Enrique Colmena

Nacido en Berlín en 1931, este setentón que es Mike Nichols tendrá un lugar en la Historia del Cine por tres o cuatro buenas películas que, además, marcaron una época y, probablemente, a mucha gente de cierta generación, concretamente la que a finales de los sesenta y primeros de los setenta se asomaba a la mayoría de edad.
Nichols comenzó en la dirección cinematográfica ya algo talludito, en 1966, cuando había sobrepasado de largo la treintena. Pero su debú fue sonado, nada menos que la adaptación al cine del drama de Edward Albee "¿Quién teme a Virgina Woolf?", que en su momento levantó ampollas al ser los dos protagonistas, Liz Taylor y Richard Burton, pareja en la vida real. Pero su gran éxito, por el que pasará definitivamente a la posteridad, sería su siguiente filme, "El graduado", donde consiguió una rara atmósfera de turbiedad en la relación de un pipiolo Dustin Hoffman y una ninfómana Anne Bancroft, que marcaría los sueños húmedos de buena parte de la generación de coetáneos de aquel adolescente acosado sexualmente por la que podría ser su madre. Lástima que el final resultara tan feliz como falso, tan de comer perdices, cuando lo que se había insinuado (faltaban aún cinco años para que se rodara "El último tango en París" y, con ello, se perdiera la inocencia en el cine) era de tan alto voltaje de realismo erótico. Pocos años después Nichols reincide en el tema con "Conocimiento carnal", bastante más explícito, con dos parejas y sus juegos amorosos, aunque de nuevo la moraleja resulta más bien ser moralina; pero seguía estando claro que Mike era uno de los pocos cineastas de la época que sabía hablar de relaciones de pareja con tono adulto.
Después el berlinés se pierde en productos comerciales de poca monta, para reaparecer en los años ochenta con "Silkwood", un drama protoecologista que le permitió a una por entonces pujante Meryl Streep un nuevo recital interpretativo. Algunas comedias en esa década, como "Se acabó el pastel" o "Armas de mujer", simplemente recordaron que Nichols no se había muerto, aunque era cierto que su tono había bajado considerablemente, siendo entonces un apañado profesional, incluso en temas de relaciones amorosas, pero sin el genio que había demostrado años atrás. Los años noventa no fueron especialmente mejores: al servicio de Harrison Ford en "A propósito de Henry", producto comercial a mayor gloria del protagonista de la saga de Indiana Jones, o filmes entre el terror y la comedia urbana, como "Lobo", con Jack Nicholson, parecieron confirmar que Nichols hacía tiempo que había perdido su varita mágica. "Primary colors", ya a finales de los noventa, lo presentaba con una faceta relativamente novedosa, la comedia de tintes políticos.
El siglo XXI lo trae en plena forma con "Closer. Cegados por el deseo" (ver crítica en CRITICALIA), donde vuelve a confirmar su buena mano para hacer cine sobre las siempre difíciles relaciones entre hombres y mujeres. Seguramente no tendrá el impacto que en su momento consiguió "El graduado", pero no cabe duda que es reconfortante reencontrarse con el talento intermitente de este cineasta peculiar.