Enrique Colmena

El estreno de Un método peligroso, el último David Cronenberg, nos da pie a comentar la carrera, ya dilatada, de un productor peculiar. El londinense Jeremy Thomas se ha caracterizado durante toda su carrera por apoyar a cineastas generalmente valiosos, que han propuesto siempre un tipo de cine no vinculado a los grandes circuitos comerciales. No es que Thomas sea un francotirador, ni alguien a quien le gusta tirar su dinero a manos llenas; por el contrario, el inglés se aproxima más a la figura del productor europeo que busca fomentar un tipo de cine alternativo, un cine con cosas de decir, en la misma línea que podría tener Elías Querejeta en España, Paulo Branco en Portugal o el fallecido Serge Silberman en Francia.

Thomas es, por tanto, un productor atípico, alejado del arquetipo de Hollywood. Empezó a producir en 1976, y su debut en tal tarea fue toda una declaración de intenciones: Mad Morgan, un extraño western (situado en Australia) de un outsider, Philippe Mora, una rareza que tuvo escasa repercusión pero que seguramente encaminó a su productor hacia un cine inhabitual en los circuitos al uso. En 1979, con El grito, sobre el texto de Robert Graves y con producción de Thomas, Jerzy Skolimowski consiguió uno de sus mejores filmes, una historia de terror telúrico, desasosegante. A partir de los años ochenta Jeremy desarrolla una fecunda colaboración con Nicholas Roeg, al que le produce varios títulos, entre ellos Contratiempo y Eureka. En esa misma época también produce el último gran filme de Nagisa Oshima, Feliz Navidad, Mister Lawrence, y una de las primeras películas de Stephen Frears, The hit.

Es también en esa década cuando Thomas comienza su dilatada colaboración con Bernardo Bertolucci, para quien produjo El último emperador, a la que siguieron en décadas posteriores El cielo protector, Pequeño Buda, Belleza robada y Soñadores.

En los años noventa Thomas está en la producción de Todo el mundo gana, último filme para pantalla grande de Karel Reisz, uno de los componentes “pata negra” del Free Cinema inglés, pero empieza también una feraz colaboración con el canadiense David Cronenberg, a quien facilitará el rodaje de El almuerzo desnudo, Crash y, ahora, Un método peligroso.  A Volker Schlöndorff le producirá El ogro, regreso del cineasta alemán a su tierra tras su irregular carrera en Estados Unidos. Bob Rafelson, cineasta norteamericano raro donde los haya, encontró financiación para su Sangre y vino (por cierto, una de las últimas interpretaciones interesantes de Jack Nicholson) de la mano de Jeremy Thomas. Incluso cuando Johnny Depp dio el salto tras la cámara con su (hasta ahora) única película como director, The brave, ahí estuvo Thomas, a pesar de que era evidente que se trataba de un proyecto a todas luces reluctante a las taquillas y sin futuro comercial.

Su interés por cines alternativos le ha llevado a producir en países como Japón, donde, además de a Oshima (al que también produjo su más reciente Gohatto), también financió a Takeshi Kitano su Brother; asimismo, ha producido al israelí Amos Gitai en Promised Land.

En resumen, Jeremy Thomas es uno de esos productores que a uno le gustaría que abundaran más; apuestan por un cine distinto, un cine que, sin renunciar a la taquilla, pone el acento en historias que interesen al ser humano y le hagan pensar, contadas por cineastas con mundo propio y con cosas, muchas cosas, que decir. Lástima que Thomas, como Querejeta o Branco, sea la raya en el agua en el habitual adocenamiento de la producción cinematográfica.