Rafael Utrera Macías

En este segundo capítulo, dedicado al actor español Antonio Moreno, vamos a seguir comentando las investigaciones a él consagradas. Tras habernos referido al libro de Manuel Carlos Fernández, lo dedicaremos hoy al documental The Spanish Dancer, de la directora Mar Díaz, film que ha abierto el homenaje de Filmoteca Española al cineasta español afincado en Hollywood y cuya programación está teniendo lugar en los meses de septiembre y octubre de este 2017.

Mar Díaz ha llevado a cabo, con ilimitado entusiasmo y absoluta dedicación, una investigación audiovisual que aporta nueva y generosa luz sobre tan interesante personaje. Esta periodista, documentalista y guionista al tiempo, ha dirigido la película en el ámbito de una producción ejecutiva amparada por la experiencia de Chema de la Peña (su solicitud de ayuda al Ministerio de Cultura fue decisiva) y su equipo de producción (Arantxa Echevarría) bajo la firma “La voz que yo amo”; del mismo modo, aspectos como la sonorización, efectuada en los estudios de “La Bocina”, y el montaje han sido supervisados por Nacho Royo Villanova. Consecuentemente, la película tiene en su factura técnica un marchamo de calidad donde queda instalada satisfactoriamente la minuciosa y detallada investigación llevada a cabo por la autora.

Dados los difíciles caminos por los que habitualmente transita la exhibición de un material de estas características, la proyección del film ha discurrido por festivales de cine y ámbitos culturales diversos; así, presentada en la Seminci de Valladolid (2015) y, seguidamente, en el I Festival de Los Barrios (que lleva el nombre de Antonio Moreno) y en Cineteca de Madrid; al año siguiente, fue estrenada en el Festival de Cine de Sevilla (2016), dentro de la sección Panorama Andaluz, por haber obtenido el segundo premio Imaginera (compartido con Bolingo. El bosque del amor, de Alejandro G. Salgado), concedido por el Centro de Estudios Andaluces. Posteriormente, el Museo de América, junto a otras entidades, han posibilitado encuentros y coloquios con la autora (consultables vía internet).


Estructura

La debida combinación de entrevistas e imágenes componen la doble vía sobre la que discurre el documental. Numerosos entrevistados aportan personal visión sobre el actor o especializada opinión sobre su filmografía. Entre los primeros, ciudadanos andaluces avecindados en distintas poblaciones del Campo de Gibraltar o herederos directos de Moreno que, en algún caso, ofrecen importantes informaciones sobre su vida conyugal y familiar (tal es el caso de Franci Ferguson). Entre los segundos, acreditados especialistas que, desde el ámbito de la universidad o de la filmoteca, enjuician o avalan la carrera cinematográfica del actor y director en los muy diferentes momentos de su vasta filmografía (valgan como ejemplos las intervenciones del historiador Robert G. Dickson o el especialista en cine mudo Kevin Brownlow). Es precisamente este investigador quien presenta su copia auténtica de The Spanish Dancer, la película de 1923, dirigida por Herbert Brenon, cuyo ejemplar conocemos gracias a la restauración efectuada por el holandés The Eye Film Institute. El film, producido por Adolph Zukor, estaba interpretado por Antonio Moreno y Pola Negri, acompañados por Wallace Beery y Adolphe Menjou.

Precisamente, en la homónima película de Mar Díaz, la introducción y primeras explicaciones se ponen en boca del experto Brownlow, quien habla de las dobles versiones filmadas con dos cámaras diferentes a fin de que una fuese la versión americana y otra la europea, a veces con significativas diferencias entre ellas; el título interpretado por Moreno, no fue una excepción. Pero más importante es la información que este investigador da sobre la preproducción de la película: su primitivo título, “A Spanish Cavalier”, sería interpretada por Rodolfo Valentino; éste consideró que la productora Famous Players Lasky sólo le ofrecía películas de bajo presupuesto y, por ello, rescindió su contrato.

Su sustituto, Antonio Moreno, pudo comprobar que la ficticia vida de su personaje, Don César de Bazán, quedaba encuadrada en selectos escenarios y la espectacularidad se aseguraba con grandiosas escenas de masas. Es lo que correspondía a un noble conocido en España por su temeridad y para quien la vida era un escenario donde jugarse el oro; activo sujeto de aventuras sin ley, sólo quedaban a salvo “la cruz, la corona y el corazón”. La directora del documental ofrece secuencias semejantes y, en movimiento acelerado, una síntesis de la histórica película, acompañada de la simulada voz de Antonio, a quien se le oye decir: “Te adoro Mariana”.


Referencias al hombre

Mar Díaz ha efectuado un recorrido por el Campo de Gibraltar entrevistando a personas que, por razones de vecindad o conocimiento de circunstancias, algo pudieran aportar a esa biografía del ciudadano Antonio Garrido Monteagudo Moreno. Son habitantes de San Roque, de Campamento, de Puente Mayorga, de Los Barrios. Ellos ponen el punto tan nostálgico como entusiasta sobre quien fue “uno de los nuestros”, aquel muchacho, repartidor de pan, que tocó techo en el cine americano.

Sí, aquel jovenzuelo que compartía conversaciones con los jugadores de golf extranjeros y conseguiría amistad y protección de míster Benjamin Curtis y del abogado cubano señor Cruzat Zanetti, sus introductores en la sociedad norteamericana de Massachusetts; allí, la señora Adelene Moffat se ocuparía de orientar a Moreno hacia trabajos laborales adecuados a sus capacidades al tiempo que, como secretaria de los Home Culture Clubs, le aproximaría a diversas actividades vinculadas al arte de Talía. El cuadro de luces del teatro local estaba controlado por Antonio y, más allá de este lugar, el joven electricista soñaba con subirse al escenario. Pidió ser actor de reparto; sus lógicos problemas con la lengua inglesa frenaron sus naturales capacidades para desenvolverse adecuadamente y “el actor de reparto” sólo conseguiría algún papel de extranjero y otros de secundario.


Del teatro clásico al cine primitivo

Aunque, como experimento, el cinematógrafo no nació mudo, su condición industrial exigió tal modalidad y, como consecuencia de ello, los actores de teatro fueron llamados a intervenir en el nuevo modelo de entretenimiento y diversión. Eso sí, sólo para poner figura, rostro y gesto. Esto, a Antonio le sobraba. Por ello, en 1912, los cortos filmados por Griffith mostrarían a un extra, nacido en España y apellidado Moreno, a quien, en la película que suscita nuestro comentario, le oímos decir, en la buena voz de Carlos Castañón, que el cine fue su deslumbramiento porque respondía a su índole aventurera y, además, conseguía buen sueldo y contrato fijo. Dos años después, el extra ya se había convertido en actor principal, en protagonista indiscutible a quien molesta la severa mirada de la cámara, pero a quien fascina la globalización de ese invento llamado cine.

Moreno, hacia 1918, había pasado a ser estrella de seriales, la modalidad de exhibición que causaba furor entre los ávidos espectadores. Como señala en la película de Díaz el director de la Film Commission de Fort Lee, Tom Meyers, La casa del odio es emblemático film donde nuestro actor y Pearl White trabajaron sin dobles en espeluznantes secuencias de evidente peligro. Sin embargo, la autoexigencia de Antonio se rebela contra este tipo de interpretaciones que le resultan escasamente satisfactorias. Abandona los contratos de obligado cumplimiento y, sin red, se lanza a seleccionar aquello de lo que pueda sentirse satisfecho. Su triunfo en Hollywood, a partir de 1920, le permite compartir cartel con Marion Davies, Norma Shearer, Alice Terry, Greta Garbo, Lillian Gish, Joan Crawford, etc., y con compañeros como Lon Chaney, John Gilbert, Ramón Novarro y otros. Títulos como La tierra de todos (1926), Ello (1927) y Mare Nostrum (1927) le reportarán fama y popularidad.


Vida privada, vida pública

Las secuencias en las que Mar Díaz es recibida, en Staunton (Virginia), por la señora Franci Ferguson aportan informaciones y documentos de gran valor para la biografía del actor en lo que respecta a su vida privada, que, en función de su trabajo, tanto tenía de pública. Ella nos informa de quién era Daisy Canfield y de cómo conoció a Antonio. Su bisabuela, dice Franci, fue mujer de gran atractivo, culta y con personalidad; casó con un abogado, emigrante judío, que trabajó para su padre en asuntos relativos a la explotación de pozos de petróleo. Tuvieron tres hijos, lo que no impidió el divorcio cuando la esposa no fue capaz de aguantar más infidelidades.

La unión de Daisy con Antonio fue “amor a primera vista”, tal como lo describe la entrevistada. Construyeron, en Cresmount, una fabulosa mansión por la que pasaron los famosos de Hollywood y, sobre la que hay un variado anecdotario. En la familia Ferguson, Antonio ocupó las funciones propias de padre, tío, abuelo, etc.; todos le reconocían su bonhomía y su profesionalidad; algunos de los descendientes llevan su nombre; sustituyó, a plena satisfacción, a aquel a Jacob Danzinger, de quien los suyos no tenían buen recuerdo. Andando el tiempo, Daisy y Antonio se separaron, o, al decir de su bisnieta, “se dieron un tiempo”. Un accidente de automóvil, conducido por ella misma, acabó con la vida de esta mujer. Su marido nunca volvería a contraer matrimonio. Abundantes fotografías, sacadas a la luz por la señora Ferguson, ilustran iconográficamente, las informaciones verbales que ella va ofreciendo.


Ilustración: Cartel del documental The spanish dancer, de Mar Díaz.

Próximo capítulo: Antonio Moreno, español, actor en Hollywood (III). The Spanish Dancer, de Mar Díaz