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El thriller político es uno de los géneros “especiales” (vale decir no dedicado al entretenimiento puro) en los que Hollywood consigue con frecuencia excelentes resultados. Sin pretender ser exhaustivos, recuérdense, en el pasado, filmes como El político (1949), de Robert Rossen, Tempestad sobre Washington (1962), de Otto Preminger, o Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula, o más recientemente películas como El mensajero del miedo (2004), de Jonathan Demme, Leones por corderos (2007), de Robert Redford, y Los idus de marzo (2011), de George Clooney, por sólo citar algunos títulos más que conocidos.

El caso Sloane se inscribe en esa prestigiosa etiqueta, la de thriller político, aquí sin base histórica (que se sepa), una ficción imaginada por el neófito guionista Jonathan Perera, quien debuta con este libreto que, ciertamente, se entiende que desde el principio encandilara al Hollywood más interesado en este tipo de cine, el de aliento liberal que denuncia las corruptelas del sistema.

La protagonista es una alta ejecutiva que frisa los cuarenta, perteneciente a una firma especializada en hacer lobby, es decir, en constituirse en grupo de presión para influir para que determinadas leyes salgan (o no) adelante. Una nueva legislación que podría poner en jaque la libertad cuasi absoluta que la Segunda Enmienda concede a los norteamericanos para poseer armas hará que la protagonista cambie de bando y se pase a un lobby que juega a favor de esa ley que pretende regular sensatamente el uso de armamento en poder de particulares. Se desata entonces una batalla durísima, en la que todo estará permitido…

El caso Sloane resulta ser una brillante muestra del thriller político; tiene un aliento liberal que, sin embargo, abjura de los medios con frecuencia antiéticos de la protagonista, a quien solo le vale ganar, a cualquier precio. El guion, bien trenzado por el neófito libretista, está bien servido en la dirección por un John Madden que vuelve a confirmar que, con una buena historia, es una cineasta valioso, como demostró en filmes como Shakespeare enamorado (1998), que le descubrió, o La deuda (2010), mientras que cuando los guiones son endebles, como fue el caso de La mandolina del capitán Corelli (2001), petardea a modo.

Jugando inteligentemente con los diversos giros del notable guion para mantener la tensión argumental durante dos horas y cuarto, Madden consigue una obra potente, un filme que habla sobre esa parte de la sociedad norteamericana poco conocida, los grupos de presión o lobbies, con un poder casi omnímodo en la alta política norteamericana, y por ello con una considerable capacidad para influir en la vida no sólo de los yanquis, sino del resto del mundo. Es verdad que, con cierta frecuencia, el espectador medio se puede perder en el abstruso dédalo de regulaciones, normas, disposiciones y demás parafernalia leguleya típica del sistema USA, pero también que el desarrollo de la historia se sigue con facilidad, a pesar de esos obstáculos, sorteados a base de una ejemplar puesta en escena, que hace sencillo lo complicado.

El retrato de la protagonista, con buen criterio, está alejado de la hagiografía: vemos que el personaje central carece de virtudes más allá de su ambición a cualquier precio, de su búsqueda incesante de la victoria, una máquina insensible que quizá por el camino se dé cuenta de que los escrúpulos, la compasión, la piedad, forman parte intrínseca del ser humano, o no se es ser humano. Carente de vida familiar, afectiva, amorosa, lo más parecido a alguien al que querer tendrá las bellas formas de un gigoló que, finalmente, dará la talla moral a la que ella nunca llegaría.

Por supuesto, Jessica Chastain es media película, y eso sin ser exagerados. Jessica es seguramente ya la mejor actriz norteamericana de su generación, una mujer con una capacidad asombrosa para componer personajes tan diversos como los que ha encarnado en filmes como la citada La deuda (de donde la conocía Madden, que la reclamó para este nuevo papel), El árbol de la vida, La noche más oscura, La señorita Julia o Interstellar. Del resto del reparto me quedo con la sabiduría de actores viejos como John Lithgow o Sam Waterston, y por supuesto con uno de nuestros secundarios favoritos, Mark Strong, que todo lo hace bien.


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132'

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El caso Sloane - by , May 21, 2017
3 / 5 stars
¿Quién teme al lobby feroz?