Rafael Utrera Macías

TOMA 1. BADAJOZ. EXTERIOR. DÍA.

Ya sé que tú no recordarías el momento en que nos conocimos. Un adulto de 19 años cumplidos sólo memoriza lo que sucede con otro de la misma edad o superior; pero nunca lo que se tercie con un adolescente de 16. Son barreras insalvables y si ya hay chicas de por medio, ni te cuento. Nos presentó, en Badajoz, Ramón, un amigo común, en la calle Hernán Cortés, justo enfrente de la Librería La Alianza, allá por 1958. Por entonces, ya tu fama de galán, en tiempos universitarios, empezaba a cubrirse de leyendas urbanas, unas divulgadas por tus amigos (¿o enemigos?) y tus amigas; los primeros aseguraban que atravesabas la Gran Vía madrileña en el momento de mayor tráfico sorteando habilidosamente a los automóviles y abordando la acera contraria sin el menor rasguño; las segundas, maquinaban lo indecible para conseguir que, en vacaciones, asistieras a un guateque donde una ponía el piso y otra el pick-up con el que hacer sonar la música de Paul Anka y, sobre todo, de Los 5 Latinos.



TOMA 2. MADRID. EXTERIOR, DÍA

Mis visitas a la Escuela Oficial de Cinematografía (EOC) para reunirme con el grupo de andaluces me permitieron seguir de cerca tus grandes progresos en el centro. Atrás habían quedado los estudios universitarios y delante se oteaba un horizonte que, en el peor de los casos, sólo ocasionalmente te defraudaría a ti. La muerte de tu madre significó un mazazo tan grande que su repercusión se hizo sentir tanto en lo más íntimo de tu persona como en las relaciones con los demás. Algo tan humano no te fue ajeno y acaso fraguó tu carácter en una cierta manera. Comenzó tu cotización en la EOC, allá por 1963, de la mano de Enrique Torán, con su práctica Turno de noche, donde te codeabas con Mª Elena Flores y Manuel de Blas en la interpretación, con Claudio Guerin, ayudante de dirección, y con Luis Cuadrado, director de fotografía. Por cierto, los programas y comentarios modificaban tu apellido convirtiéndolo en “Gallardo”, aunque, a decir verdad, nunca añadieron “calavera”; Las prácticas del curso siguiente, el 64, alzaban tu nombre nada menos que en dos de ellas: Día de justicia, de Santiago San Miguel, y Anabel, de Pedro Olea, donde los entonces alumnos José Luis García Sánchez, José Luis Alcaine, Josefina Molina, entre otros, aparecían en diversos cometidos. Y ya en el 65, cuando la industria te había echado el ojo tanto por tu figura como por tus dotes interpretativas, Antonio Artero te convierte en la voz del narrador para su práctica Doña Rosita la soltera, en personalísima adaptación del texto lorquiano y anticipo de cómo Juan Lebrón aprovecharía tu majestuosa dicción para su Andalucía es de Cine.

Poco después te perderíamos de vista; sería tu hermana Sole quien, desde la residencia universitaria de la calle Ayala, nos tendría al día de tus contratos y papeles. En efecto, la publicidad de tu nombre se dejaba sentir en las más acreditadas revistas especializadas del momento: la portada de Nuestro Cine, en cuyo número se escribía sobre Marnie, la ladrona, de Hitchcock, y Las Hurdes, de Buñuel, aportaba una foto tuya, firmada por Alcaine y, en el interior, un pie de foto donde se nos advertía de tu protagonismo en El inconformista, de Julio Diamante, y Acteón, de Jorge Grau, además de representar a un autor clásico en un teatro madrileño. Un numero posterior de la citada revista te exhibía encamado con Sonia Bruno en la película  de Jaime Camino Mañana será otro día.



TOMA 3. SEVILLA. JEREZ. INTERIOR. DÍA. NOCHE.

Repasar sólo los hitos más significativos de tu filmografía, ya sea como actor o como productor, de tu labor teatral y de todas y de cada una de las actividades que has llevado a cabo, daría para una enciclopedia del arte y del espectáculo. Por eso me quedo con otros dos momentos de los que fui testigo y donde tuve la oportunidad de conversar, de este mundo y del otro, contigo.

Las jornadas organizadas por el profesor Manuel Carlos Fernández en la Facultad de Ciencias de la Información, entonces en la sevillana calle de Gonzalo Bilbao, permitieron al alumnado interesado saber, con tu voz y tu gesto, cómo se forja un actor, qué grado de conocimiento y vocación debe tener la persona para enfrentarse al difícil mundo del teatro, del cine. No faltaron mil y una anécdotas tan vividas como interpretadas.

Algunos años después, la Fundación Caballero Bonald, en Jerez de la Frontera tuvo la feliz idea de organizar un  Congreso dedicado a las relaciones entre Cine y Literatura; frente a otros eventos semejantes, cargados de complejos e ininteligibles discursos en forma de ponencias y comunicaciones, este tuvo el enorme acierto de conjugar algunas elucubraciones de expertos teóricos con el pragmatismo de profesionales, directores, guionistas, de primera categoría en nuestro cine. Mi charla sobre las generaciones literarias ante el cinematógrafo, el cinema, el cine… tuvo el auditorio de mayor cualificación profesional que jamás he visto junto: de Saura a Azcona, de Bardem a Camus. La mesa redonda posterior, coordinada por el cineclubista José Luis Jiménez, en la que participaste con José Luis García Sánchez y Juan Diego fue apoteósica. El director citó dos frases vuestras: “Los actores no son más que  un vehículo de la expresión poética del autor de las películas” (Juan Diego) y “Todo actor que no tiene detrás un texto es un bulto sospechoso” (tuya). Luego, tu intervención estuvo salpicada de experiencia y satisfacción, de egotismo y psicoanálisis; te oímos decir, entre otras muchas cosas: “Yo soy un huérfano de madre de San Roque, y a partir de ahí se desarrolla todo”; “Yo, que soy un hombre psicoanalizado y he salido del horror de mi mismo gracias al psicoanálisis, me imagino lo que es repetirse permanentemente en un acto artístico: aquí estoy yo, otra vez yo, desde mi yo. Espantoso”. Y reclamabas al público asistente alguna pregunta, “sobre mi orfandad, sobre San Roque”. Todavía quedaba una definición galiardina sobre cómo llamabas tú al productor: “coordinador de intereses mutuos”.  La cena que siguió a los actos académicos me permitió dialogar con Juan Diego, con García Sánchez, contigo; descendimos a cuestiones de la vida cotidiana, a cotillear del ausente, a otros sucesos vividos en situaciones semejantes, a la literatura sin el cine y al cine con o sin literatura.



TOMA 4. SALA DE CINE. INTERIOR. NOCHE

La trilogía Esperpentos, de Ramón del Valle Inclán, dirigida por García Sánchez, ha supuesto el mejor cine hecho para televisión de los últimos años y la culminación del mejor “esperpento cinematográfico” a día de hoy. Tu interpretación de tres personajes fundamentales de cada una de las piezas es un broche genial en lo que, desgraciadamente, se convertiría en el último tramo de tu exagerada (por lo extensa) filmografía. En efecto, rodeado de Don Manolito y Don Estrafalario (sorprendentes Jesús Franco y Julio Diamante) haces del boticario Sócrates Galindo en Las galas del difunto, del teniente Don Pascual Astete en Los cuernos de Don Friolera, y de General en La hija del capitán. En la primera, eras incapaz de soportar el embarazo de una hija condenada, por ti y por la sociedad, a convertirse en daifa; la causa de tu muerte no sería fruto de una indigestión poco oportuna sino resultado de una gula habitual, considerada pecado por la Santa Madre Iglesia. En la segunda, los celos te convierten en carne de cañón para un cuerpo, el de carabineros, donde no puede haber cornudos, aunque los haya. Tu soliloquio sólo encuentra adecuada respuesta en los quejumbrosos ladridos del perrito Merlín. Finalmente, este General, trasunto del dictador Primo de Rivera, amante de la Sini, organiza un golpe de estado a favor de la monarquía que encubrirá, una vez más, los desmanes y atropellos de la clase dirigente.  Tres personajes en busca de actor que han encontrado en tu interpretación algo más que “un bulto sospechoso”.