierta la puerta para que se sigan desarrollando historias en sus tan diversos universos. La aportación del innovador J.J. Abrams, el “terrible child” de la televisión americana hodierna, ha sido decisiva para el recauchutamiento de la saga de “Star Trek”, inventada a mediados de los años por Gene Roddenberry en una serie televisiva de culto, hoy revisada pasando piadosamente por alto sus muchas carencias presupuestarias y visuales, y que tuvo sucesivas aportaciones tanto en cine (hasta once capítulos, incluyendo este reciente de Abrams) y en televisión. Lo cierto es que el serial imaginado por Roddenberry se encontraba en ese momento incierto en el no parece haber ideas para continuar con la historia, y que J.J. Abrams lo desatasca por do mejor podía, por el principio, jugando con una de las constantes de la serie, el viaje en el espacio-tiempo, que siempre da tan buen juego, a pesar de que, como ya describió Einstein mediante la paradoja del astronauta, entrar en esa dinámica puede propiciar situaciones tales como encontrarte contigo mismo cuando eres un provecto anciano, visión que no se la recomiendo ni a mi peor enemigo, sobre todo si el vejestorio resulta tener las orejas puntiagudas…
Con “Terminator Salvation” la saga del exterminador (que hubiera sido una buena traducción para el original, cuando se inició allá en los años ochenta, si no fuera por el papanatismo que en este país nuestro existe con el idioma inglés) llega a ese momento anunciado en los tres segmentos anteriores, esa pesadilla en la que un ordenador dotado de inteligencia artificial, Skynet, toma conciencia de sí mismo y destrona al ser humano como cúspide de la Naturaleza, comenzando una guerra desigual entre la carne y el silicio. Contra todo pronóstico, el director McG, que hasta ahora nos había parecido más apropiado para versiones cinematográficas de espectáculos del Cirque du Soleil, se desmarca con una sólida visión, una apocalíptica mirada sobre el futuro del mundo, un universo devastado que por momentos recuerda visualmente a una de las obras mayores de 2008, “WALL-E”. Superior a la endeble “Terminator 3. La rebelión de las máquinas”, consigue salvar el peaje de perder a papá Schawarzie (ahora solemne “governator” de California), aunque, para no olvidarse de él, en plan icono, le dan un paseíto (en bolas, por cierto) a un clon virtual del austriaco más americano de la historia. Hay apuntes interesantes, como, de nuevo, la paradoja del astronauta, aquí nada menos que con un hombre que se encuentra con su padre, cuando éste es bastante más joven que él…
En cuanto a “Lobezno” (como de forma abreviada se conoce al cuarto segmento de “X-Men”), no alcanza la altura de sus predecesoras en la serie, aquejado de un problema de personalidad por parte del director (aunque, es cierto, ya se encarga Hugh Jackman de aportar su carisma y su guapeza para compensar); no obstante, es cierto que mantiene el tono de la serie en cuanto a escenografía, mitos (ese Cíclope rebanando un edificio como un queso con su mirada de fuego; ese Dientes de Sable de aspecto feroz como el felino prehistórico que le sirve de modelo) y cosmogonía. Su éxito en taquilla hace predecir, sin temor a errar, que no será el último episodio del serial, afortunadamente.
Así que volvemos al principio: se suele decir, con sesudos estudios preñados de datos estadísticos y argumentos variopintos, que en las épocas de crisis (y ésta que nos toca vivir ahora es la madre de todas ellas) es habitual que el cine de terror tenga gran predicamento, quizá para exorcizar los fantasmas de nuestros propios miedos tan reales; habrá que decir, tal vez sin tantos coeficientes ni ratios, pero sí con la certeza de la lógica, que también el cine de fantasía y ciencia-ficción, cuando vienen mal dadas para la sociedad, es un refugio perfecto para el espectador: nos ofrece otros mundos que no están en éste, los personajes tienen poderes especiales, bien por sus propias dotes o por mor de avanzadas tecnologías, y (casi) siempre las cosas salen bien (sí, justo lo contrario que en la vida real, ya lo sé…). De esta forma, parafraseando el dicho español, las penas con fantasía son menos. No seré yo quien afee semejante actitud: pocas cosas más humanas que soñar y, ¿qué es el cine, sino soñar despierto?