Pelicula:

El cine es un fenómeno poliédrico: acoge en su seno un amplísimo abanico de posibilidades de todo tipo, y no estamos hablando de géneros; hablamos de que una película, o una serie de televisión, puede tener intencionalidad artística, o cultural, pero también, y legítimamente, comercial e incluso industrial. Lo ideal, a qué engañarnos, sería conjugar todas esas vocaciones, aunque ya se sabe que esos casos no son demasiado habituales, aunque los hay: recuérdense, sin ir más lejos, algunos de los espléndidos westerns de los años treinta, cuarenta o cincuenta, llámense La diligencia (1939), Centauros del desierto (1956), Río Bravo (1959), El último tren de Gun Hill (1959), o Dos cabalgan juntos (1961), para convenir en que arte y rentabilidad son perfectamente compatibles. Más recientemente, la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan, con El caballero oscuro (2008) como buque insignia, confirmaría también que se puede hacer cine de enjundia cultural además de batir records de recaudación.

Pero hay productos que, por supuesto también lícitamente, aspiran solo a reventar las taquillas y, consecuentemente, abultar las cuentas de sus productores hasta niveles estratosféricos. La serie que genéricamente podemos denominar Fast & Furious (aunque ha tenido distintos nombres en los que aparecen normalmente estas dos palabras, o similares) es uno de los fenómenos más explosivos del cine comercial actual. Sin que hasta ahora haya habido excepción, cada nueva película ha recaudado más que la anterior, y ya lo hace con números de infarto: para hacernos una idea, en cifras de la IMDb (la biblia de las bases de datos de cine, como sabe el cinéfilo), y en el ámbito mundial, el capítulo número 6 de la saga recaudó 788 millones, mientras que el número 7, el anterior a este que comentamos, pulverizó todos los registros anteriores yéndose a los 1.516 millones de dólares. Con esos datos no es extraño que haya Fast & Furious para rato, con varios nuevos capítulos ya en preparación, y que este episodio 8 haya contado con un mastodóntico presupuesto de 250 millones de dólares, a pesar de lo cual, en el primer fin de semana de estreno, recaudó más del doble de esa cifra en todo el mundo.

Dicho todo lo cual, como parece claro, nosotros preferimos otro tipo de cine; este busca reventar la taquilla por el método rápido de generar en el espectador fuertes cantidades de hormonas que proporcionan placer, como adrenalina o testosterona (no sé si también oxitocina, la hormona del amor…), proporcionando dos horas de goce digamos elemental, para entendernos. El hecho de que haya otro tipo de cine que apela a otras vísceras quizá más nobles que las glándulas que segregan hormonas no quita que este tipo de cine tenga sus valores, aunque con ellos, desde luego, no avancemos como sociedad, como cultura, ni siquiera como especie.

Dicho todo lo cual, lo cierto es que Fast & Furious 8 (por cierto, el título original, aunque parecido, está más “currado”: The fate of the furious, lo que viene a ser, más o menos, El destino de los furiosos) es un producto que puede definirse como virtuoso entre sus iguales, una afortunada combinación de efectos digitales y visuales, maquetas y especialistas, todo ello coordinado como si fuera una gigantesca coreografía de El Lago de los Cisnes, solo que aquí con muchos pajarracos sin esa belleza alada.

Pero desde un punto de vista puramente técnico, la película es de una perfección que quita el aliento. Otra cosa es (siempre hay un pero, mecachis…) que la historia sea manifiestamente superficial, que se nos haya contados cientos de veces, con su protagonista que tiene que traicionar a los suyos por mor de un chantaje o coacción. Lo cierto es que, si se han gastado 250 millones de dólares en este costeadísimo cacharro, al menos deberían haber intentado que la historia que se nos cuente tuviera alguna originalidad, lo que no es el caso.

Con todo, nos quedamos con lo positivo: un buen ritmo narrativo, que en las escenas de acción es, como era de esperar, trepidante hasta dejar sin aliento; una rara capacidad para imaginar escenas sobrecogedoras, como la de los coches, literalmente, lloviendo del cielo, o la del submarino surgiendo como un monstruo del averno a través del hielo, o la del coche aherrojado por varios vehículos en un cruce de Nueva York. También, y casi en primer lugar, con el personaje de la villana, una Charlize Theron que está para comérsela en su papel de mala; ya había apuntado maneras en Blancanieves y la Leyenda del Cazador (2012), de Rupert Sanders, y en otro registro diferente, en Mad Max: Furia en la carretera (2015), de George Miller, pero aquí está espléndida, una mala-malísima carente absolutamente de entrañas, no digamos ya escrúpulos, cuya cara de póquer no se descompone nunca, y que en un momento dado, tras ver una de las portentosas escenas de acción que ejecutan los protagonistas, suelta un “uy” irónico que resume el tono finalmente lúdico de este juguete tamaño XXL que (ya lo está haciendo) va a reventar otra vez, y con más fuerza, las taquillas de medio mundo.

Entre los actores y actrices, aparte de la estupenda Theron, que roba todos los planos en los que aparece, poco que comentar, pues casi todos son especialistas en cine de acción con muy escasa (siendo benévolos) capacidad interpretativa. Eso sí, aparecen en papeles de reparto un actor y una actriz, Kurt Russell y Helen Mirren, que, por supuesto, les dan sopas con honda a todos los demás. El director, el afroamericano F. Gary Gray, es nuevo en la franquicia, aunque no en el género, donde ya había hecho títulos como Negociador (1998) y The italian job (2003), y aquí demuestra su competencia profesional: no le pidamos que sea Bergman, porque ni lo es ni mucho menos lo pretende…


Fast & Furious 8 - by , Apr 26, 2017
2 / 5 stars
Uy…