La habitación del pánico

David Fincher ha sido reputado por la publicidad de ésta su nueva película como el heredero de Hitchcock, aunque ciertamente está lejos del prodigioso talento de aquel viejo, gordo y entrañable genio. Pero es cierto que sus filmes aportan apreciables dosis de intriga, si bien es verdad que, generalmente, las consigue con más efectismo que sutileza.

La habitación del pánico tiene una primera parte atractiva, a partir del planteamiento de la historia: madre recién salida de divorcio e hija adolescente y con problemas de salud se mudan a una especie de castillo en pleno Manhattan, dotado, entre otras lindezas, de una habitación antipánico o búnker, que resguardaría a sus ocupantes del acoso de posibles asaltantes.

Ese supuesto se produce enseguida, pues el anterior dueño de la casa resulta ser un millonetis podrido de dinero que mantenía en el habitáculo de seguridad una inmensa fortuna y uno de sus sobrinos, listillo pero en el fondo un pánfilo integral, decide quedarse con toda la herencia por la expeditiva vía del latrocinio; asalta la casa junto a un tipo carente de escrúpulos y con otro que los tiene todos, un pobre infeliz padre de familia metido en un fregado que le supera.

Con esos mimbres la primera hora larga fluye con facilidad, con momentos llenos de suspense, como la ingeniosa aunque arriesgada forma que tiene la protagonista de evitar ser literalmente gaseada; pero poco a poco parece que el fuelle de David Fincher, o la imaginación del siempre interesante guionista David Koepp, dan muestras de desfallecimiento, y el final no está a la misma altura, entrando en una fase de "grandguignol" que no cuadra demasiado con el resto de la trama.

Aún así, la nueva película de David Fincher es un producto sólido, bien acabado, que mantiene casi siempre la atención del espectador, con un competente dúo interpretativo como Jodie Foster y Forest Whitaker en personajes enfrentados pero finalmente no tan lejanos.