Reflejos (2002)

El realizador sevillano Miguel-Ángel Vivas debuta con un guión propio en esta ambiciosa historia policíaca de un asesino en serie, que se entrevera con el drama sentimental que lastra el pasado matrimonial del inspector que investiga el caso. Es un cine de intriga, bien urdido en su trama, pero con el peligro latente de que sus recovecos argumentales acaben desorientando al espectador. Los crímenes, siempre con niños como víctimas, parecen tener un claro culpable y el guión se siente obligado a ir sorprendiéndonos a medida que conocemos nuevas claves.

Parece claro que Vivas ha buscado dar a su primera obra un tono de profesionalidad y eficacia, tomando como ejemplo al cine estadounidense de intriga, especialmente de las últimas décadas. Quizás ello le obligue a un estilo visual un tanto rebuscado, que abusa de los contrapicados, de las angulaciones efectistas, de los ambientes sórdidos, siempre con lluvia, nocturnidad o golpes de efecto sonoros, todo ello en una ambientación imprecisa, como si se temiera la identificación con un país, con una ciudad.

Tributaria de Seven (hay una secuencia calcada) y más indirectamente de El silencio de los corderos, el reparto de Reflejos funciona con irregularidad, con un Georges Corraface que como siempre sólo aporta su prestancia, y una Ana Fernández que resulta monocorde en su difícil papel. Mejor están los secundarios, tanto Alberto Jiménez como la excelente Magüi Mira en su papel de una activa forense que parece sacada de las novelas de Patricia D. Cornwell.

La corrección formal de la cinta casi equilibra sus carencias, en especial esa falsedad, esa falta de credibilidad en lo que se nos cuenta, por su equivocado mimetismo al cine de género “made in USA”. No nos engañemos, el espectador español nunca podrá creerse a Emilio Gutiérrez Caba en plan Hannibal Lecter.