Pelicula:

Resulta obscena la forma reiteradamente elogiosa en la que el cine USA glorifica a sus peores especímenes, gente sin escrúpulos que pegaron campanazos económicos y se forraron a costa de empobrecer a los demás o estafar sus derechos a los creadores de una idea innovadora. El cine norteamericano reciente está lleno de ejemplos, desde El lobo de Wall Street a La gran estafa americana, desde La red social a Gold. No es nada nuevo; recuérdese cómo ya Warren Beatty ensalzó en Bugsy a aquella hiena de dos patas que levantó Las Vegas y se llevó por delante a un buen puñado de seres humanos.

Año 1954. Ray Kroc es un vendedor ambulante de origen checo, ya cincuentón, que vende batidoras en las heladerías y restaurantes del país. El negocio no va muy bien, cuando le dicen que en San Bernardino, California, han pedido ocho batidoras; extrañado de tan elevado pedido, visita el restaurante, llamado McDonald’s, donde los hermanos Dick y Mac han desarrollado el concepto de comida rápida y de calidad, vendiendo hamburguesas, patatas fritas, refrescos y batidos que sirven en menos de un minuto. Fascinado por el invento, les propone abrir otros establecimientos similares mediante franquicias. Inicialmente renuentes, su persistencia (la que él considera es su arma definitiva, aprendida en viejos discos de vinilo de ayuda al vendedor) consigue finalmente que los hermanos cedan. Pero la exitosa expansión de la marca de los dos arcos dorados tendrá un final impensable para Dick y Mac McDonald…

Este es, en efecto, el relato de cómo un vendedor de baja estofa consiguió hacerse con el equivalente actual a la piedra filosofal (el concepto de comida rápida) mediante las correspondientes triquiñuelas legales en las que son peritos los abogados norteamericanos, estafando a sus legítimos propietarios los derechos sobre su propia marca. Hay que reconocerle, sin duda, su visión de futuro, intuyendo con su olfato de perro viejo del comercio, bragado en mil y una carreteras, que el porvenir sería de quien montara antes una amplia red de restaurantes baratos y rápidos para dar servicio a los millones de empleados de clase media y obrera que surgieron a partir de la Segunda Guerra Mundial y el progresivo desarrollo del capitalismo del siglo XX. Pero el origen, el timo al que sometió a los incautos (aunque tan creativos) hermanos, no deja de ser lo que es, un robo, aunque no fuera a mano armada.

Por supuesto, sigue vigente el cínico aforismo de que no se pueden hacer buenas novelas (o películas) con buenos sentimientos, pero otra cosa es que no haya ni una sola referencia negativa sobre el protagonista, antes bien, se ensalce su inteligencia depredadora, la forma en la que engañó a quienes confiaron en él, se fomente la empatía del público con tan execrable personaje. Estamos, entonces, ante la glorificación del canalla, por muy creador de un imperio que haya sido. Pero es que, además, resulta que la película es ramplona, como corresponde a un director, John Lee Hancock, cuyos títulos anteriores no son precisamente exquisitos: El novato (2002), olvidable chorrada sobre el béisbol y sus ritos; El Álamo: la leyenda (2004), que hacía buena la anterior versión que dirigió John Wayne, que ya era lamentable; The blind side: Un sueño posible (2009), una marcianada basada en un hecho real que ciertamente costaba trabajo creer; y Al encuentro de Mr. Banks (2013), o cómo Walt Disney consiguió convencer a P.L. Travers para que le cediera los derechos de su novela Mary Poppins.

El fundador es otra mediocridad que añadir a esa lista, en este caso además lastrada por el hecho de ser la oda a un estafador. Menos mal que el público norteamericano no se puede decir que haya llenado las salas, ni mucho menos: ¡aún hay esperanza, a pesar de Trump, al que seguro le encanta esta mamarrachada!

Por supuesto, Michael Keaton está espléndido, dando vida a este individuo al que al final del filme vemos durante una entrevista real, confirmando en ella con sus propias palabras lo que se intuye de este relato biográfico, su cortedad de ideas, su estrechez de miras, su visión monotemáticamente comercial de cualquier cosa que tenga que ver con el mundo. En una secuencia del filme, Keaton, en su rol de Kroc, le espeta a uno de los hermanos McDonald, en una de las numerosas conversaciones telefónicas que mantuvieron durante años, que él, si ve que sus competidores se ahogan, les pone “una manguera en la garganta”: capitalismo salvaje puro y duro, donde no hay resquicio más que para el enriquecimiento absoluto y el pisoteo sin ambages de los demás. Bonita moraleja: ponerla en los cuentos para niños, es lo único que falta…



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115'

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El fundador - by , Mar 13, 2017
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Una manguera en la garganta