Pelicula:

Kathryn Bigelow tiene acreditado su talento como directora de films de corte violento pero con trasfondo dramático, nada que ver con los vehículos a mayor gloria de Stallone, Van Damme, o últimamente Vin Diesel, Jason Statham o Dwayne Johnson. Su cine es violento pero con contenido. Recuérdense sus títulos más interesantes: Le llaman Bodhi (1991), Días extraños (1995), En tierra hostil (2008), que consiguió 6 Oscar, y La noche más oscura (2012).

En Detroit vuelve a de nuevo a la Historia de Estados Unidos, que viene marcando en los últimos años su filmografía (la guerra de Irak, la caza de Ben Laden), volviendo en este caso la mirada hacia la década de los años sesenta, cuando los derechos civiles de la comunidad afroamericana estaban aún muy cuestionados; en ese contexto, en 1967, muerto ya Malcolm X pero todavía no Martin Luther King, en la castigada ciudad del título, la más poblada del Estado de Michigan, una redada en un club sin licencia para vender alcohol, frecuentado por negros, será la espoleta que desencadenará una serie de graves incidentes en el que se produjeron multitud de saqueos y la Policía local, sobrepasada, tuvo que ser auxiliada por la Guardia Estatal e incluso el Ejército. Días más tarde, lo que empezó como una estupidez (un afromericano con menos seso que un mosquito dispara repetidamente desde el hotel en el que se aloja con una pistola de fogueo a las fuerzas de seguridad que están situadas cerca del establecimiento) terminó con una tragedia, con tres muertos (todos negros) por una actuación brutal de la Policía y gracias al voluntario pasotismo de la Guardia Nacional.


Hay que decir cuanto antes, en un gesto que honra a los autores del filme (la propia Bigelow y su habitual guionista Mark Boal), que en los títulos de créditos finales se indica que lo que se nos muestra es una “interpretación” de lo que pudieron ser los hechos, a través del testimonio de los supervivientes de la época y de documentación manejada, toda vez que el proceso judicial se zanjó con un controvertido veredicto de inocencia para los acusados, tres policías locales. Ello sitúa este drama histórico en la categoría de hechos posibles pero no comprobados. Claro está que, conociendo el paño (cuando se escriben estas líneas ha saltado la noticia de la enésima declaración de inocencia para un policía blanco que mató a un negro, y estamos hablando de medio siglo después de los hechos de Detroit), no parece muy desencaminada la tesis que exponen Bigelow y Boal.

La directora opta, para dar una pátina como de documento a su obra, por filmar cámara en mano; aunque es un procedimiento que, generalmente, tiene mucho de artificial y de “posse”, es cierto que en este caso cuadra bastante bien con el tono de la historia que se nos cuenta y no desagrada como tantas veces ocurre con este recurso que, mal utilizado, se convierte en una tortura para el espectador. Aquí Bigelow acierta con el tono, el enfebrecido ambiente de unos barrios de abrumadora mayoría negra que estallaron ante las continuas tropelías a las que los agentes mayoritariamente blancos sometían a su gente. El racismo latente en la clase dominante, en una ciudad además que en términos demográficos es mayoritariamente negra, estaba en el fondo de la represión que, parece claro, no cesa: tampoco hoy día, aunque haya que convenir que se ha avanzado en este terreno desde aquellos aciagos días de 1967.

Es cierto que el film adolece de un metraje excesivo; parece que se sigue manteniendo la idea de que cualquier película que quiera ser “grande” (las comillas, claro está, no son inocentes) tiene que durar más de dos horas, y mejor todavía si se aproxima peligrosamente a las dos horas y media; por supuesto, hay historias que lo requieren, pero no esta Detroit, a la que, sobre todo en sus inicios, cuando se exponen los motivos que dieron lugar al estallido de las revueltas, le sobran minutos.

Ello no empece para el empaque de la película, una sólida muestra del realismo antirracista que es, afortunadamente, lo que impera en Hollywood, aunque a veces parezca más bien un planteamiento paternalista y elemental. No es el caso: Detroit es una obra densa, bien narrada, con personajes creíbles, casi todos ellos, en el caso de las víctimas, pequeños infelices que se vieron arrastrados por la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. La denuncia de la impunidad de los policías blancos asesinos que esquivaron la pena que les hubiera correspondido de no haber contado con una justicia descaradamente a favor (véase un ejemplo: un jurado de doce miembros, todos blancos, en una ciudad donde el 80% de la población es negra…) está bien planteada y fundamentada.

Entre los intérpretes, en un film eminentemente coral, me quedo con un John Boyega que va camino de convertirse en el sucesor natural de Sidney Poitier, tan repulido y educado. Aunque desde un punto de vista dramático quien se lleva la palma es Algee Smith, cuyo personaje, un cantante emergente de prodigiosa voz, sufrirá en sus carnes (y, sobre todo, en su mente) las consecuencias de aquella noche atroz en la que todo se fue al traste. En la escasa presencia femenina (es curioso, es algo habitual en el cine de Bigelow, siendo ella mujer) destacaría a Hannah Murray, que se ha hecho famosa por su papel de Gilly en Juego de tronos.


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143'

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Detroit - by , Sep 19, 2017
3 / 5 stars
Tesis sobre una atrocidad consumada