Enrique Colmena

El 9 de Diciembre de 1916 nacía en Amsterdam, población del Estado de Nueva York (Estados Unidos de América), Issur Danielovitch Demsky. Sus padres eran inmigrantes judíos procedentes de la actual Bielorrusia. Era una familia de extracción humilde, y además el progenitor, de profesión trapero, abandonó a la familia cuando el pequeño Issur contaba sólo cinco años. Infancia y juventud fueron sin duda muy duras para el que, con el tiempo, sería mundialmente conocido como Kirk Douglas, que hoy 9 de diciembre de 2016 cumple 100 años.

Graduado en la Universidad de Saint Lawrence, Issur ingresa en la Academia Norteamericana de Arte Dramático, y poco después comienza a trabajar en Broadway. Reclutado para el servicio militar en plena Segunda Guerra Mundial, al terminar el conflicto bélico hace su primera película, El extraño amor de Martha Ivers (1946), a las órdenes de Lewis Milestone y con la entonces ya estrella Barbara Stanwyck. A partir de ahí, la presencia de Douglas en el cine americano será constante y creciente. Su rostro anguloso, su característico hoyuelo en la barba, su pelo claro, además de un indudable talento como actor, le hacen estar en una larga lista de títulos de prestigio de la mejor época de Hollywood, los años cuarenta y cincuenta. Así, lo veremos en potentes películas pertenecientes al cine negro, como Retorno al pasado (1947), de Jacques Tourneur, con Robert Mitchum y Rhonda Fleming, o como, en otro registro dentro del “film noir”, El ídolo de barro (1949), de Mark Robson, pero también en espléndidos melodramas como Carta a tres esposas (1949), de Joseph L. Mankiewicz, o El trompetista (1950), de Michael Curtiz. A partir de los años cincuenta cultiva con frecuencia el western, con filmes como Camino de la horca (1951), del pionero Raoul Walsh, Río de sangre (1952), de Howard Hawks, La pradera sin ley (1955), de King Vidor, Duelo de titanes (1957) y El último tren de Gun Hill (1959), ambas de John Sturges; también tiene tiempo para filmes de muy diversas características, pero que ayudan considerablemente al enaltecimiento de su figura como actor y como estrella de Hollywood: fueron películas como la “negra” Brigada 21 (1915), que hizo para William Wyler, el drama químicamente puro Cautivos del mal (1952), de Vincente Minnelli, la aventura mitológica helenística Ulises (1954), de Mario Camerini, la aventura verniana 20.000 leguas de viaje submarino (1954), de Richard Fleischer, el drama pictórico-histórico El loco del pelo rojo (1956), de nuevo a las órdenes de Minnelli, o la aventura de corte escandinava Los vikingos (1958), otra vez bajo la batuta de Fleischer.

Ya en ese tiempo Douglas se había convertido en un poderoso hombre de Hollywood, alineado indubitablemente en su ala izquierda; a esa posición de influencia había llegado, por supuesto, por sus continuos éxitos como actor, pero también por su nueva faceta como productor que ejerce por primera vez en 1955 en Pacto de honor (por cierto, su productora, Bryna Productions, lleva el nombre de su madre, la que tuvo que sacar adelante a una familia de siete hijos sin ayuda de nadie, tras la defección del padre). Como tal afronta retos que, sin dejar de lado el aspecto comercial (inherente al Hollywood de la Edad de Oro, pero también al actual), busca fundamentalmente otras cuestiones de calado filosófico, sociológico, político. Es el tiempo de sus grandes filmes humanistas, como Senderos de gloria (1957), que produce a Stanley Kubrick, sobre la novela pacifista homónima de Humphrey Cobb, que se puede considerar (quizá junto a Johnny cogió su fusil) como el himno más grande y emotivo que se haya filmado nunca contra las guerras, y en la que Kirk Douglas brilla con especial intensidad como el coronel Dax, que se opone a que sus hombres, contra toda razón, sean llevados a un matadero sin remisión. Con Kubrick repetirá más tarde en otro de sus títulos fundamentales como productor humanista, Espartaco (1960), sobre la vida, lucha y muerte del famoso esclavo que se alzó contra el todopoderoso Imperio Romano. Con este filme, además, Douglas consiguió que volviera a firmar un guión Dalton Trumbo, el escritor que había sido estigmatizado por el Comité McCarthy en la tristemente célebre Caza de Brujas que el senador norteamericano llevó a cabo durante los años cincuenta. Esa historia, por cierto, ha sido recientemente contada en Trumbo: La lista negra de Hollywood (2015), de Jay Roach.

Espartaco quizá supone la cima del cine interpretado por Kirk Douglas. Por supuesto, con posterioridad hará todavía algunas buenas, incluso muy buenas películas, pero ya no será igual. En los años sesenta menudean títulos de menor relieve que los hasta entonces interpretados por la estrella del hoyuelo en la barbilla. Aún así, hay títulos interesantes, como Los valientes andan solos (1962), de David Miller, de nuevo con Trumbo en el guión, y ¿Arde París? (1966), de René Clément. De todas formas, sus hitos fundamentales en esta década vienen de dos cineastas norteamericanos de primerísima línea: El compromiso (1969), de Elia Kazan, filme existencialista de altísimo nivel y espléndida, compleja factura formal, y El día de los tramposos (1970), de Joseph Leo Mankiewicz, western hermosamente crepuscular, una obra maestra.

A partir de ahí ya se suceden las medianías, filmes como El gran duelo (1971), de Lamont Johnson, intento de reverdecer, sin éxito, los laureles del western clásico, o La luz del fin del mundo (1971), de Kevin Billington, buscando con su tema verniano recuperar el éxito de su anterior 20.000 leguas de viaje submarino. Es tiempo entonces de películas que lo exhiben como reclamo comercial, pero que, en general, no le merecen. Será un jovencísimo Brian de Palma quien le dé la oportunidad de descollar por encima de esa mediocridad en La furia (1978), pero, aunque trabajará todavía con otro de los grandes de Hollywood, Stanley Donen, en Saturno 3 (1980), se puede decir que el tiempo del buen cine ya había pasado para Kirk Douglas, convertido en leyenda que aplanaba, fagocitaba, pulverizaba cualquier filme en el que estuviera. Esa década conocerá también los dos únicos títulos en los que Kirk, además de como actor, ejerció también como director. Fue en Pata de palo (1973), libérrimamente inspirado en la stevensoniana La isla del tesoro, y en Los justicieros del Oeste (1975), que intentaba recuperar el aliento épico del western, sin mucho éxito.

Así las cosas, el resto de su filmografía como actor tendrá interés por aspectos ajenos a la calidad cinematográfica. De esta forma, su aparición en El hombre de Río Nevado (1982), de George Miller, daba prestancia a este apreciable intento de hacer un western a la australiana; en Otra ciudad, otra ley (1986), de Jeff Kanew, lo interesante era verle interpretar junto a otro de los grandes de Hollywood, Burt Lancaster. En Bienvenido a Veraz (1991), de Xavier Castano, lo curioso es que rodara bajo pabellón español (además de francés e italiano), con Imanol Arias como cuota hispana. Ya en el siglo XXI, aquejado de una apoplejía que le limitaba físicamente de forma importante, hace Cosas de familia (2003), de Fred Schepisi, cuya particularidad residía en estar interpretada por la mayor parte de la familia Douglas; además del patriarca Kirk aparecía su hijo Michael, su exesposa Diana y su nieto Cameron.

Kirk Douglas es el último vestigio vivo del Hollywood dorado. Por supuesto, también está Olivia de Havilland, que cumplió su centenario en este 2016, concretamente el 1 de julio. Pero el prestigio de Olivia se cimenta sobre todo en su mítica interpretación de Melanie Hamilton en Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming (bueno, y unos cuantos directores más de la época que metieron mano pero no aparecen en los créditos), pero el resto de su filmografía no tiene, ni de lejos, esa entidad. Así que el gran Kirk queda como el último vestigio del gran Hollywood que recordamos, que amamos. ¡Felicidades! Quién le iba a decir al pequeño Issur, el único hijo varón del trapero que huyó cuando tenía cinco años, que iba a ser el último superviviente de una pléyade de artistas como no ha habido ni habrá jamás sobre la Tierra, una pléyade de estrellas que se llaman Gary Cooper, Barbara Stanwyck, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Fred Astaire, Burt Lancaster, Lana Turner, Marilyn Monroe, Cary Grant, Marlon Brando, Bette Davies, Glenn Ford, Rita Hayworth, Paul Newman, Ava Gardner, Montgomery Clift, Elizabeth Taylor, Clark Gable, Audrey Hepburn, Gregory Peck, Katharine Hepburn, Gene Kelly, Deborah Kerr, Robert Mitchum, James Cagney, Susan Hayward, Yul Brynner, Judy Garland… y Kirk Douglas.

Pie de foto: Un fiero Kirk Douglas protagoniza Espartaco.