Enrique Colmena

El estreno de "Pasos", la ópera prima de Federico Luppi como director, trae a la actualidad el tema de la Transición Española, ese período que podría encuadrarse entre la muerte de Franco en 1975 y las elecciones de 1982 que llevaron al poder al PSOE de Felipe González. Para los no españoles, una definición: se conoce como Transición Española el período histórico en el que se pasó del régimen autártico y dictatorial del general Franco (que gobernó España con mano de hierro durante cuarenta años) a una democracia plena, homologable con los países de nuestro entorno, en una delicadísima maniobra política en la que tuvieron un papel protagonista el Rey Juan Carlos, el presidente Suárez y líderes de la oposición como González y Carrillo, pero, sobre todo, el pueblo español, que demostró reiteradamente una madurez admirable.
Pues bien, ese convulso período histórico, en el que se gestó y forjó la consolidación de un Estado de plenas garantías constitucionales, donde la democracia, por fin, arraigó, y donde se han conseguido las mayores cotas de bienestar social y económico que se recuerdan en esta vieja y castigada piel de toro, ese convulso período histórico, digo/decía (como escribiría Umbral), apenas si ha tenido reflejo en el cine español, casi siempre más atareado en reflejar temas marginales o escatologías varias, antes que en recordar su historia reciente, sin la cual no estaríamos aquí, o al menos no así.
"Pasos" se sitúa en el 23 de febrero de 1981, el día del fatídico y fallido golpe de Estado del teniente coronel Tejero, aunque después ese hecho histórico poco tiene que ver con la trama. Sí es cierto que algunas de las cuestiones que se debatían en la época (la Ley del Divorcio, por ejemplo) tienen una incidencia apreciable. Curiosamente, no es la única película reciente que se ambienta en esos días: "El calentito", la nueva película de Chus Gutiérrez, pendiente de estreno cuando se escriben estas líneas, también sucede alrededor de aquel 23-F que marcó a la sociedad española de la época.
Otro asunto de ese momento histórico que hoy conocemos como Transición, y que el cine ha tratado, fue la matanza de los abogados laboralistas de Atocha, en 1977, que Juan Antonio Bardem, el siempre fiel militante comunista, llevó a la pantalla con tintes hagiográficos en "Siete días de Enero". Curiosamente, el magnicidio en 1973 del presidente Carrero (que indirectamente tanto influyó, a medio plazo, en la reforma política del régimen) fue llevado al cine en dos ocasiones, una apreciable, por Gillo Pontecorvo, en "Operación Ogro", y otra con bastante menos interés, en "Muerte de un presidente (Comando Txiquia)", por José Luis Madrid.
La continua matanza de ETA en la época y la lucha antiterrorista han sido tratadas recientemente en "El Lobo", de Miguel Courtois, no sin interés, y en su momento también Mario Camus trató el tema de la negociación del gobierno, entonces de la UCD, con la banda terrorista (ahora otra vez de actualidad: cansa comprobar que no hay nada nuevo bajo el sol) en "La rusa".
Sin embargo, no se ha hecho nada, que yo recuerde, sobre temas tan cinematográficos como la ejecución de cinco etarras en septiembre de 1975, el último acto de dureza de Franco, poco antes de enfermar hasta morir. Tampoco se ha reflejado adecuadamente en cine asuntos tan críticos como el famoso Sábado Santo de 1977, cuando el presidente Suárez, en un gesto de audacia política sin precedentes, legalizó al Partido Comunista, mientras el Ejército del dictador permanecía intacto y su cúpula mantenía una devoción sin límites por el Caudillo. Aquel día tembló España, temiendo que el ruido de sables abocara al país a un nuevo período de oscuridad. No pasó así, afortunadamente, tal vez porque el Ejército ya sabía entonces que la llegada de la democracia era irreversible, y que la legalización del PCE, lejos de auparle al poder, lo que haría sería arrojarlo a las tinieblas exteriores en las que sigue languideciendo, a la espera de su extinción por consunción. No digo nada sobre que no se hayan llevado al cine los Pactos de la Moncloa, porque entiendo que es una cuestión farragosa y administrativa, aunque los españoles no sepamos cuánta importancia tuvieron aquellos acuerdos para gozar hoy de un régimen de libertades y de un país económicamente próspero.
El triunfo de la UCD de Suárez en 1977 y su posterior desmoronamiento político; el Parlamento sobrevenidamente constituyente que surgió de esas elecciones; la victoria del PSOE en las municipales de 1979, que auguró el definitivo éxito en las legislativas de 1982; la complicada elaboración del puzzle autonómico para descafeinar a las llamadas nacionalidades históricas (aquel famoso "café para todos", que entonces fue útil pero que podría llevar consigo el germen de la desintegración de España); la abortada asonada militar en la víspera de la victoria socialista en el 82... fueron otros muchos asuntos de aquellos años que sería bueno que aparecieran en la pantalla grande, como escenario o paisaje de historias estimulantes. Para ello, desde luego, tendría que ocurrir que nuestros creadores cinematográficos, si no es mucho pedir, dejaran de mirarse tanto el ombligo y escudriñaran algo más atrás, o al menos a su alrededor. No tengo mucha esperanza de que suceda, pero, ¿quién sabe?: cosas más raras se han visto...