Enrique Colmena

Tiene dicho Antonio Banderas, a raíz del estreno en España de su segundo filme como director, “El camino de los ingleses” (véase crítica en CRITICALIA), que la respuesta a la pregunta que durante tantos años le han formulado (“¿por qué haces… esto?”), cuando ha interpretado películas comercialoides sin interés alguno, es precisamente ésta: hice aquello para ahora poder hacer la película que yo quiero. Con independencia de que, como ya sabe el visitante de esta página, creo que Antonio no ha acertado con esta adaptación de la novela de Antonio Soler, lo cierto es que su respuesta tiene sentido. Ahora se comprende su aparición en productos infumables de todo tipo, sobre todo en los últimos años, en su carrera americana.
Pero, como decía el chusco, comencemos por el comienzo: Antonio Banderas nació en Málaga en 1960; tiene, pues 46 años cuando se escriben estas líneas. Su carrera profesional en cine se inició en 1982, ya en Madrid; el título que le dio a conocer fue la segunda película de Pedro Almodóvar, “Laberinto de pasiones”; con el cineasta manchego inició entonces una relación profesional que se ha prolongado en otros cuatro filmes posteriores: “Matador”, “La ley del deseo”, “Mujeres al borde un ataque de nervios” y “Átame!”. Durante la década de los ochenta, Banderas se va haciendo una reputación de actor sólido y versátil, y trabaja con los mejores directores del momento en España: Carlos Saura (“Los zancos”, “Dispara”), Montxo Armendáriz (“27 horas”), Vicente Aranda (“Si te dicen que caí”)… En 1992 lo ficha el cine de Hollywood; su primera película en la llamada Meca del Cine es la adaptación de la novela de Oscar Hijuelos “Los reyes del mambo tocan canciones del amor”, dirigida por Arne Glimcher. No es una buena película, pero le abre el camino del cine norteamericano, donde se afinca hasta hoy. En una primera etapa trabaja en pequeños papeles para directores consagrados: Jonathan Demme (“Philadelphia”), Neil Jordan (“Entrevista con el vampiro”), Alan Parker (“Evita”), Richard Donner (“Asesinos”); en una segunda etapa consigue papeles de mayor envergadura, pero a cambio los directores, y también los proyectos, bajan de calidad.
No obstante, Banderas es ya un valor consolidado en Hollywood, hasta el punto de que se puede permitir tener una carrera como productor, a través de su productora Green Moon, y como director. Ha realizado hasta ahora dos filmes: el primero, “Crazy in Alabama”, era una película de corte tibiamente feminista, interpretada por su mujer, Melanie Griffith, en uno de sus mejores papeles de los últimos tiempos (no es decir mucho, porque últimamente a la buena de Melania no le ofrecen buenos personajes: cosas de la edad, supongo…). La segunda, mucho más personal, es esta “El camino de los ingleses” que se ambienta en un lugar y un momento histórico seguramente muy próximos al actor y director, la Málaga de mediados de los años setenta, cuando los personajes de la novela de Antonio Soler tienen, aproximadamente, la misma edad que tenía Banderas en aquellas fechas, alrededor de dieciséis, quizá dieciocho años. Con esa proximidad local, histórica y, por qué no, sentimental, no es raro que Antonio haya enterrado siete millones de euros en su producción, a sabiendas, seguramente, que ni en España, ni mucho menos en Estados Unidos, será capaz de recuperar semejante inversión. Menos mal que ha tenido coproductores, colaboradores, copartícipes y coinversores de todos los colores, en especial de las administraciones públicas, que seguramente harán más llevadero el costalazo en taquilla. De todas formas, ahora ya sabemos cuál es el camino del malagueño: hacer chorradas como medio para poder llegar a hacer el cine que le gusta. Aunque, como en este caso, le haya salido el tiro (económica, pero también artísticamente) por la culata…