El cardenal

Estamos ante una de las películas más interesantes del casi siempre estimulante Otto Preminger. En este caso se trata de un fresco histórico en el que un cardenal recuerda algunos de los pasajes de su azarosa vida, en la que se vio mezclado en los sucesos de la Alemania nazi y de la represión de los negros en los estados suristas de Norteamérica; también aparece una historia de amor, cuando aún su vocación no estaba totalmente definida. El pulso narrativo, de notable vigor, resulta admirable, y la aventura no está lejos de esta vida casi de santo de un hombre también azotado por la duda y la tentación.

Preminger había realizado ya algunos títulos de claro color sionista, como Éxodo, exaltación del renacer de la nación judía, y parece que se sintió obligado a dar otra pincelada religiosa de diferente matiz. Pero por encima de la excusa más o menos teológica, lo importante es la caligrafía cinematográfica, la experta mano del cineasta conduciendo un relato con mano firme, su férreo posicionamiento contra las injusticias sociales, en un clima histórico criado en el caldo de cultivo del Concilio Vaticano II.

Encabeza el reparto Tom Tryon, un actor que algunos años después abandonaría la interpretación para dedicarse a la literatura, con bastante éxito, por cierto. Junto a él, la espléndida Romy Schneider como el amor imposible de un cura atormentado, y el siempre ajustado John Huston, y los secundarios Dorothy Gish, una de las divas del gran D.W. Griffith, para quien interpretó varias películas, junto a su hermana Lillian. También aparece Burgess Meredith, imprescindible actor de carácter. La música de Jerome Moross se hizo justamente famosa en su día.

(11-05-2007)