Rafael Utrera Macías

En artículo precedente de Criticalia, con ocasión del fallecimiento de Basilio Martín Patino, comentábamos su película El grito del Sur. Casas Viejas, perteneciente a la serie “Andalucía, un siglo de fascinación”; antes de analizar su argumentación y estructura, mencionábamos los hechos históricos ocurridos en aquella pedanía gaditana, en el año 1933, donde un anciano del lugar, el anarquista apellidado Seisdededos, proclamó el comunismo libertario; la respuesta del gobierno republicano, presidido por Azaña, no se hizo esperar y el iluminado ciudadano ardió en su choza junto a quienes la ocupaban en ese momento; la severidad de la acción, la aplicación de la ley de fugas, los fusilamientos de prisioneros, convirtió a Casas Viejas en símbolo de la lucha campesina, en sus diversas modalidades políticas y sindicales, en favor de sus primarias necesidades y en la consecución del desiderátum “la tierra para el que la trabaja”. La propuesta de Patino es una de las formulaciones utilizadas por el cine (o la televisión) para exponer, ya en etapa democrática, cómo han sido y de qué forma se han desarrollado las luchas del campesinado por la conquista del pan y del trabajo, de la propiedad de la tierra y de los derechos humanos.

Nos proponemos, en éste y en posteriores artículos, comentar los hechos históricos de las luchas campesinas en tierras andaluzas; seguidamente, comprobar qué procedimientos utilizó el cine español ante este tema, cuando la libertad de expresión estaba suprimida y la censura impedía jalear determinadas materias tan imposibles de nombrar como de desarrollar, y exponerlas bajo ópticas mínimamente diferentes a la ideología del régimen; del mismo modo, cómo ha resuelto nuestra cinematografía estas circunstancias en épocas posteriores a la dictadura franquista.

Más allá de películas políticas o de semejantes adscripciones, el cine se ha visto obligado a combinar géneros diferentes a fin de que los prohibidos contenidos se diluyeran entre los rasgos habituales de otros formatos. En tal sentido, durante determinadas etapas del franquismo, el western, en sus múltiples variantes y franquicias, ha servido de refugio a guionistas y realizadores para inyectar en él planteamientos de claros contenidos políticos o materializar, mediante la actuación de sus personajes, situaciones que correspondían a episodios sociopolíticos o lindantes, incluso, con la más encarnizada lucha de clases en el contexto de los latifundios andaluces.


Introducción. Planteamiento

Que los Hermanos Lumière inventaron el Cine puede ser una de tantas falacias en las que la leyenda triunfa sobre la Historia; por el contrario, sí parece evidente que una de sus primeras filmaciones, hoy conservada, es el film Salida de los obreros de la fábrica Lumière, en Lyon, e, incluso, que fue proyectada en aquella primera sesión con la que asombraron a los parisinos tras cobrarles el precio de la entrada. El título mencionado no es único; tiene diversas versiones como se comprueba por la diferente luminosidad, zonas de sombras y otros detalles semejantes según establece el catálogo de la productora. Para el tema que tratamos, su película, más allá de hito histórico, es de un extraordinario valor simbólico: los obreros salen pacífica y tranquilamente de su lugar de trabajo en dirección a sus casas. La condición del documento se orienta antes a mostrar el movimiento de los improvisados actores que sus intereses profesionales o económicos.

El cine universal ha tomado muy diversos derroteros en temas y géneros, pero el movimiento obrero no ha sido un asunto preferido ni una línea desarrollada acaso porque la condición espectacular ha prevalecido sobre los aspectos sociales, laborales y políticos. Ello no impide señalar que miles de ejemplos, entre una filmografía infinita, hayan dedicado sus asuntos al mundo del trabajo, a su problemática concreta, a la recreación de sucesos históricos con altos contenidos socio-políticos.

Dos libros, publicados en España, señalaron esta dirección de la Historia del Cine: “Desde que los Lumière filmaron a los obreros. El mundo del trabajo en el cine”, de José Luis Sánchez Noriega, y “La imagen negada. Representaciones de la clase trabajadora en el cine”, de José Enrique Monterde. En efecto, a pesar de que los ejemplos citados en cada uno de ellos son tan abundantes como para confeccionar sendos volúmenes, está claro que las directrices filmográficas del cine universal se han orientado por una pluralidad de géneros y temas donde la presencia de los obreros, su problemática y, sobre todo, su voz y su mirada, es decir, su punto de vista, conforman una elocuente ausencia antes que una evidente presencia; no tratamos, pues, de negar el todo sino de señalar la parte, aquella que más nos interesa, en relación al título y las intenciones de nuestros artículos.

A la vista de la metodología ofrecida en uno y otro volumen, parece claro que la problemática de la “clase trabajadora”, en el más amplio sentido del término, puede ser analizada atendiendo a muy diversos aspectos temáticos. Monterde establece los siguientes: trabajo, condiciones laborales, huelga, desempleo, emigración, sindicatos, escenas de la vida obrera y la mujer trabajadora; mientras que Sánchez los extiende a nueve: hambre y miseria, dependencia de la naturaleza, tierra y minas, hecho del trabajo, paro e inmigración, violencia, luchas, vivienda y vida cotidiana.

En nuestra presente propuesta, los temas quedan supeditados a dos factores: históricos y cinematográficos. Según el primero, nos referiremos a un espacio: Andalucía; a un tiempo: 1836 a 1936; a una clase trabajadora, formada, excepcionalmente, por los mineros y, habitualmente, por los campesinos. De acuerdo con el segundo, analizaremos el tratamiento ofrecido por el cine español en diversas películas que ofrecemos como ejemplos.


Antecedentes históricos

En el siglo XIX, la Historia de Andalucía tiene un marcado carácter conflictivo acaso motivado, entre otras causas, por la actuación de un pueblo que oscila entre actitudes marcadamente reaccionarias o evidentes extremismos revolucionarios. Lo que fundamentalmente se discutía era la propiedad y pertenencia de la tierra, factor nada nuevo en etapas precedentes pero que ahora, en virtud de diferentes contextualizaciones y circunstancias, adquiere una nueva dimensión.

Ya en 1820 se publicó en Córdoba un “Discurso” donde se solicitaba el reparto de la tierra entre quienes la trabajaban; un año después, otro documento, denominado “Repartimiento de baldíos realengos”, abogaba por leyes naturales que devolvieran las propiedades “que Dios creó para disfrute de todos”. La oposición establecida entre propietarios y municipios, la arbitrariedad como norma en los sistemas de arrendamientos, la desamortización como forma de enriquecimiento de la burguesía agraria, dejaba en entredicho a una masa social campesina cuyas alternativas no eran otras que la pasividad o la violencia. Mediante ésta, fueron frecuentes tanto los altercados entre diversos sectores como las ocupaciones de propiedades por parte de los asalariados.


De la revuelta…

Entre 1840 y 1857, en Casa Bermeja, Tarifa, El Puerto de Santa María, Arahal, Utrera, Morón de la Frontera, Pruna, etc., se produjeron acciones violentas, incendios de cuarteles, de archivos y protocolos, y ocupaciones de propiedades por parte de amplios sectores del campesinado; la represión contra los insurrectos no se hizo esperar: a los 95 muertos se le añadirían más de doscientos que serían encarcelados. Autores coetáneos, tanto extranjeros, Richard Ford, como españoles, Fermín Caballero, aludieron a la serie de causas que fomentaron situaciones como éstas, desde la indiferencia de los terratenientes para lo que no fuera la exclusiva propiedad hasta la radical diferencia de planteamiento laboral entre dueños y asalariados. Del mismo modo, Pascual Madoz escribió sobre la dura y larga jornada laboral del campesino andaluz, las altísimas temperaturas soportadas a pleno sol desde el alba al atardecer, el mísero jornal recibido tantas veces en especie, pan, aceite, vinagre, y unas comidas donde la repetición del gazpacho comportaba el menú básico diario.


…a la insurrección

Las insurrecciones a favor de la propiedad, las luchas del campesinado en beneficio de un palmo de tierra propio, han llamado la atención de historiadores, pensadores y filósofos; las conclusiones de unos y otros, más allá de los opuestos planteamientos, coinciden; para Joaquín Costa las diversas revoluciones no consiguieron el objeto deseado por los peticionarios; para Bernaldo de Quirós, estos levantamientos, situados al sur del Guadalquivir y en zona bien distinta a la minera o pecuaria, pretendían soluciones dentro del sistema político vigente o formularlas en un régimen diferido por lo que, en cualquier caso, resultaban imposibles o utópicas; y para Ortega y Gasset, el problema agrario andaluz era fundamentalmente jurídico antes que económico: el grito de los insurrectos sureños era “¡tierra!” antes que “¡pan!”.


Mineros en tierras andaluzas

Los mineros son, como los campesinos, trabajadores de tierra adentro. En el XIX andaluz y, en concreto, desde 1849, el subsuelo pasa de ser propiedad real a dominio público; la posible industrialización que ello hubiera conllevado para esta región acabó en una nueva forma de colonialismo donde los extranjeros, especialmente los ingleses, fundarían múltiples sociedades que, al igual que en el sector vitivinícola, prosperarían en beneficio casi exclusivo de sus propietarios. Antes de acabar el siglo, en la provincia de Jaén, un centenar de empresas comercializaba el doble de filones; sus nombres correspondían a apellidos foráneos. A su vez, Riotinto (Huelva), desde 1896, será comercializado por capital inglés procedente de Glasgow que explotará las minas de Tharsis y La Zarza. La literatura, primero, y el cine, después, se fijará en ellas, para ambientar historias sentimentales y laborales: así, la novela de Juan Cobos Wilkins fue llevada a la pantalla, en 2007, por Antonio Cuadri, con homónimo título: El corazón de la Tierra.


Amanecer en Puerta Oscura (1956), de José María Forqué

Es una de las pocas películas españolas que plantea el tema de la huelga minera en tierras andaluzas. Parte de un argumento del dramaturgo Alfonso Sastre y de un guión firmado por él mismo, Natividad Zaro y el director del film José María Forqué. Rodada en 1956, toma el paisaje minero de Las Herrerías (Huelva) para resolver la primera parte.

Un rótulo, al comienzo del film, pone en antecedentes sobre la época en que se producen los sucesos narrados, por qué se producen y quiénes tienen la responsabilidad de los mismos: “La historia comienza con un hecho que pudo ocurrir en la Andalucía del siglo XIX, cuando la inquietud política y el malestar social condicionaban la vida del país y justificaban la lucha y la revuelta. Muchas minas eran entregadas a compañías extranjeras en medio de la indiferencia general. En aquella Andalucía profunda y trágica, dentro de su cante hondo, detrás de la alegría, latían graves problemas. Bajo el sol hervía la sangre de los mineros andaluces”.

En este caso, no se trata de un problema laboral ni de una mejora salarial planteada entre patronos y obreros; la causa de la huelga, a la que se prefiere llamar “plante”, está motivada por el continuado maltrato ofrecido por el borracho capataz inglés a los mineros españoles contratados por la Compañía Internacional de Minas (así reza el cartel situado ante las oficinas). Uno de ellos, Andrés, mata al extranjero cuando éste se disponía a golpear, una vez más, a un compañero. El paro laboral exigiendo capataces sobrios y nativos lleva a la intermediación del ingeniero español, Pedro, entre huelguistas y patronos. La actitud beligerante de estos se resuelve en disparos de ambas partes donde aquél, para salvar la vida de su compatriota, mata al empresario extranjero. Convertidos los dos en asesinos, huyen en larga cabalgada para ponerse a salvo. A partir de aquí, la película abandona el asunto inicial y se bifurca, de una parte, en trama de bandoleros y, de otra, en motivaciones religiosas donde la intervención de Jesús el Rico, la imagen que procesiona en la noche de la Semana Santa malagueña, obrará un determinado desenlace.

Este drama trascendente se ofrece bajo la dicotomía españoles / extranjeros y donde la antinomia bueno / malo funciona en paralelo. Lejos del planteamiento propio de una película social donde la lucha de clases debe centrar su verdadera dimensión, la España franquista mantiene, todavía en mitad de la década de los años cincuenta, la oposición entre la innata maldad de los extranjeros y la bondad natural de los españoles. Esta cuestión se hace patente en diversas películas de la década anterior tal como se puede comprobar en la primera versión de La Lola se va a los puertos (Orduña, 1947), donde se produce una manifiesta aversión a lo extranjerizante y se ridiculiza cuanto viene del exterior.

Por otra parte, la película de Forqué, desde el desencuentro armado entre patronos y asalariados, se resuelve como un western a la española donde la huida de los nativos, su encuentro con el bandolero Juan, el paralelismo de sus destinos últimos, viene marcado por las líneas genéricas propias de una película “del oeste” adobada, eso sí, con genuinos ingredientes de nuestro folklore y religión.

Próximo artículo:
Agitaciones campesinas andaluzas. Narración cinematográfica de su historia (II). Novela social y película con el campesinado como protagonista: La bodega

Ilustración:
José Marco Davó y Francisco Rabal en una imagen de Amanecer en Puerta Oscura.