Enrique Colmena

Durante el mes de marzo han coincidido dos circunstancias noticiosas con cierta relación: una, el estreno de “En el punto de mira”, un thriller de Pete Travis ambientado en Salamanca (…), en el que se cuenta una compleja conspiración contra el presidente de los Estados Unidos, y por otro lado la controvertida campaña electoral para la elección de la primera magistratura de ese país, que tendrá lugar, como es tradición en la tierra de Mickey Mouse, el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre de los años bisiestos. Cuando escribimos estas líneas el candidato republicano ya está cantado, John McCain, ese señor que parece por el apellido el dueño de las patatas fritas congeladas McCain, pero que al parecer nada tiene que ver; y por el lado demócrata las espadas siguen en alto entre Barack Obama y Hillary Clinton, aunque me da la impresión de que el candidato casi negro (ya saben lo que dicen de él: no es “afroamericano” sino “africano” y “americano”: estos yanquis, siempre tan dados al matiz…) se llevará el gato al agua, en detrimento de la candidata casi mujer (otro chiste de aquellos lares a cuenta de la dureza cuasi viril de la ex primera dama), para después, como siempre, perder ante el candidato del “stablishment”, que a estos efectos será el de las papas congelás…
Volviendo a lo que decíamos: es curiosa la gran variedad de actores, incluso de primera línea, que han interpretado a presidentes de los Estados Unidos, ya sean estos reales o, las más de las veces, ficticios. En la ahora de actualidad “En el punto de mira” ese papel lo interpreta William Hurt, ciertamente con una convicción y una filantropía que ya quisiéramos con frecuencia en el rey republicano de las Américas. En esa misma línea de bpnhomía habría que recordar el presidente USA que compuso Morgan Freeman en “Deep Impact”: también es verdad que, para una vez que se pone en pantalla un presidente de raza negra (lo que, a este paso, verán nuestros nietos, cuando ya sean talluditos…), resulta que tiene que dar a la humanidad la noticia de que el mundo se acaba por el impacto de un meteorito… En esa misma línea positiva, aunque con otro tono muy distinto, Michael Douglas hizo de presi viudo y sin amor en “El presidente y Miss Wade”, en la que se enamora de una madurita de buen ver (Annette Bening, para más señas) y como ello influirá en su gestión.
Claro que los más chocantes pueden ser aquellos presidentes a los que los guionistas hacen actuar como héroes, probablemente para encumbrar a sus dirigentes en cometidos que, con toda seguridad, jamás realizarán: véase el caso de Harrison Ford en “Air Force One”, donde él solito, con la única ayuda de sus manos y su prodigiosa inteligencia (para eso ha llegado a líder de la primera potencia mundial: vamos, como George W. Bush, que también llegó por su “inteligencia”…), consigue reducir a un pequeño ejército de malísimos comunistas que han secuestrado a la Primera Familia (esto de las mayúsculas para la parentela del presi es tela de chirriante, como si estuvieran hablando de Dios…) y reconducir una crisis mundial a base de puñetazos y patadas. Peor todavía es el caso de Bill Pullman en “Independence Day”, donde se pone a los mandos de un caza para reventar a los malísimos extraterrestres que pretendían conquistar la Tierra.
Lo cierto es que el tono que prevalece en los presidentes norteamericanos ficticios, sorprendentemente, es el negativo: el peor es, probablemente, el personaje que compone el gran Gene Hackman en “Poder absoluto”, dirigida por el no menos grande Clint Eastwood, en el que el presidente es un tipo deleznable, un criminal que intenta encubrir su atroz delito. También los presidentes que presenta John Carpenter en su díptico formado por “1997: Rescate en Nueva York” (Donald Pleasence) y “2013: Rescate en L.A.” (Cliff Robertson) no pueden ser más perros, más rastreros, más felones. Tampoco el que compone Ronny Cox en “Asesinato en la Casa Blanca” es mucho mejor, aunque aquí sea más un fondo para el lucimiento de Wesley Snipes (éste seguro que no hace nunca de presi, me apuesto algo: por lo menos un céntimo de euro…), con una oscura trama ya desvelada en el propio título del filme.
En el caso de Jack Nicholson haciendo de presidente de los Estados Unidos, el tono no podía ser más que de chufla: en efecto, su personaje de “Mars attacks”, de Tim Burton, es seguramente el más estrafalario de los que el cine ha hecho habitar la Casa Blanca, en ese contrato de alquiler que le hacen a un individuo por cuatro años, renovable por otros cuatro, improrrogables…
Otra cosa es cuando el cine USA ha llevado a la pantalla a presidentes reales. En ese caso ha optado, generalmente, por actores poco conocidos pero que se parecieran a los personajes auténticos. Quizá la excepción sea Anthony Hopkins en “Nixon”, de Oliver Stone, donde hacía toda una creación del con frecuencia detestado presidente que terminó dimitiendo por un escándalo de espionaje, tanto más penoso cuanto que se lo podían haber ahorrado, por que barrió al candidato demócrata McGovern, al que prácticamente duplicó en votos. El más carismático de los presidentes norteamericanos modernos, John F. Kennedy, fue interpretado en la pantalla grande (aparte de en la pequeña, con los rostros de William Devane y Martin Sheen) por Bruce Greenwood, un actor canadiense (…) que le puso cara en “Trece días”, de Roger Donaldson, sobre la famosa crisis de los misiles de Cuba que estuvo en un tris de mandar al garete al planeta Tierra. A Bill Clinton ejerciendo de presidente aún no lo hemos visto (todo es que se haga una versión “softcore” con cierta señorita Lewinsky de “partenaire” y algún vestido azul algo churretoso de “atrezzo”…), pero sí cuando aún era candidato, en “Primary Colors”, con la jeta (y la voz, según los que conocen la del antiguo gobernador e improbable futuro “primer damo” –copyright: Nestor Kirschner--) de John Travolta, con bastantes kilos menos de los que ahora atesora; porque eso no es tener kilos, es atesorar kilos, no deja que se le escape ni uno, el tío…