Pelicula:

Etiopía figura en la IMDB (la biblia de los cinéfilos, como es bien sabido) con 127 producciones realizadas a lo largo de toda su historia. De ellas, la inmensa mayoría son documentales que aprovechan el exotismo del bellísimo país del África negra. Zeresenay Mehari es un joven cineasta que tiene ya dos títulos como director, esta Difret y el cortometraje Coda. Lo cierto es que este filme, tan ingenuo como, en el fondo, impactante, no habría llegado a Occidente si no fuera porque ha contado con la coproducción de Angelina Jolie, que incluso tiene una intervención previa presentando la película.

Difret es un drama basado en hechos reales, acontecidos a caballo entre los dos siglos últimos (XX y XXI, se entiende), en una zona rural, alejada de la capital, Addis Abeba, donde una joven de 14 años es raptada por un grupo de hombres, uno de los cuales la viola para tomarla como esposa. En Etiopía una (bárbara, porque no se puede calificar de otra forma) tradición permite, aunque sea ilegal, que un hombre que haya sido rechazado por la familia de la pretendida, pueda secuestrarla, violarla y, de esta forma, convertirla en su esposa. En este caso la niña, tras haber sido abusada, consigue huir con un rifle. Acosada por sus captores, disparará y matará a su violador, por lo que es acusada de asesinato. A partir de ahí, un despacho de abogadas de Addis Abeba, especializado en casos de maltrato de mujeres, tomará las riendas de su defensa, pero habrá de enfrentarse a la burocratizada y ultraconservadora administración etíope y al enorme peso de las tradiciones del país.

Difret es una película formalmente de corte muy naïf (sí, ya sé que la Academia dice que se debe decir naif o naíf, pero perdonarán la pedantería de escribirla a la francesa, que queda tan chic…), pero a la vez, en su ingenuidad, resulta atroz. No sólo por el hecho relatado, una costumbre salvaje que cosifica a la mujer preteriendo su voluntad y abocándola a compartir toda su vida con quien no quiere, tras la barbarie sin nombre de una violación; no sólo por el hecho de que, incluso actuando en legítima defensa, la muerte del agresor se considere sin embargo como un asesinato; no sólo porque el Estado, con todo su inmenso poder, se ponga del lado del violador y de quienes quieren eliminar físicamente a la aterrorizada víctima y a su familia. Por todo eso, pero también por la ignominia del trato vejatorio recibido por el grupo de abogadas que intentan reivindicar algo tan simple como el sentido común: nadie puede ser obligada a vivir su vida con quien no quiere, y menos todavía tras haber sufrido una agresión sexual por el que la pretende.

Claro que estamos en un país donde la igualdad de sexos es una quimera, por más que, digámoslo ya, Etiopía es una de las muy escasas democracias existentes en África. Pero democracia, y eso lo sabemos de sobra, no es sólo votar cada cuatro o cinco años a nuestros representantes, sino, entre otras muchas cosas, también actuar para que los derechos humanos (y no hay mayor derecho que el de no ser atacada en su indemnidad sexual) se cumplan a rajatabla.

Así que esta obra pequeña, formalmente naïf, pero en el fondo tan dura, resulta ser una de las tan escasas muestras que nos llega de un cine, el africano, que ojalá se pudiera ver con más frecuencia en nuestras descreídas tierras occidentales, para comprobar hasta qué punto lo que a nosotros nos parece evidente todavía es objeto de lucha (¡y qué lucha!) en otros puntos del planeta.

Mehari, en la dirección, muestra su competencia, si bien es cierto que su cine se nota un tanto acartonado en planificación y le falta cierta capacidad de elipsis. Con todo, son defectos menores cuando lo que se nos cuenta nos llega tan íntimamente. Al buen resultado no es ajena la interpretación de actores y (sobre todo) actrices amateurs, tan frescas y creíbles que a ratos pareciera un docudrama antes que un largo de ficción.

Loor a Angelina Jolie por habernos permitido, con lo que se gasta en laca de uñas, ver recreado este pedazo de realidad de una sociedad anclada en tradiciones que nos remiten a aquella época en la que todavía no habíamos descubierto, como especie, que la primera obligación del ser humano es respetar al otro, con lo que se estará respetando a sí mismo.


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99'

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Difret - by , May 19, 2015
3 / 5 stars
Naïf. Atroz.