Rafael Utrera Macías

El ciclo teatral de Azorín: “La guerrilla”


El ciclo teatral de Azorín se inicia con “Old Spain”, en 1926, y termina con “Farsa docente”, en 1942. Entre ambas fechas, ha escrito o estrenado “Brandy, mucho brandy” y “Comedia del Arte” (1927), “Lo invisible” (1928), “Angelita” (1930), “Cervantes o la casa encantada” (1931) y “La guerrilla” (1936). Esta producción dramática se encuadra en lo que podemos considerar, tal como ha hecho la crítica azoriniana, tercer periodo y se desarrolla cronológicamente próxima a la propia de la denominada “generación del 27”. El escritor propugnó una renovación escénica desarrollada paralelamente al movimiento surrealista y al auge del cinema mudo; uno y otro deberían tenerse presentes, según estima el propio autor, a fin de impulsar una eficaz renovación dramática.

La estructura de las obras teatrales azorinianas está habitualmente organizada en tres actos, aunque, con frecuencia, se amplía con principios y finales representables. En “La guerrilla” se ha servido de este número (el tercero en tres cuadros) seguido de un epílogo.

En su estreno resultó aconsejable, a pesar de estar pintada la decoración y efectuada la puesta en escena, no escenificarlo; los deseos del autor no pudieron cumplirse al no poder ofrecerse el espíritu de irrealidad y abstracción. Guerra, amor, muerte, son tres conceptos básicos en su funcionamiento discursivo. La presencia del tema bélico orienta hacia variada interpretación (donde no resulta extemporánea la lectura política); para el profesor Urrutia estamos ante una reflexión más de su autor sobre la esencialidad de España con un nuevo posicionamiento acerca de la antinomia “afrancesamiento / casticismo” y sus sinónimos “cultura / incultura”.


La adaptación cinematográfica de Rafael Gil

El hecho de que ni la dramaturgia ni la novelística del escritor de Monóvar se hubieran llevado a la pantalla, animaron a la madrileña productora Coral y a la parisina Universal Productions, a organizar, en 1972, una coproducción (“conjunción” en terminología azoriniana) titulada La guerrilla, y subtitulada “de Azorín”.

Estamos lejos de lo que sería “la adaptación cinematográfica de una pieza dramática” por cuanto variantes e intenciones difieren del precedente. La transgresión sufrida por la obra original obligó a establecer, en los títulos de crédito, el consiguiente “argumento inspirado en”. El realizador, Rafael Gil, hace una personal lectura política de su obra tanto por lo que defiende como por lo que rechaza. La valora como “auténticamente pacifista (ya) que se plantea la guerra y los horrores de la guerra con sinceridad”; y rechaza que pueda ser entendida como un paralelo simbólico con la guerra civil española.


Argumento de la película

Los soldados de Napoleón asolan los territorios españoles y dan muerte a militares y civiles sin distinción. La Iglesia acepta la muerte del francés como un designio divino, mientras el rey Fernando VII orienta las acciones de los patriotas. La guerrilla es una solución cuando la acción militar no llega a todos los rincones. El Tuerto (Eduardo Calvo), el Cura Medina (Luis Induni), “El Cabrero” (Francisco Rabal), son guerrilleros empeñados en salvar a su pueblo de la muerte y en expulsar al invasor. Mientras, en la retaguardia francesa, el general da órdenes al coronel Santamour para acabar con ciertos asesinos de franceses habitantes de determinado lugar.

En efecto, en una aldea castellana viven Juan (Fernando Sancho), alcalde, Valentín (José Nieto), posadero, y Eulalia (Eulalia del Pino), su esposa, la cual es amante del primero; Juana María (La Pocha), hija del matrimonio, no sabe que el alcalde es su verdadero padre. El coronel Etienne (Jacques Destoop), llega al pueblo; su primera acción, en presencia de Juana María, es salvar a un niño de morir ahogado; seguidamente, es invitado a cenar en compañía de doña Sol (Lola Gaos), don Alonso (Jesús Tordesillas), el alcalde y el secretario del Ayuntamiento. La joven Juana es obligada a bailar por su padre natural para que exacerbe los instintos del francés quien, simulando la borrachera, se retira a su dormitorio. El coronel toma las armas mientras su tropa detiene a los asesinos.

El destacamento inglés se alía con “El Cabrero” mientras se celebra el juicio sumarísimo contra los españoles. Salomón (Rafael Alonso) es salvado de la horca para ser nombrado alcalde; uno de los dos prisioneros es indultado. Juana María y Etienne se declaran su amor y hacen planes de futuro. Tras conocer ésta su origen paterno, deja en manos de su madre la elección del liberado: Valentín se incorpora a la guerrilla mientras Juan se prepara para la horca. La ejecución es impedida por “El Cabrero”. Se libra una larga y cruenta batalla entre invasores y patriotas; muere el alcalde, en presencia de Valentín, y es hecho prisionero Etienne. Los guerrilleros son los salvadores del pueblo. Dora (Charo López), la sirvienta infiel, paseada por la calle a lomos de un jumento, recibe el calificativo de “puta de los franceses”. Juana María es elegida alcaldesa por un día; abre el baile con “El Cabrero”, quien rememora su vida pasada y le declara su amor. Ella le anuncia que su amado es ahora su prisionero. El guerrillero prepara la huida de Etienne y la visita de éste a Juana María. La aldeana y el francés se besan. Etienne se incorpora al grupo de soldados condenados a muerte. Los ingleses presencian los fusilamientos. Juana María abraza el cadáver de Etienne.


Del original a la adaptación

En nuestra obra, por más que Azorín titule a su drama “La guerrilla”, las implicaciones históricas de las partidas, en el contexto de la revolución antifrancesa, no tienen existencia en el original; ni siquiera el personaje de “El Cabrero” se hace presente hasta iniciado el tercer acto. Por el contrario, Rafael Gil explicita al espectador, mediante el diálogo de personajes, el funcionamiento, la procedencia, la composición, la ideología, etc., de la guerrilla, y, al tiempo, anticipa el personaje y las acciones de “El Cabrero” a los inicios del filme; además, amplía los grupos guerrilleros con las partidas del Cura Medina y “El Tuerto”; con ello se aproxima a las versiones de la españolada, en sus variantes de bandoleros y guerrilleros, trenzado con la modalidad histórico-patriótica donde la Guerra de la Independencia es el eje sobre el que se inscribe la acción popular.

Ciertas estructuras del original, especialmente las vinculadas al segundo acto y al desenlace, son modificadas por el guion; así, la salvación del alcalde y de Valentín, asumiendo Marcel la responsabilidad por amor a Juana María, se convierte en el film (con un indulto en blanco) en la horca para Juan, don Alonso y el guitarrista, ya que Juana María, enterada de quién es su verdadero padre, declina la responsabilidad de la elección en su madre; ésta salva a su marido legal condenando al mujeriego y despótico amante. El maniqueísmo de la película se evidencia en situaciones como éstas. La guerrilla se encargará de salvarlos de la horca, pero la batalla librada a continuación condenará, definitivamente, al tiránico alcalde, a una muerte merecida según se desprende de la actitud pasiva y contemplativa llevada a cabo por Valentín. Por otra parte, en el tramo equivalente al acto tercero, se lleva a cabo la salvación de Etienne por El Cabrero pero, en contra de lo que planea el guerrillero, la nobleza del militar francés le impedirá huir y, sin el menor atisbo de dubitación, se unirá a sus compañeros en el fusilamiento y la muerte.


Personajes ausentes, personajes presentes

Los personajes recreados por los guionistas presentan algunas diferencias respecto del original; obviamente una ingente cantidad de secundarios permite responder a unas exigencias narrativas y escenográficas propias de una película descriptiva y comercial donde los hechos no están precisamente sugeridos sino planteados y desarrollados con nudos y desenlaces: así, las llamativas ausencias de Matacandiles y Libricos, con su sabiduría popular, frente a las significativas presencias de don Alonso, doña Sol y Dora, junto a otros jefes de guerrilla como “El Tuerto” y el Cura Medina.

El personaje de Etienne ofrece algunas diferencias respecto de su antecedente literario; en el filme, su empeño en la búsqueda de los criminales lugareños contiene implicaciones personales por hacer justicia a su hermano asesinado y rescatar su cadáver; del mismo modo, su decisiva intervención en el salvamento de Paquito, “el niño de la Felisa”, ennoblece su figura desde el principio y aporta connotaciones positivas tanto para el muchacho salvado de las aguas como para la bella lugareña Juana María, desde ahora enamorada; por demás, es el contrapunto individual a la colectiva y negativa actuación de la tropa a su llegada al pueblo: la catalogación del colectivo francés como asesino, profanador, incendiario, bárbaro, y, en antítesis, el personaje principal presentado como honorable, bondadoso, enamorado, comprensivo, salvador, etc.

Por el contrario, el secretario del Ayuntamiento, Paco Salomón, está sometido por los guionistas a un tratamiento de severa comicidad que lo convierte en el menos noble de los españoles por ser alcalde zigzagueante al servicio de unos y otros. A su vez, los ingleses, inexistentes en el texto azoriniano, cobran acusada presencia y evidente significación: súbditos de Jorge III, apoyan el levantamiento español en tanto enemigos de un Napoleón que tiene bloqueadas sus relaciones comerciales con el continente; por mor de éstas, el apoyo a “El Cabrero”, con la simbología de la espada regalada, es implícita alabanza al “¡Vivan las caenas!” del pueblo seguidor de “nuestro rey” Fernando VII.


Ideología: patriotismo contumaz, liberalismo igualitario

La ideología de la película se hace evidente en las conversaciones entre Etienne y El Cabrero; el militar francés pregunta qué defienden los españoles con tanto ahínco, “¿la Inquisición, un rey cobarde, los privilegios de los grandes de España e Inglaterra?” y añade que ellos ofrecen lo mejor de la revolución: “la igualdad, la libertad”; por su parte, el guerrillero español contesta que, con su actuación, defienden su independencia, incluido el “derecho de ser pobre”, y recrimina a su interlocutor imponer ideas por la vía de la violencia, lo que representa un “mal camino para vencer... y para convencer peor”; los ecos unamunianos de la frase “venceréis pero no convenceréis”, dirigida por el rector de Salamanca a los militares insurrectos del 1936, connota, con sentido ideológico inverso, la oposición entre el patrioterismo contumaz y el extranjerizante liberalismo igualitario.

No debe pasar desapercibida la identificación entre religión y patriotismo; la escena del sacerdote catequista, luego convertido en el guerrillero cura Medina, es una clase de catecismo patriótico donde los cristianos alumnos aprenden que Napoleón es un enemigo proveniente del pecado y los franceses, herejes; matarlos es obra meritoria que el rey Fernando ordena y la Iglesia aconseja. La salvaje profanación del templo y la destrucción consiguiente no deja lugar a dudas a ojos de los azorados muchachos; Paquito quedará tan sorprendido como agradecido a ese “diablo” bueno que le ha devuelto la vida. Esta escena cierra un prólogo donde el maniqueo planteamiento de los hechos dramáticos orienta al espectador: españoles ahorcados, libros quemados, casas incendiadas, templos profanados, invita a la legítima defensa del pueblo asediado por el invasor. En una localidad de trescientos vecinos, sus cuarenta y dos muertos obligan a la justicia; doña Sol azuza al tibio y anima al patriota a la misma acción que el cura inculcaba a sus jóvenes feligreses.


Música de Beethoven, grabados de Goya

El ilustre texto azoriniano ha pretendido ennoblecerse artísticamente con una música apoyada en temas de Beethoven y Tchaikovski y con una selección de grabados de Goya, “Los desastres de la guerra”, que abren y cierran el filme para inscribir sobre ellos tanto los títulos de crédito como la palabra “fin”; por otra parte, alguna situación, la fabricación de la pólvora, y personaje, Dora (Charo López), la criada emplumada y castigada por actuar como “puta de los franceses”, devienen en pictóricas secuencias de evidente inspiración goyesca. Los escenarios presentados en la obra teatral son abundantemente ampliados por la película: las decisivas actuaciones de la guerrilla tienen lugar tanto en los montes como en las inmediaciones del pueblo.


De ilustre antecedente a glorioso desecho

La guerrilla, estrenada el 16 de febrero de 1973, no respondió, comercialmente hablando, a las expectativas de sus productores. Ni la fotografía de un profesional como José F. Aguayo, ni la música de un veterano como el maestro Parada, ni la presencia de intérpretes como Francisco Rabal o de secundarios tan certeros como Lola Gaos, Jesús Tordesillas, Fernando Sánchez Polack, entre otros, y, mucho menos, la desafortunada entrega de los principales papeles a La Pocha y Jacques Destoop, tan físicamente agraciados como profesionalmente inexpresivos y popularmente desconocidos, convirtieron el filme en un producto estéticamente nulo, a pesar de basarse en ilustre antecedente, e industrialmente raquítico, incluso tras haber sido distribuido por la Paramount, donde el nombre del dramaturgo se convertía en un glorioso desecho capaz de atraer sólo a incautos espectadores.