Enrique Colmena

La flamante Concha de Oro del Festival de San Sebastián 2016 a la película china I am not Madame Bovary, de Feng Xiaogang, así como el reciente León de Oro de la Mostra de Venecia a la filipina Ang babaeng humayo (The woman who left en su título internacional), de Lav Díaz, confirman algo que ya sabíamos, pero que no está de más recordar: hay más cines, además de los que generalmente vemos, y esos otros cines son tan interesantes, y a veces incluso más, que los que nos llegan habitualmente.

En los países de nuestro entorno (vale decir Europa Occidental), la prelación de las cinematografías que se distribuye a través de los canales habituales se corresponde con un patrón uniforme: la primera por número de estrenos, de forma abrumadora, es la norteamericana, que impone su cine por encima de cualesquiera otros; la segunda cinematografía más difundida es la indígena de cada país, la española en España, la italiana en Italia, etc.; la única que rivaliza (aunque queda siempre por detrás) con la norteamericana es la francesa en Francia, ejemplo de cómo un público decide consumir su propio cine. Detrás de ese segundo puesto indígena están los de los países más importantes del entorno; así, en España, tras los cines USA y español, las que más se ven son las películas más exitosas (por taquilla o crítica) de Francia, Reino Unido, Alemania e Italia; y por fin, en cuarto lugar, estaría un pelotón poco numeroso con algunos filmes que nos llegan de muy variadas procedencias, pero donde es frecuente encontrar buen cine, a veces incluso muy buen cine. Echemos un vistazo:


Sombras chinescas

El éxito de I am not Madame Bovary en San Sebastián confirma que, tras la primera generación posterior a la execrable Revolución Cultural de la Banda de los Cuatro (generación encabezada por Zhang Yimou y Chen Kaige), hay ya otra generación lista para darnos buen cine, además, como en este caso, cine comprometido, que ha concitado elogios por la forma y por el fondo.

De allí, de China, nos han llegado en los últimos años varias propuestas de lo más interesantes; algunas han estado vestidas con los vistosos ropajes del cine de época, con fastuosas coreografías de guerra, como las de Hero, La casa de las dagas voladoras y La maldición de la flor dorada, todas de Zhang Yimou, pero también nos han llevado a escenarios de gran dramatismo bélico, como la espléndida Ciudad de vida y muerte, de Li Chuan, o dramas sin concesiones como la reciente Regreso a casa, también de Yimou

El cine chino es además como una hidra de varias cabezas, porque aparte del producido por la República Popular China, tiene otros ámbitos geográficos, también chinos, como Taiwán, donde la estrella sin duda es Ang Lee, que ha hecho carrera en Hollywood, pero que en su tierra natal ha rodado filmes tan diferentes e interesantes como Comer, beber, amar, Tigre y Dragón y Deseo, peligro; y también Hong Kong, con una relación especialísima con la República Popular (ya saben su anexión en 1997 bajo el lema “un país, dos sistemas”). De aquella ciudad-estado nos han llegado algunas sutilísimas historias de amor como Deseando amar, de Wong Kar-wai, que también nos ha dado filmes entre el romanticismo y la ciencia ficción abstracta en 2046.


Un punto filipino

El cine filipino es uno de los grandes desconocidos en Occidente. Tiene una producción abultada (la IMDb censa más de doce mil títulos de esa nacionalidad, entre películas de cine, series televisivas, TV-movies y cortometrajes), pero a España no llega prácticamente nada. De aquel país hubo una época en la que, en festivales, pudo verse algo del cine de Lino Brocka, pero tras su temprana muerte, ni eso.

El éxito en Venecia de Lav Díaz debería abrir las puertas a este cine desconocido que, sin duda, puede aportar una visión sobre aquel país de la que, a día de hoy, carecemos por estos lares.


Persas y persianas

Si hay un cine de nacionalidad exótica (al margen del chino) que ha tenido una eclosión en las últimas décadas en Occidente, ése ha sido el iraní, el que, a pesar de la represión del régimen teocrático de los ayatolás, ha conseguido construir una filmografía que puede calificarse sin temor a error como combatiente, en la que fustiga, con frecuencia con sutileza, la dureza de un sistema político que gobierna en nombre de Dios, con lo peligroso que es eso…

De allí nos llegó primero Abbas Kiarostami y sus espléndidas A través de los olivos y El sabor de las cerezas, y ya en Europa, años más tarde, nos regaló, antes de morir, la sugestiva Copia certificada. Pero Kiarostami no estuvo solo, y toda una pléyade de cineastas, persas y persianas (no me he podido resistir al chiste fácil), nos han presentado filmes notables e incluso muy notables. El más veterano es Jafar Panahi, y también el más perseguido por los ayatolás: desde sus iniciales El globo blanco y El espejo, hasta empezar a tocar las narices a los clérigos idiotas que rigen el país con El círculo y Fuera de juego, siendo encarcelado y proscrito, lo que no ha sido obstáculo para que, ya en la clandestinidad, nos haya regalado la espléndida Taxi Teherán.

Veterano y pionero es también Moshen Makhmalbaf, uno de los iniciadores del nuevo cine iraní posterior a la revolución islámica, del que se ha podido ver en Europa cine tan interesante como Kandahar y Gabbeh.

Otro de los grandes cineastas iraníes contemporáneos es Asghar Farhadi, que sorprendió gratísimamente con un artefacto de intriga cotidiana como era A propósito de Elly, continuado esplendorosamente con Nader y Simin. Una separación (oscarizada y todo) y, ya en Europa, con la notabilísima El pasado.

Pero las persas (las persianas a las que nos referimos humorísticamente en el titulillo de este epígrafe) también hacen (buen) cine, y ahí están Marzieh Makhmalbaf con la combativa The day I became a woman, o su hija Samira Makhmalbaf y sus películas A las cinco de la tarde y El caballo de dos piernas, o la joven Ida Panahandeh con su reciente Nahid.


Los latinos que no lo parecen

Rumanía es un país latino cien por cien: fue fundado por Trajano, y Roma la latinizó profundamente. Sin embargo, quizá por su situación próxima a Centroeuropa, no se la suele considerar como la nación latina que es.

Del país de Drácula (es un tópico, ya lo sé) nos empezó a llegar buen cine tras la caída del dictador Ceaucescu, el siniestro Conducator (éste sí que era un vampiro, y sin necesidad de tener colmillos…) que sojuzgó el país durante varias décadas de incuria. La libertad le ha sentado estupendamente al cine rumano, que nos ha enviado, una tras otras, varias películas más que notables. Una de las primeras que nos avisaron de que algo se movía de forma importante en el cine rumano fue La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu, que después revalidaría con su notable Aurora (Un asesino muy común). Otro de sus grandes nombres es Cristian Mungiu, del que hemos visto en España la espléndida 4 meses, 3 semanas, 2 días, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, del que se espera con mucho interés su nuevo filme, Bacalaureat.

Pero hay otros nombres a citar en el cine rumano: Calin Peter Netzer nos sorprendió hace unos años con su potente Madre e hijo, hecho a base de largos planos secuencia, con escenas durísimas y una sutilísima utilización de los recursos cinematográficos. Y Radu Muntean, a su vez, nos interesó mucho con Boogie, crónica de un padre de familia que no quiere crecer, y One floor below, otro de los melodramas químicamente puros que parecen ser la marca de fábrica del cine rumano.


El resto (no) es silencio

Hay otras muchas cinematografías interesantes, por supuesto. No hemos mencionado la argentina porque nos llega con cierta habitualidad, quizá por las frecuentes coproducciones con España; nos gustaría ver más cine hecho en la patria del tango, porque el cine que allí se hace es, generalmente, bueno; de las otras repúblicas cercanas, como Uruguay, Paraguay, Bolivia o Colombia, no nos llega casi nada, y es una pena, porque aunque se hacen pocas producciones, suelen tener interés; qué decir del cine brasileño o el chileno, de volumen apreciable de producción pero del que nos llegan sus filmes con cuentagotas, como también del gigante mexicano.

De África llega muy poco cine: es cierto que es un continente de producción escasa, sobre todo por problemas económicos; citaremos algunos títulos que nos han gustado de lo poco que llega, desde la mauritana Timbuktu a la egipcia El Cairo, 678, pasando por la etíope Difret.

No es éste un detalle exhaustivo de cinematografías que no nos llegan, o nos llegan poco: ahí están las del Primer Mundo, Canadá, Australia o Japón, que sin embargo apenas estrenan, o la rusa, potente en número de producciones pero escasa en títulos que se distribuyan en España; están también las antiguas repúblicas comunistas centroeuropeas, desde Polonia a Hungría, pasando por Chequia y Eslovaquia, o las ex repúblicas federadas soviéticas, desde las bálticas de Lituania, Letonia y Estonia a las más meridionales, Georgia, Ucrania, Bielorrusia, Kazajistán… no pretendemos ser exhaustivos, sólo recordar que hay otros cines, además del norteamericano, español y europeo, que tiene tanto (o más…) interés que el que ya vemos en las pantallas, grandes o pequeñas, en España, en Europa Occidental.

Pie de foto: El equipo de I am not Madame Bovary, agradeciendo la Concha de Oro del Festival de San Sebastián.