Enrique Colmena

Este país nuestro que es España ya se sabe que es elogioso "ad nauseam" con los muertos pero despelleja vivos a los ídem. Hasta la semana pasada nadie se acordaba de Juan Antonio Bardem, que prácticamente mendigaba la posibilidad de poder seguir dirigiendo cine; todo ha sido morirse y ya ha salido el grupo de corifeos correspondiente, elevándolo a los altares laicos como si fuera Sergei M. Eisenstein.
Pero lo cierto es que en la figura de J.A. Bardem (que es como a él le gustaba firmar sus películas) hay zonas de luz muy notables, pero también, e igualmente llamativas, zonas de sombra que no se pueden callar. Por eso, lo justo es dar al César lo que es del César, y en este caso a Bardem lo que es de Bardem.
Juan Antonio nació en 1922 en Madrid, misma ciudad donde murió el pasado 30 de Octubre. De padres actores, Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro, se vio pronto influido por el ambiente familiar y se diplomó en cine en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), rimbombante nombre franquista del germen de lo que después sería la floreciente (y paradójicamente tan antifranquista...) Escuela Oficial de Cine (EOC).
En 1951 hace su primera película, al alimón con otro joven de prometedor, entonces, futuro, Luis Berlanga; su título, "Esa pareja feliz", y enseguida llama la atención al tratarse de una comedia teóricamente amable pero en la que subyace una evidente carga de profundidad sobre los problemas de las incipientes familias en la España de principios de los años cincuenta. De ideología comunista, Bardem se vería mediatizado durante casi toda su carrera por poner antes sus ideas que su trayectoria como cineasta, y ello le perjudicó considerablemente, como no podía ser menos.
Su siguiente filme, "Cómicos", rodada en 1953, es una hermosa criptobiografía de la vida de sus padres, una crónica de los artistas ambulantes que recorrían España con sus pequeños teatritos, dando vida y cultura a pueblos que jamás habían visto una función teatral. "Felices pascuas", rodada al año siguiente, es una comedia sentimental que pone en solfa, de forma amable, las costumbres navideñas. Pero en 1955 Bardem realiza su obra maestra, "Muerte de un ciclista", enorme thriller de percutante fuerza, en el que no es ocioso citar el nombre de Dostoievski y su imprescindible "Crimen y castigo", una película espléndida, con una pareja de notable química, Alberto Closas y Lucía Bosé, un tema adulto, nada menos que un adulterio que no puede ser desvelado, e incluso las primeras imágenes de disturbios estudiantiles; tengo la impresión de que el propio Bardem se murió sin saber cómo fue posible que la rígida censura franquista de la época le permitiera tales libertades. Al año siguiente, y todavía en racha de aciertos, dirige "Calle Mayor", sobre la obra teatral de Carlos Arniches, un doloroso melodrama sobre dos pícaros que embaucan a una joven solterona haciéndola creer en el amor, historia que, curiosamente, muchos años más tarde retomaría el cine norteamericano, quizá sin saberlo, en la también notable "En compañía de hombres", de Neil LaBute.
"La venganza", su filme de 1957, se iba a titular "Los segadores", pero la censura lo impidió, dado que parecía reivindicar el himno catalán "Els segadors", entonces proscrito. Era un bronco drama que no terminaba de convencer. Como tampoco lo hizo su adaptación de Valle-Inclán en "Sonatas", manifiestamente prescindible aunque rodada con su habitual solvencia profesional. En 1960 hace un acercamiento interesante al mundo taurino desde una perspectiva distinta, "A las cinco de la tarde", apoyándose en un texto teatral de Alfonso Sastre. "Los inocentes" es su película de 1962, una oscura coproducción con Argentina, con una alambicada historia de amor que no interesa a nadie.
En 1963 Bardem parece recuperar el pulso con "Nunca pasa nada", sobre la forzosa estancia de una vedette en un pueblecito y cómo lo revoluciona, pero dos años después parece perder de nuevo los papeles con la ambiciosa y vacía "Los pianos mecánicos", protagonizada por Melina Mercouri y carente de interés. "El último día de la guerra", con George Maharis, es una rutinaria aproximación a un hecho ficticio ambientado en la Segunda Guerra Mundial, y en 1970 con "Varietés" pretende recuperar el tono de "Cómicos", de la que es un "remake" inconfeso, pero teniendo que plegarse ahora a la entonces poderosa estrella Sara Montiel.
En 1972 Bardem sirve al cambio de imagen de Marisol, desde entonces Pepa Flores, que, con "La corrupción de Chris Miller" pretende dejar muy atrás su personaje de chica ñoña que popularizó en una docena larga de filmes; el fracaso fue total. Con el rumbo ya claramente perdido, Juan Antonio hace al año siguiente una meliflua adaptación nada menos que de Julio Verne, con el que no tiene punto alguno de contacto temático ni estético ni desde luego ideológico; su versión de "La isla misteriosa", con Omar Sharif, ha sido justamente olvidada. De nuevo en 1975 sirve un nuevo vehículo para Pepa Flores, "El poder del deseo", ahora con generosos desnudos, en la etapa de la Transición Española que se conoce como "el destape", pero, aparte del morbo por ver los pechos de la hasta unos años antes angelical Marisol, la película no despierta nada más.
Con la llegada de la democracia a España parece que Bardem quiere reencauzar su carrera y dirige en 1976 "El puente", fábula sobre un obrero apolítico y cómo un largo fin de semana supondrá para él un viaje físico pero también iniciático y cómo se concienciará de las desigualdades e injusticias de este mundo, con un Alfredo Landa ciertamente notable. La película, ya sin las rémoras de la censura, sonaba a panfleto y, aunque tuvo cierto éxito, no supondría una continuidad en el tema.
Como afiliado de postín del Partido Comunista, es encargado de llevar al cine "Siete días de Enero", sobre la matanza de los abogados laboralistas del PCE que tuvo lugar en la calle Atocha, de Madrid. Con algunos momentos de auténtica emoción, sin embargo con frecuencia se deslizaba por el habitual dogmatismo de su ideología.
Sorprendentemente, Bardem no rueda más hasta 1982, y ello muy lejos de España, en Bulgaria, con "La advertencia", bostezante biografía (que parecía rodada enteramente por un cineasta de aquellas latitudes y de la época de las mayorías "a la búlgara") sobre un prohombre, lógicamente comunista, de aquellos lares. Su siguiente trabajo, ya en España y en 1987, sería la serie televisiva "Lorca, muerte de un poeta", profesional, solvente pero carente de alma, igual que ocurría con el también serial para televisión "El joven Picasso", rodado en 1993.
Cinco años más pasan hasta que rueda su último filme, "Resultado final", lamentable vehículo a mayor gloria de la modelo y, sobre todo, carne de revista de corazón Mar Flores, con un fondo político de la Transición que pretendía hacer un retrato de la evolución del ciudadano español desde la muerte de Franco, pero que se quedaba en un panfleto superficial y sin interés alguno.
Bardem ha hecho grandes películas, y es un nombre de referencia indiscutible en el cine español; lamentablemente, pudo más en su interior el comunista que el cineasta, y en esa derrota del director en su pugna con el ideólogo seguramente estuvo el origen de que su carrera, sobre todo a partir de los años setenta, no estuviera ni de lejos a la altura que se merecía y que su talento e inteligencia hacía prever. En cualquier caso, su "B", como la de Berlanga y Buñuel, sigue siendo una letra sobre la que pivota el mejor cine español y sin sus películas de los años cincuenta nuestro cinema no habría sido capaz, seguramente, de evolucionar hacia las formas mucho más libres de los años sesenta y posteriores. Su semilla fue fecunda, aunque no pudiera llegar a ser lo que mereció ser. Descanse en paz.