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En 1898 se produce un acontecimiento de verdadero interés tanto histórico como humano, acecido en el poblado filipino de Baler, cuando los nativos tagalos sometieron a intenso cerco, prolongado durante casi un año, a los soldados españoles atrincherados en aquel lugar; los hechos remiten a otros sucesos semejantes que la historia y la literatura tienen adecuadamente catalogados; tal sería el caso de Numancia, donde la resistencia de sus nativos frente al ejército romano ha sido considerada como canon de conducta ante la terrible y prolongada adversidad. Sobre este asunto, Cervantes escribió “La destrucción de Numancia” y vio en la actitud de los numantinos un ejemplificador modo de patriotismo.

Salvando las evidentes distancias históricas, en la isla filipina de Luzón, concretamente en el citado poblado de Baler, los españoles vivieron semejantes circunstancias recluidos en la iglesia del lugar. El hecho paradójico es que la guerra contra la insurrección filipina (motivada por querer conseguir su independencia) había terminado, puesto que el archipiélago ya había pasado a manos de Estados Unidos. Los soldados combatientes estuvieron sometidos a duras pruebas de resistencia física y moral por cuanto sus superiores, el capitán Enrique de Las Morenas (hasta su muerte) y el teniente Saturnino Martín Cerezo, hicieron caso omiso a las diversas embajadas recibidas por creerlas falsas. Muertes por enfermedades diversas, deserciones y fusilamientos fueron mermando el número de soldados. Los resistentes, tras evidenciar, finalmente, la verdadera situación, alzaron la bandera blanca. Tagalos y españoles los despidieron y recibieron reconociéndolos como héroes de Baler.

Tales hechos se relatan en Baler, producción filipina de modesta apariencia, aunque, al parecer, un punto superior a la media de esta cinematografía; tiene un toque de primitivismo en ambientación y puesta en escena que para espectadores “globalizados” resulta ingenua y naif, aunque no exenta de criterio en cuestiones temáticas o históricas. La lengua utilizada por los nativos es el tagalo, mientras que los españoles (interpretados por actores filipinos) se expresan en macarrónico castellano. La narración combina los históricos sucesos bélicos con una particular historia de amor entre un mestizo, Celso Resurrección (Jericho Rosales), soldado de la compañía española, y la joven filipina Feliza (Anne Curtis); ésta es hija de Daniel Reyes (Phillip Salvador), un fanático independentista (acaso perteneciente al “katipunan” por su marcado anticlericalismo), represor de cualquier acercamiento a los españoles por cuanto para él “Iglesia y gobierno son uno y lo mismo”; su hijo Gabriel (Carlo Aquino), monaguillo en la parroquia y aprendiz de la lengua del imperio con el misionero Fray Cándido Gómez Carreño (Michael De Mesa), sufrirá, por estos motivos, las iras del padre.

Los sucesivos meses de 1898 funcionan a modo de marcas temporales en los que se integran las diversas vicisitudes de unos y otros: la huida de los nativos del pueblo, el encierro del batallón español en la iglesia, los sangrientos combates, la resistencia del grupo español ante las adversidades (mortales enfermedades, alimentos caducados, agotamiento físico y psíquico), infructuosos encuentros entre Luna Novicio (Joel Torre) y Las Morenas (Baron Geisler), presencia de los norteamericanos en Baler, muerte del capitán, organización y estrategias según Martín Cerezo (Ryan Eigenmann), etc. Entre otros personajes españoles está el segundo teniente Juan Alonso Zayas (Bernard Palanca) y el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones (Joaquín Casado).

La presencia de la Iglesia católica, representada en este caso por un único fraile, está dada de forma positiva por cuanto su feligresía, en general, sigue los ritos religiosos y valora como merece su trabajo, actitudes y opiniones; la muerte del mismo, mientras celebra misa, comporta para el pueblo una auténtica conmoción y tiene un efecto traumático para el monaguillo Gabriel por considerar al sacerdote como su gran y auténtico benefactor. El muchacho se queda en la iglesia por propia voluntad hasta que decide, por consejo de Celso, el regreso al ámbito familiar.

La fiesta celebrada en el poblado filipino, con abundancia de comida y bebida, tiene como objetivo reducir, aún más, los ánimos de los depauperados españoles, quienes tienen que conformarse con degustar alguna rata, sacrificar el perrito de Celso y, como inesperado manjar de dioses, la vaca que penetra en los cercados de la iglesia. La intercomunicación entre ambos grupos comporta generoso cruce de regalos seguido de un deseado “alto el fuego”, aunque éste dure menos de lo esperado. El teniente Martín Cerezo seguirá impertérrito ante la adversidad y negado a creer que Filipinas ya no es española por mucho que lo publiquen los periódicos llegados de la madre patria.

El “love story” entre Feliza y Celso terminará con el nacimiento de un hijo y la consabida aceptación del mismo por parte del enfurecido y fanático abuelo. Peor lo tendrá el padre de la criatura, a quien el teniente Martín Cerezo condena a muerte no sólo por su ambigua conducta militar y sus irresponsables amoríos sino, acaso motivado, como ya le advirtió, por no ser “de pura sangre española”.

La secuencia última, con los bravos soldados españoles aclamados por militares y pueblo filipino, tiene su contrapartida en una dolorosa escena en la que Feliza encuentra moribundo a Celso, abandonado en la iglesia, atado de pies y manos, y desangrado como un perro.

Los tecnicismos cinematográficos más llamativos de la narración se ofrecen recurriendo a escenas paralelas, caso de las comidas de unos y otros bandos; a un flash-back, rodado en blanco y negro, para rememorar el caso de los recién casados malagueños según lo vivió el teniente Martín Cerezo; a un noticiario que muestra al general Aguinaldo ya como presidente de Filipinas.



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120'

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Baler - by , Feb 20, 2017
2 / 5 stars
Versión tagala de “Los últimos de Filipinas”