Blueberry. La experiencia secreta

Sobre el cómic de Moebius, pero también plagado de referencias fílmicas (Jodorowsky, el espagueti-western más surrealista), el holandés Jan Kounen ha perpetrado un western flamígero en el que sus protagonistas, en vez de viajar en diligencia, como toda la vida de Dios han hecho los personajes del género, parece que "viajan" (por decirlo en su acepción figurada...) en LSD, o, dado el contexto, en peyote, mescalina u otro alucinógeno amerindio.

Porque Blueberry, la experiencia secreta es una nadería que ha costado un riñón (cuarenta millones de euros), una tontería muchimillonaria con guión de pena, personajes que en los western-chorizo de Almería los hacían mejores y una parafernalia de efectos visuales (que se supone será lo que se habrá llevado el manso del presupuesto) que entronca directamente con lo que debe ser eso que llaman "un mal viaje".

La historia de este sherif medio indio, medio blanco, traumatizado por haber matado a una furcia de adolescente y enfrentado a su bestia negra a base de ponerse ciego de droga india, resulta, en primer lugar, aburrida, que es lo peor que se puede decir de una película. Después es otras cosas: innecesaria, despilfarradora, carente de interés, mema... a su lado, los humildes petardos perpetrados por las cinematografías italiana y española durante la década de los sesenta y setenta en las ardientes arenas almerienses eran no digo obras maestras, pero sí desde luego bastante más atractivas y, desde luego, con menos ínfulas de grandeza. Entre los actores, la palma de la ridiculez se la lleva Juliette Lewis, con personaje inexistente y actuación atroz. En fin, un desastre...