Enrique Colmena

Está caliente aún el estreno de “Shutter Island”, acogido con diversidad de opiniones entre la crítica; me cuento entre sus detractores, y no por “posse”, como sabrá el asiduo visitante de CRITICALIA, sino porque me parece un lamentable thriller de manicomios, tramposo y escasamente estiloso, cuando si hay algo que caracteriza al cineasta neoyorquino es, precisamente, su gran clase cinematográfica, algo que en este olvidable “suspense” de aspecto “vintage” apenas si aparece en alguna escena (véase, por ejemplo, los excursos oníricos del protagonista, cuando rememora bajo la pátina del sueño su entrada liberadora en Dachau y los papeles de los expedientes vuelan por las habitaciones, como si fuera una lluvia, dolorosa y patética, de las vidas de los que allí fueron exterminados).
Scorsese no es el primer director, ni será el último, que se aficiona a un actor y lo hace su fetiche. Hombre, hay casos literalmente de amor, como el de Jean Cocteau, que hizo de su amante Jean Marais el protagonista de buena parte de sus filmes, o el de Luchino Visconti, que hizo lo propio con Helmut Berger. Pero no hablamos de estos casos en los que el amor está de por medio, sino en los que los criterios son estrictamente profesionales. De los más llamativos quizá sea el caso de Tim Burton y Johhny Depp, que han colaborado juntos en siete ocasiones (hasta ahora, incluyendo “Alicia en el país de las maravillas” y la voz de “La novia cadáver”), aunque el propio Scorsese tiene otro antecedente incluso más numeroso, con Robert de Niro, que hizo para él hasta ocho películas.
Pero no hay comparación: para Scorsese, ese camaleón que responde al nombre de Bobby De Niro hizo prácticamente de todo: de gánster, desde luego, en “Uno de los nuestros” y “Casino”, pero también de comicastro en “El rey de la comedia”, de boxeador un punto sonado en “Toro salvaje”, o de taxista con un tornillo flojo en “Taxi driver”, además de majareta pasado de vueltas en “Malas calles”, cantante torturado en “New York, New York” y ex presidiario sediento de venganza en “El cabo del miedo”. Y lo bueno es que todo lo hizo bien, en todos esos papeles era perfectamente creíble; bueno, quizá en el que menos en “El rey de la comedia”, porque la vis cómica de Bobby es bastante endeble…
Pero es que en el caso de Leonardo DiCaprio, la coyunda (artística, que no de otro tipo) que mantiene con Scorsese está dando los peores frutos imaginables en un cineasta que siempre ha sido el paradigma del director de talento de Hollywood. Porque en “Gangs of New York” nadie se creía que este niñato pudiera llegar a gobernar las bandas de delincuentes que asolaron los primeros años de la Gran Manzana, cuando parece tener problemas para poder atarse los cordones de los zapatos. En “El aviador” hacía un Howard Hugues tan esforzado como manifiestamente inverosímil: ¿así es como se suponía que era el hombre que tuvo en jaque a la industria aeronáutica norteamericana, y se convirtió en una leyenda para la prensa por su práctica desaparición de la vida pública durante decenios? Su tercera colaboración, “Infiltrados”, es verdad que mejora bastante los anteriores títulos, pero es DiCaprio precisamente quien falla, no dando la talla de este topo infiltrado en la Mafia y que se escapa continuamente de dar el “cante” como tal: no sería por lo convincente que resulta. En “Shutter Island” nunca nos terminamos de creer que este alfeñique con cara de querubín de Rubens sea el bragado detective, con tormentoso pasado en la Segunda Guerra Mundial, sobre el que gira toda la trama.
Y no es cuestión de aspecto: De Niro se supo adaptar a todos los papeles porque su talento es (quizá habría que decir era: hace años que no interpreta un papel decente, lanzado a la vorágine de recaudar cuanto más dinero mejor para su productora Tribeca) inmenso, y era capaz de meterse en la piel de todos los personajes y hacerlos creíbles. Sin embargo, uno ve a DiCaprio en cualquiera de las películas hechas para Scorsese y, salvo que el escenario y atrezzo aclare algo, no sabremos cuál de ellas estamos viendo, en todas está igual, es DiCaprio haciendo un papel perfectamente intercambiable con cualesquiera otros.
Me parece estupendo que Scorsese tenga un actor fetiche; pero, Marty, hombre, a ver si mejoras el gusto. Lo último es que juntos, DiCaprio y Scorsese, van a hacer nada menos que la biografía de Sinatra: ¡horror! Nada más pensar en el flan de Leo intentando dar la imponente presencia escénica y cinematográfica del gran Frank, se me pone la carne de gallina…
Y que conste que, cuando nadie sabía nada de Leo DiCaprio, el que escribe estas líneas apuntó, al estrenarse “¿A quién ama Gilbert Grape?”, que ahí había un actor de gran futuro; ahora tengo que decir que me equivoqué, pero también acerté. Acerté porque futuro tenía, y mucho: hizo algunos años después “Titanic” y rompió la pana (comercialmente hablando), y me equivoqué porque lo que es como actor, desde luego, no llegará muy lejos: otra cosa es como estrella, que ya se sabe que no tiene por qué ser lo mismo…