Pelicula:

Ha querido la casualidad que se estrene este film sobre los últimos años del reinado de Victoria de Inglaterra a la vez que se veía en las plataformas digitales televisivas la serie Victoria, que cuenta los primeros años de la monarca. Ese azar permite entender mejor el film de Stephen Frears: lejos de los años iniciales de Victoria como soberana de la Gran Bretaña e Irlanda, cuando todo era nuevo, cuando la joven reina había casado con el Príncipe Alberto de Coburgo y, a su manera, era feliz, la película de Frears nos la presenta ya vieja, ajada y, sobre todo, hastiada de una cotidianidad que la aburría soberanamente (nunca mejor dicho), treinta años después de que su consorte muriera, cansada de una corte de estúpidos aduladores y trepas y de nueve hijos rencorosos, egoístas y soberbios.

Con ese plan, no es raro (lo contrario hubiera sido lo extraño) que cualquier soplo de aire fresco en la vida de la anciana supusiera un cambio de tal calibre que removiera las interioridades del anquilosado Imperio Británico, que ya en aquella época, tras anexionarse como colonia a la India (que incluía en aquel entonces no solo al país ahora así conocido, sino también a Pakistán), albergaba casi mil millones de almas. En ese contexto, en 1887 la soberana recibe la visita de dos hindúes que le llevan una banal medalla conmemorativa de algún evento estúpido; la reina, sin embargo, se prenda enseguida de la frescura de uno de ellos, el Abdul del título, un tipo tan ingenuo como con tendencia suicida a meter la pata. Para la monarca será algo distinto, alguien que le enseña otra perspectiva de la vida y de su imperio, que le enseña cosas de la India, incluso el idioma noble del país, el urdu. Pero, como era de prevé, la esclerotizada corte victoriana no vio con buenos ojos la presencia de este intruso de baja extracción social en el más íntimo círculo de la reina, y procuraron torpedearlo por todos los medios posibles, lícitos o ilícitos…

La Reina Victoria y Abdul no es, precisamente, una de las mejores películas del ya muy veterano Stephen Frears: empezó a dirigir en 1968, hace casi cincuenta años, aunque es cierto que no fue hasta 1985 con Mi hermosa lavandería cuando consiguió fama internacional. De su carrera posterior, bastante desigual y ecléctica, nos quedaríamos por supuesto con la que a nuestro parecer es su obra maestra, Las amistades peligrosas (1988), la mejor versión que se haya hecho, en nuestra opinión, del clásico de Choderlos de Laclos, pero también con The Queen (La reina) (2006), Philomena (2013) y The program (El ídolo) (2015). La Reina Victoria…, sin embargo, tiene un recorrido mucho más corto: se trata de poner en imágenes, con guion de Lee Hall, el autor del libreto de la popular Billy Elliot, los años en los que la monarca británica tuvo a su servicio a un indio musulmán, para escándalo de sus cortesanos, empezando por el Príncipe de Gales, que reinaría en el siglo XX como Eduardo VII. Entonces casi todo se va en ponernos de manifiesto la imbecilidad de la aristocracia, sobre lo que no hace falta que nos insista mucho, y en hablarnos de la extraña amistad que mantuvieron tan dispares personajes. Claro que, de esa forma, Frears, que no parece precisamente demasiado monárquico, termina haciéndole un favor a la anacrónica institución, al hacer de la reina una mujer que, con sus defectos, llevaba sobre sus hombros todo el peso del gobierno de casi mil millones de personas, lo que no es sino una falsedad, pues ya entonces los reyes británicos reinaban pero no gobernaban.

En cualquier caso, parece claro que lo que a Frears le ha interesado de esta historia es ese metafórico relámpago sobre agua (recordamos así el bello título del film de Wim Wenders sobre Nicholas Ray) que supuso en la vida de la monarca los años que Abdul Karim estuvo a su servicio: un flash en la oscuridad, un tiempo en el que la felicidad volvió a la vida de la hastiada soberana, unos años en los que pudo sacudirse el omnipresente dogal de una corte pesada cual tanque en la solapa.

Claro que Frears ha contado con una carta marcada que le facilitaba el éxito, al menos en cuanto a la llegada al público de su historia: Judi Dench (que ya había hecho de Victoria en Su majestad Mrs. Brown y de Reina Isabel I en Shakespeare enamorado: eso es pedigrí…) es ella sola tres cuartos de película: cuando está en escena se come absolutamente a todos los demás, incluido a un “partenaire”, Ali Fazal, que no le llega ni a la altura del zapato. Dame Judi Dench es, no descubrimos nada, una de las dos más eximias actrices británicas vivas, lógicamente junto a la también grande, y también Dame, Maggie Smith.


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112'

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La Reina Victoria y Abdul - by , Sep 24, 2017
2 / 5 stars
Relámpago sobre agua