Enrique Colmena

Este año de 2017 está siendo pródigo en estrenos de películas cuya temática, de muy diversa forma, es el racismo. Hablamos del racismo que históricamente ha existido (me temo que sigue existiendo, aunque de forma más amortiguada y por otros medios) en Estados Unidos con respecto a los negros o afroamericanos, como ahora se tiende a llamarlos. Allí ha habido y hay otros racismos, como el ejercido contra los indios, los judíos o (en la Segunda Guerra Mundial) contra los japoneses, pero ellos no son objeto de este artículo. Por analogía trataremos también algunos títulos anglosajones (británicos, en concreto), no estrictamente USA, pero imbuidos del mismo espíritu del cine yanqui.

Resulta curioso que la evolución del tratamiento del racismo contra los negros en el cine USA pueda resumirse en un único título, El nacimiento de una nación, que es el mismo en una producción de 1915 que en la muy reciente de 2016, aunque su tratamiento es diametralmente opuesto.


Indiferencia, menosprecio, negación

Efectivamente, el primer título relevante que podría incluirse en este estudio sobre el racismo USA puede ser El nacimiento de una nación (1915), la mastodóntica película de David Wark Griffith, de más de tres horas de duración, un magistral acercamiento a la Historia de Estados Unidos, pero también, en uno de sus segmentos, una atroz diatriba contra la raza negra y una execrable glorificación del Ku Klux Klan. Espléndida formalmente, estableciendo las bases del cine para los siguientes 25 años (hasta que Welles las puso patas arriba en Ciudadano Kane), la película de Griffith es tan elogiable en sus apartados puramente cinematográficos y en su reflejo de la Historia norteamericana como detestable en la pintura que hace de una raza y el indecente canto a la supremacía de los arios. Griffith, tras las acusaciones de racismo que recibió, lanzó un mensaje humanista en su siguiente filme, Intolerancia (1916), aunque no tocó directamente el tema del racismo.

Estos primeros tiempos del cinematógrafo, aparte del filme griffithiano, se caracterizan precisamente por la escasez de títulos que traten el tema del racismo, ni a favor ni en contra. Es como si el problema no existiera, o como si, aun existiendo, no se considerara de interés como para dedicarle películas. Tenemos que llegar hasta 1930 para encontrar un filme, Límite (Borderline), dirigido por el escocés Kenneth MacPherson en el que fue su único largometraje de ficción, una película muda, de nacionalidad británica, que contaba la historia de una mujer negra que tenía un asunto sexual con un blanco, y cómo esa relación, cuando trasciende, provocará una desmesurada reacción racista en su contra. Evidentemente fue una adelantada a su tiempo: en aquellos años, hablar de sexo interracial era algo impensable, y MacPherson no volvió a dirigir; con eso queda dicho todo…

Traemos aquí al mítico Lo que el viento se llevó (1939) porque, aunque no es un filme esencialmente sobre el racismo, sí es cierto que, al fondo, late ese tema, pues lo que se nos narra (aparte de la historia romántica de primer plano, con Scarlett O’Hara y Rhett Butler como protagonistas) no es sino una guerra por el esclavismo, una vez que la presidencia de Lincoln abolió esa aberración y los estados sureños se alzaron en armas para perpetuar la posición privilegiada de los blancos sobre los negros. No hay un tratamiento estrictamente racista en el filme, es cierto, pero sí un evidente paternalismo hacia la figura de la criada negra de Scarlett, la llamada Mammy (estupenda Hattie McDaniel, primer Oscar de la Historia del Cine para una intérprete afroamericana), retratada aquí con la condescendencia de los blancos que se creen superiores y relegan a la sirviente no sólo al papel de servicio de sus amos blanquitos, sino también al de bufones, pintados como graciosos, un poco zumbados, casi menores que deberían ser tutelados por sus mayores, “lógicamente” de piel alba.

Tenemos que dar un salto de un decenio más para encontrar un título cuya temática está específicamente relacionada con el racismo. Se trata de Han matado a un hombre blanco (1949), que lleva implícito en su título español (no así en el inglés, Intruder in the dust, algo así como “Intruso en el polvo”) el tema racista, pues debería ser irrelevante si el muerto es blanco, negro, indio o chino. Dirigida por el artesanal Clarence Brown, que tampoco es que fuera un activista antirracista precisamente, el filme narraba, con base en la novela de Faulkner, el intento de linchamiento de un negro acusado por vaguedades del crimen del título, y cómo una inesperada alianza de varias personas disparejas evitará esa tropelía. En ese mismo año se rueda otro filme de temática que encaja en el objeto de este estudio: es El color de la sangre (1949), con dirección de Alfred L. Werker, en el que un mestizo con sangre negra pero apariencia blanca (lo que en español se denomina cuarterón, hijo de blanco y negra, o viceversa) tendrá que hacerse pasar por lo que no es para evitar el estigma del racismo que lo asuela. Por supuesto, su secreto dejará de serlo, con fatales consecuencias.


¿Ah, pero existen los negros?

A partir de la década de los cincuenta, la comunidad negra empieza a tener alguna aparición en pantalla más allá de los duros (y escasos) melodramas relativos a su postergación con respecto a la raza blanca. Así, se ruedan sendos musicales de corte específicamente negro: Carmen Jones (1954), del liberal Otto Preminger, adaptación al universo afroamericano del clásico operístico de Bizet, con las estrellas negras Harry Belafonte y Dorothy Dandridge, en la que se puede considerar con justicia la primera película de temática exclusivamente “coloured” que no conllevaba ningún tipo de tragedia por el color de la piel; el otro título musical, ya al final de la década de los cincuenta, es Porgy and Bess (1959), adaptación de la ópera original de George Gershwin y DuBose Heyward, con Sidney Poitier y, de nuevo, Dorothy Dandridge en los papeles estelares.

Los años cincuenta, sin embargo, no se libraron de reflejar en la gran pantalla la “tragedia” del negro por el color de su piel, temática mayoritaria hasta entonces en la exigua filmografía que había tratado el tema. Es el caso de La esclava libre (1957), rodada por el siempre buen profesional Raoul Walsh, una historia ambientada en los Estados Unidos pre-abolicionistas, con joven hacendada a la que, al morir su padre, la acusan de ser hija de una sirvienta negra y con ello la despojan de su heredad y vendida como esclava; Clark Gable era el macho alfa que la rescatará, y la improbable negra con cara blanca era Yvonne de Carlo… Fugitivos (1958) aportará una nueva visión sobre el racismo: aquí nos encontramos con dos presos encadenados y huidos, uno blanco y otro negro, y cómo deberán aprender a colaborar, a pesar de sus respectivas reticencias raciales, para poder escapar con bien de su aventura. Tony Curtis era el blanco y Sidney Poitier el negro, siendo este el actor que durante aquellos años (y los sesenta y parte de los setenta) se convirtió en el prototipo del intérprete negro que gustaba a los blancos: guapo, elegante, educado. Dirigía el liberal Stanley Kramer, un director que tocó el tema del racismo/antirracismo en varios de sus filmes.

La década de los sesenta podría dividirse en dos períodos. En el primero, cronológicamente situado al principio de esa década, se insiste en el mensaje antirracista con los negros como víctimas, acusados de atropellos sin cuento (y sin justificación). Es el caso de la magnífica El sargento negro (1960), de John Ford, donde un militar afroamericano del Ejército yanqui será acusado infundadamente del asalto vesánico de una mujer; Woody Strode, el protagonista, hacía el papel de su vida, aunque por supuesto los Oscars no se dieron por aludidos. También en esa misma línea está la espléndida Matar a un ruiseñor (1962), sobre la novela homónima de Harper Lee, con dirección de Robert Mulligan, un cineasta poco apreciado al que el tiempo debería situar en el lugar de privilegio que se merece; aquí de nuevo tendremos al hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca, y al abogado (magnífico Gregory Peck; pero, cuándo no lo estuvo…) que, contra viento y marea, se encargará de su defensa.


Tomar conciencia

Sin embargo, la segunda parte de los años sesenta, en cuanto al tratamiento del tema racial en las grandes pantallas, hay un cambio interesante: los negros pasan de ser víctimas a empezar a reivindicar su humanidad y su igualdad de derechos con los blancos. Evidentemente, no estamos ante un fenómeno aislado surgido de la nada; en ello influyeron los movimientos civiles que, con Martin Luther King a la cabeza, reivindicaron la abolición de la discriminación racial que todavía entonces era habitual en muchos estados norteamericanos. A partir de entonces, y curiosamente coincidiendo en un mismo año, 1967 (aún no habían asesinado a King y parecía que la lucha por los derechos civiles sería incruenta), tres películas tratan de lleno el tema racial, además desde una intencionalidad manifiestamente comercial, sin por ello perder su importante mensaje. En Adivina quién viene esta noche, con dirección (de nuevo) de Stanley Kramer, un matrimonio formado por dos liberales (estupendos Spencer Tracy y Katharine Hepburn) recibe a cenar a su hija y al novio de esta, al que van a conocer. Cuando el prometido resulta ser de raza negra (aunque con los bellos rasgos de Sidney Poitier), la liberalidad de la pareja se pone en entredicho…

Pero si en ese filme era un negro el que tenía que ser aceptado por blancos liberales, en En el calor de la noche la cosa es más complicada; en ella el inspector Tibbs, de raza negra (de nuevo Poitier, en un registro distinto, bastante más duro) es encargado de investigar un crimen en un estado tan históricamente racista como Mississippi, con las evidentes reticencias (por decirlo benévolamente) de las fuerzas vivas del lugar. Dirigía Norman Jewison, y la película tuvo tanto éxito comercial (y fue premiada con cinco Oscars; ninguno para Poitier, extrañamente…) que tuvo dos secuelas, rodadas ya en los años setenta, Ahora me llaman señor Tibbs (1970), con dirección de Gordon Douglas, y El inspectos Tibbs contra la Organización (1971), dirigida por Don Medford.

La tercera de las películas rodadas sobre el tema en la segunda parte de los años sesenta será Rebelión en las aulas (1967), aunque en este caso es de nacionalidad británica. Dirigió James Clavell, y de nuevo será Sidney Poitier quien se ponga al frente del reparto, ahora como profesor negro en un conflictivo colegio londinense, donde el color de su piel no será precisamente muy apreciado.

En la segunda parte de este artículo estudiaremos la evolución que el tratamiento del racismo ha tenido en el cine USA durante las décadas de los setenta y ochenta.


Pie de foto: Sidney Poitier, Katharine Houghton, Katharine Hepburn y Spencer Tracy en una escena de Adivina quién viene esta noche.

Próximo artículo: El racismo en el cine USA: De “El nacimiento de una nación” (1915) a “El nacimiento de una nación” (2016). Reivindicación (II)