Pelicula:

Emir Kusturica es, con toda seguridad, el más famoso de los cineastas yugoslavos, entendiendo bajo esa denominación todos los países en los que se desintegró el viejo Estado que se mantuvo firme mientras Tito vivió, para deshacerse como un azucarillo (y con varias guerras, a cuál más cruenta) a su muerte. Kusturica es uno de los pocos directores que ha conseguido dos Palmas de Oro en el Festival de Cannes, una por Papá está en viaje de negocios (1985), que le dio a conocer internacionalmente, tibia crítica sobre la dictadura comunista, y la segunda por Underground (1995). Su mejor momento se puede considerar las décadas de los ochenta y los noventa, en las que hizo, además de las mentadas, la que probablemente es su obra maestra, El tiempo de los gitanos (1988), donde se equilibran admirablemente todas las constantes de su obra (magia, telurismo, gitanos), e incluso intentó la aventura norteamericana en El sueño de Arizona (1993), aunque con escaso éxito; de vuelta a Europa hizo otros filmes todavía estimables, como Gato negro, gato blanco (1998), aunque ya empezó a asomar la patita de una de sus posturas ideológicas más cuestionables, la que apoya a Serbia en su política etnicista contra otras comunidades exyugoslavas, incluido un polémico apoyo al vesánico criminal de guerra Slobodan Milosevic.


El siglo XXI no ha sido clemente con su cine. Quizá desnortado tras el fin de las guerras balcánicas, sus películas, que se espacian cada vez más, no parecen tener una idea clara de lo que el cineasta quiere contar. Han tenido escaso recorrido y poca distribución internacional, como ha ocurrido con Prométeme (2007), y los vaivenes del cineasta de Sarajevo le han llevado incluso a hacer un documental sobre el famoso exfutbolista argentino en Maradona by Kusturica (2008).

Ahora Emir vuelve al ámbito geográfico e histórico que le es propio, la exYugoslavia azotada por las guerras balcánicas, en este caso la que Serbia libró contra Bosnia Herzegovina con impías matanzas como la de Sbrenica que provocó la intervención de la comunidad internacional, hasta ese momento remisa a participar en la guerra. En ese contexto, ya al final del conflicto bélico, Kusturica, como director y guionista, nos cuenta la historia de un hombre al que el brutal asesinato de su padre ha dejado tocado del ala, y que se dedica a transportar leche desde las granjas hasta el frente, a lomos de su burro, con un perenne paraguas para protegerse del sol (o, figuradamente, de las balas). A la pequeña población cercana llega una mujer de pasado algo turbio para casarse con el hermano militar de una de las habitantes, una chica que tiene también cierta tendencia a los disparates, y que quiere matrimoniar con el majara del paraguas; pero entre este y la futura novia del milico habrá química, con lo que el conflicto (aparte del bélico…) está servido…

El problema de En la Vía Láctea es que Kusturica parece creer a estas alturas que cualquier ocurrencia suya es genial, es una muestra de un talento desmesurado que no precisa pulimiento alguno. No seré yo quien diga que las guerras de los Balcanes no tienen todavía mucho recorrido, muchas posibilidades en cine y televisión, pero la opción entre fantástica y surrealista que se marca aquí el director de Sarajevo es cualquier cosa menos interesante. Lo que inicialmente parecía la historia de un traumatizado y su forma de afrontar (huyendo de él) su trauma, deriva no tardando mucho en historia romántica y en persecución a muerte de los amantes, con ribetes que quieren ser mágicos pero más bien resultan ridículos.

Así las cosas, la película se hace larguísima; dura algo más de dos horas, pero parecen mucho más. Lo que se nos cuenta se nos da mayormente una higa, una historia de amor que no aporta nada, una persecución con militares estúpidos, fugitivos rijosos y escenas para tirarse de la risa (sin pretenderlo, que es lo peor…).

Kusturica como actor es bastante limitado; pertenece a la escuela interpretativa (por llamarlo de alguna forma…) de un Stallone o un Van Damme, una cara hierática con escasa capacidad de comunicar nada. Bellucci hace lo que puede, teniendo en cuenta que, objetivamente, no tenía papel digno de tal nombre. La música del hijo del director, Stribor Kusturica, su habitual compositor desde hace algunos años, va en línea con las partituras del cine de su padre, inspirándose en músicas étnicas balcánicas. En su conjunto En la Vía Láctea (que hace referencia más al camino que recorre el loco del paraguas transportando la leche que a nuestra galaxia) resulta ser un filme estomagante, prolijo, sin atractivo. Se puede decir sin faltar a la verdad, al menos en nuestra opinión, que es una película que marca el ocaso de un cineasta que lo fue todo en la exYugoslavia, y que su tendencia a lo flamígero, tentación frecuente en la última etapa de todo arte o artista, no le está haciendo precisamente ningún favor.



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125'

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En la Vía Láctea - by , Jul 23, 2017
1 / 5 stars
Ocaso flamígero