Enrique Colmena

Tras una primera parte dedicada a los directores de primerísima fila que no han sido galardonados con el Premio Nacional de Cinematografía (en adelante escribiremos PNC, para abreviar), continuamos en esta segunda entrega del tríptico haciendo lo propio, ahora con respecto a los actores y actrices de primera magnitud del cine español que, sin embargo y sorprendentemente, no han sido galardonados con el más importante reconocimiento de la administración cultural.


Intérpretes

Si entre los directores hay casos sangrantes, cineastas que debieron haber obtenido el PNC y se han quedado sin él, entre los actores y actrices pasa tres cuartos de lo mismo. Porque, ¿cómo es posible que Alfredo Landa no fuera premiado en su momento? Al margen de la corriente que la Historia del Cine conoce como “landismo”, un subcine en clave de comedieta o astracanada que tomó el nombre del actor navarro, lo cierto es que Alfredo ya había demostrado previamente su talento en películas como La niña de luto y Atraco a las tres, para retomar tras el landismo una carrera de mérito con films como El puente, Las verdes praderas, El crack y, sobre todo, Los santos inocentes, donde su actuación le valió (ex aequo con Paco Rabal) el Premio de Interpretación en el Festival de Cannes; después aún hizo un buen puñado de grandes interpretaciones: La vaquilla, Tata mía, El bosque animado… Al parecer, insuficiente para ser un PNC, aunque Landa fuera una gloria nacional.

El mismo caso, igual de sangrante, es el de José Luis López Vázquez, con una larguísima carrera de sesenta años, con una primera etapa en la que fue uno de los actores fetiche de Berlanga en pelis como Novio a la vista, Los jueves, milagro y Plácido, pero también imprescindible en las buenas comedias de otros cineastas de la época, como Atraco a las tres, El cochecito y La gran familia; trabajó López Vázquez también con uno de los iconos del Nuevo Cine Español, Carlos Saura, en películas clave del cineasta aragonés como Peppermint frappé, El jardín de las delicias y La prima Angélica, al tiempo que es fichado por la comedieta española, en una línea similar a la del landismo; sin embargo, intermitentemente José Luis interviene en films distintos, con ambición cultural, como El bosque del lobo, Mi querida señorita, No es bueno que el hombre esté solo, Habla, mudita. Con la llegada de la democracia, López Vázquez deja de lado en buena medida la veta de la astracanada y se reconcilia con el buen cine que ya no abandonará: La ciutat cremada, La escopeta nacional (y sus secuelas), La verdad sobre el caso Savolta, La colmena, El maestro de esgrima…. pocos méritos también, a lo que se ve, para reconocer con el más importante premio cinematográfico español a quien fue, y es, un mito de nuestro cine.

Pero si Landa y López Vázquez se fueron para el otro barrio sin el reconocimiento que merecían de forma sobrada, ¿qué podemos decir de otro mito viviente de la interpretación española, que además aún vive y sigue haciendo un cine estupendo? José Sacristán cumple 80 años en estos días en los que se escribe y publica este artículo. Debutó hace 54 años, que ya son años. Con una primera etapa en la que fue un característico seguro para el tipo de comedia simplona de los años sesenta, coqueteando con el landismo, que era la clase de humor que el cine español cultivaba en la época, Sacristán empezará a partir de los años setenta a intervenir en películas que buscaban, además de ser rentables en taquilla, presentar un cine comercial que no se avergonzara de serlo. Títulos como Españolas en París y Vida conyugal sana le muestran ya como un actor de registro más amplio del mero comicastro. Pero será a partir de Los nuevos españoles, que inaugura lo que la Historia del Cine Español conoce como Tercera Vía (intermedia entre el casposo landismo y el Nuevo Cine Español, tan críptico), cuando Pepe Sacristán presenta sus credenciales de actor dúctil, serio, capaz de alternar en el mismo personaje el drama y la comedia. Desde ese momento se suceden los títulos de relieve, en los que Sacristán brilla como el actor de una pieza que es: Las largas vacaciones del 36, Pantaleón y las visitadoras, Parranda… El punto de inflexión sin vuelta atrás vendrá dado por Asignatura pendiente, de Garci, un auténtico “boom” en su momento, al conectar con el sentimiento de toda una generación que se sentía estafada (en sexo, costumbres, instituciones, vida) por el franquismo. Desde ese momento Sacristán abandona el landismo y sus ramificaciones, construyendo una filmografía muy seria y cuidada, ya casi siempre como protagonista absoluto, que en los últimos cuarenta años nos ha dado títulos tan diversos como Un hombre llamado Flor de Otoño, La cripta, La colmena, Epílogo, La noche más hermosa, El viaje a ninguna parte, Un lugar en el mundo, Todos a la cárcel, El muerto y ser feliz (por el que obtendría su único Goya, para vergüenza de la Academia de Cine), Magical girl, Toro. Pues nada, parece escasa cosecha para los jurados de mindundis que otorgan el PNC…

Un caso similar, pero en mujer, es el de Concha Velasco, actriz mítica española donde las haya. Completísima actriz de teatro, cine y televisión, lo ha sido todo en la interpretación en España. Empezó por lo más bajo, de vicetiple de Celia Gámez, pero su talento pronto la hizo escalar en el cine en comedias generalmente bienintencionadas, como Las chicas de la Cruz Roja o El día de los enamorados. Durante los años sesenta su rostro se hizo muy famoso en un tipo de cine comercial que la convirtió en una estrella. Aunque coqueteó con el landismo en su faceta femenina, Velasco pronto comenzará a dar muestras en los años setenta de su interés por hacer un cine más serio, más interesante; con Tormento demuestra su inmenso talento, en un papel diametralmente opuesto a lo que había hecho hasta entonces; a partir de ahí se suceden ya los títulos de relieve: Pim, pam, pum, ¡fuego!, Las bodas de Blanca, Libertad provisional, La colmena… En los años ochenta hace para televisión Teresa de Jesús, serie que la marca como actriz y confirma su hondísima capacidad interpretativa. A partir de ahí, más dedicada al teatro, espacia sus apariciones cinematográficas, pero aún tendrá tiempo de hacer films como Esquilache, Más allá del jardín y París Tombuctú (testamento cinematográfico de Berlanga), para centrarse a partir del siglo XXI en series de televisión a las que ella otorga su impronta de diva del cine español. Pues, a pesar de tanto mérito, sigue sin tener el Premio Nacional de Cinematografía…

Hablando también de veteranos, en este caso ya fallecido, el caso de Antonio Ferrandis es también de libro: empezó en 1953 como secundario nada menos que en Carne de horca, una de las grandes películas españolas de la década. Empezando tan bien, su carrera tenía buenos presagios, aunque su físico quizá le marcaba para papeles de reparto. Así estuvo en muchos films de los años cincuenta y sesenta, trabajando para Berlanga en Plácido y El verdugo, pero también en dramas sociales de la época, como Llegar a más, del exquisito Jesús Fernández Santos. También trabajaría para Vicente Aranda en Fata morgana y para Buñuel en Tristana; coquetea con el landismo, como casi todos los intérpretes de la época, pero a partir de los años setenta comienza a hacer trabajos más relevantes. Interviene entonces en Mi querida señorita y El amor del capitán Brando, pero será en Los nuevos españoles, como Sacristán, donde se destapará como el actor de una pieza que siempre fue. A partir de ahí estará en títulos relevantes como Retrato de familia, El hombre que supo amar, La escopeta nacional… A principios de los ochenta hace el papel que le marcará definitivamente en su carrera, el entrañable Chanquete de la serie televisiva Verano azul, que lo convierte en un mito instantáneo, con una fama que ya no le abandonará hasta su muerte, aunque también le dificultará para poder desarrollar una carrera actoral polifacética. Aún así, hará films tan conocidos como Volver a empezar (primer Oscar a la Mejor Película Extranjera para una peli española), Réquiem por un campesino español, Extramuros… para dedicarse en sus últimos años de vida a las series televisivas. Tampoco Ferrandis, mito nacional, ha merecido el reconocimiento de la administración cultural con el PNC.

Más joven, y afortunadamente viva, Ana Belén lo fue todo en el cine (y en el teatro, y en la televisión, y en la canción…). Empezó de preadolescente con un producto olvidable, Zampo y yo, pero a partir de ahí su carrera cambió sustancialmente y tras pasar por las tablas del teatro, se convirtió en la actriz sólida que siempre fue (aparte de sex-symbol para toda una generación). En los años setenta títulos como Españolas en París y Vida conyugal sana avisaron ya de que había otro cine aparte del landismo rampante y el cripticismo de los cineastas intelectuales. Con Gonzalo Suárez hace Morbo, y con El amor del capitán Brando se convierte en un mito viviente. A partir de ahí sus actuaciones se cuentan por éxitos: Tormento, La petición, Sonámbulos, la serie televisiva Fortunata y Jacinta, que reafirma su preeminencia entre las actrices de su generación, La colmena, Demonios en el jardín, La corte de Faraón, La casa de Bernarda Alba… En los años noventa brillará en La pasión turca y Libertarias, de Aranda, para, a partir del siglo XXI, dedicarse más a la canción. Una trayectoria, entonces, que incomprensiblemente sigue sin recibir un más que merecido Premio Nacional de Cinematografía.

Más joven que Ana Belén, Victoria Abril tiene una carrera como actriz que ciertamente da envidia. Comenzó haciendo de adolescente lolitesca en los primeros escarceos de la llamada “apertura”, que buscaba, con la tolerancia de la Censura franquista, mostrar cuantos más centímetros de epidermis mejor. Pero enseguida Victoria empezó a hacer cine de verdad con Vicente Aranda, para el que sería su actriz fetiche durante los setenta, ochenta y noventa, y con el que daría buena medida de su extraordinaria ductilidad en films como Cambio de sexo, La muchacha de las bragas de oro, Tiempo de silencio, Si te dicen que caí, y, sobre todos, Amantes, la obra maestra arandiana. Pero Abril no se limitó a hacer cine con el director catalán, sino que su obra está plagada de películas de interés con muy diversos directores, desde Almodóvar, para el que hizo films como Átame!, Tacones lejanos y Kika, hasta Agustín Díaz Yanes, para el que trabajó en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (único Goya hasta ahora conseguido, también para baldón de la Academia), Sin noticias de Dios y Solo quiero caminar, además de otras muchas películas de interés: La noche más hermosa, Río abajo, Padre nuestro… Desde los años noventa se hace un hueco en la cinematografía francesa, que en los últimos años se ha convertido ya en su paisaje habitual para rodar. Victoria lo ha sido todo en el cine español: dotada para la comedia y para el drama, no hay actriz en su generación que iguale su talento desmesurado. Quizá su complicado carácter haya dificultado su reconocimiento con el Premio Nacional de Cinematografía, pero esa no debería ser excusa.

Pie de foto: José Luis López Vázquez en una imagen de Mi querida señorita.


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