Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS
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La trayectoria de William Wyler (1902-1981) es cuando menos curiosa. Comenzó a trabajar como realizador en los últimos tiempos del cine mudo, allá por 1925, y a lo largo de una dilatada carrera de treinta y cinco años fue labrándose una reputación como cineasta seguro y fiable, especialmente en los géneros más clásicos del Hollywood de los años treinta, cuarenta y cincuenta, la edad dorada de la llamada “Meca del Cine”. Llevaron su firma sólidos melodramas como Jezabel (1938), La carta (1940) y La Loba (1941), las tres con una impagable Bette Davis, que tuvo en Wyler a su mejor valedor como realizador, pero también Esos tres (1936), adaptación del drama de Lillian Hellman, que tuvo que edulcorar para que no apareciera el lesbianismo de las protagonistas, Cumbres borrascosas (1939), potente versión del clásico brontëano, La señora Miniver (1942) y La heredera (1949); wésterns como El forastero (1940) y Horizontes de grandeza (1958); policíacos como Brigada 21 (1951) y Horas desesperadas (1955); y deliciosos cuentos de hadas con amargo final, como Vacaciones en Roma (1953).

En 1959, bajo los auspicios de la Metro, acometió la empresa de realizar esta Ben-Hur, una nueva versión del clásico del cine mudo que protagonizara Ramón Novarro en 1925, bajo las órdenes de Fred Niblo (y varios directores más, no acreditados). El resultado del film fue abrumador: el público apoyó absolutamente la película con su multitudinaria asistencia, convirtiéndose en uno de los grandes éxitos de la veterana productora del león, multiplicando por 12 en taquilla su mastodóntico (para la época) presupuesto de casi 16 millones de dólares. El film consiguió 11 de los 12 Oscars a los que estuvo nominado, convirtiéndose en la película más oscarizada de la historia hasta que casi cuarenta años después la igualara Titanic (1997). Sin embargo, aunque la crítica norteamericana fue en general positiva (con popes como Pauline Kael a la cabeza), la europea fue bastante menos complaciente, en especial los críticos franceses que en aquellos años empezaban a crear, sin saberlo, el  movimiento de la Nouvelle Vague, quienes le dieron fuerte y flojo, tildando a Wyler de “simple artesano comercial”, calificación que, ciertamente, a la vista de los títulos antes citados, hoy día no se sostiene.  

En cualquier caso, parece como si aquel tremendo triunfo popular que constituyó este Ben-Hur supusiera veneno para la carrera de Wyler, pues, aunque posteriormente realizó algunos notables trabajos, como La calumnia (1961), nueva versión del drama hellmaniano en el que por fin pudo presentar en pantalla a la pareja de lesbianas protagonistas, y El coleccionista (1965), claustrofóbico melodrama entre el romance y el acoso sexual (cuya filmación hoy sería imposible...), su estrella decayó a ojos vistas, dejando de ser uno de los grandes y seguros directores de Hollywood, a lo que contribuyó también el cambio de paradigma creativo e industrial que supuso para el cine norteamericano los años sesenta, con el declive del “star-system”. Un último film en su carrera, de corte nítidamente antirracista, No se compra el silencio (1970), en un país que todavía consideraba a los negros como ciudadanos de segunda, cerraría para siempre su filmografía, a pesar de encontrarse aún en plenitud de facultades físicas y mentales.

La historia de la película que comentamos, archiconocida, sigue en líneas generales el argumento de la novela Ben Hur: A tale of the Christ (“Ben Hur: Un cuento de Cristo”), del general Lew Wallace, publicado en 1880, una novela que, siglo y medio después de su edición príncipe, sigue siendo uno de los libros más vendidos en Estados Unidos, una epopeya cristiana que utiliza personajes ficticios incardinados en la historia de Jesús de Nazaret. Conocemos entonces a Judá Ben-Hur, noble judío durante la dominación romana, amigo de Mesala, alto mando militar del imperio; cuando a consecuencia de un accidente ocurrido en casa de Ben-Hur resulta herido el gobernador romano, Mesala se ve obligado a enviar a su amigo a galeras de por vida, además de a prisión a la madre y hermana de este; Ben-Hur, que las pasa canutas en galeras, consigue finalmente escapar, y sus sentimientos hacia su examigo Mesala no son precisamente buenos...

Ben-Hur se ve hoy día, tantos años después de su rodaje, lejos de la desmesura megalómana que la inspiró, como lo que nos parece que es, un film excesivamente largo (tres horas y media que no parecen acabarse nunca...), irregular en lo que se nos cuenta, entreverado entre la obra procristiana muy habitual en los años cincuenta (Quo Vadis, La túnica sagrada...) y la película de acción y aventuras que debía llevar en masa al público para salvar a la Metro, en aquel tiempo en situación financiera casi desesperada.

A nuestro juicio, lo que queda realmente de valor, cinematográficamente hablando, es precisamente la parte aventurera, con algunas escenas ciertamente formidables, como, por supuesto, la archiconocida secuencia de la carrera de cuadrigas, realmente impresionante incluso tantas décadas después, curiosamente no rodada por Wyler sino por el director de la segunda unidad, Andrew Marton, con el concurso del jefe de especialistas, Yakima Kanutt, una secuencia que tardaría 5 semanas en filmarse en los estudios Cinecittà de Roma, en un set construido de 72.000 metros cuadrados, con nada menos que 15.000 extras; y también, evidentemente, la excelente tensión conseguida en las escenas de la batalla naval, con el famoso “¡boga de ariete!” a cuyo progresivo ritmo “in crescendo” los galeotes, incluido Judá Ben-Hur, serán llevados al límite de la resistencia humana.

Por supuesto, habrá que dejar constancia de la magnífica partitura de Miklós Rózsa, una bellísima música que se ha convertido en un soniquete fácil de seguir en cuanto se escucha una vez, y la hermosa fotografía de Robert Surtees. Charlton Heston hace su habitual papel de héroe por encima del bien y del mal: siempre fue más una presencia carismática que un actor, un poco a la manera de John Wayne, y ciertamente no es poca cosa, ni mucho menos... del  resto del reparto cabe citar la ambigüedad del “malo” Stephen Boyd, en una relación de su personaje y Judá Ben-Hur de tintes crípticamente homoeróticos, lógicamente sublimada (estamos todavía en los años cincuenta) por el tono de camaradería de los dos amigos. Esa velada homosexualidad de los dos amigos sería años más tarde furiosamente rebatida por Heston, quien al parecer no se había enterado...

Más de medio siglo más tarde se realizó una nueva versión, también titulada Ben-Hur (2016), dirigida por el cineasta kazajo (afincado en los USA, of course...) Timur Bekmambetov, un disparate en toda regla que, con toda razón, se pegó un costalazo en taquilla considerable, con lo que esperemos funcionara como vacuna para no “remakear” sin sentido a clásicos como este.


(31-03-2024)


 


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211'

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Ben-Hur (1959) - by , Mar 31, 2024
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