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No hace falta descubrir, a estas alturas, a Martin Scorsese, probablemente el cineasta norteamericano actual más famoso, junto a Steven Spielberg, aunque en el caso del italoamericano se le considera como un autor más “adulto”, en contraposición con la tendencia del judeoamericano a la aventura, el cine juvenil y el cine de género. Pero lo cierto es que el cine de Scorsese de los últimos veinte años, en mi opinión, deja mucho que desear. Es cierto que su cine tiene siempre una factura impecable, técnica y estilísticamente asombrosa, pero también que generalmente deja frío al espectador (La invención de Hugo), cuando no le hace incurrir en la furia por la glorificación de un canalla (El lobo de Wall Street).

Tras tres años de pausa en su faceta como director, el regreso de Scorsese no se puede decir que se haya saldado con un éxito. Al contrario, Silencio, su esperado filme, supone, al menos en sus dos primeras horas, una larguísima y aburridísima peripecia con dos jesuitas que, en el Japón del siglo XVII, buscan a su antiguo mentor, del que dicen se ha convertido al budismo tras apostatar. Esa aventura de los dos religiosos está contada sin ritmo, lo que se nos narra nos importa mayormente un bledo, y no hay tensión más allá de las apariciones de la inquisición del lugar (sí, allí también tenían una, como por aquí en la misma época…). La reiteración de los temas (como esa tablilla con efigie cristiana que ha de ser pisada por los feligreses para demostrar su desafección a la religión) termina jugando en contra de la amenidad, de la fluidez de una historia que, en esas dos primeras horas, invoca constantemente el bostezo en el espectador y le incita a la cabezada.

Menos mal que en la última media hora (curiosamente coincidiendo con la aparición del personaje de Liam Neeson, el sacerdote apóstata) la historia se anima: hay, entonces, un tema de verdad, un dilema moral al que habrá de enfrentarse el protagonista. Tendrá que decidir entonces, teóricamente, entre Dios y el Hombre. Claro que como el magín de cada cual sigue siendo el último reducto del ser humano, quién sabe qué decidirá, si es que decide…

Pero llegados a ese punto ya no se puede enderezar una película lenta, aburrida, sin chispa. ¿Este es el director de Taxi driver? ¿El de Toro salvaje? ¿El de Uno de los nuestros? Quién lo diría… Por supuesto, el envoltorio no es ya que sea impecable, es exquisito: estamos ante una película de Scorsese, probablemente el cineasta vivo con más estilo. La fotografía del mexicano Rodrigo Prieto es extraordinaria, jugando con una paleta de colores en la que prepondera el color de la tierra; lejos del esteticismo, su cámara refleja como otro recurso más las penalidades de estos dos misioneros jesuitas que quisieron salvar a su mentor.

No es suficiente, por supuesto, ese alarde técnico, esa calidad cinematográfica, esa forma espléndida para un contenido somnífero. Nos quedamos, además de con la última parte (con algunas escenas prodigiosas, como la que cierra el filme), con algunos momentos iconográficamente potentísimos, como, en la primera parte, la crucifixión de los creyentes cristianos en la zona que combate la pleamar, llena de dureza pero también de fuerza. No es suficiente, insisto. A Scorsese hay que pedirle más, mucho más.

Es curioso porque Scorsese ya ha tocado el tema religioso, en distintas facetas, en filmes anteriores como La última tentación de Cristo (1988), con temática evidentemente cristiana, aunque con rasgos heterodoxos, y en Kundun (1997), sobre el budismo. Curiosamente también, en este nuevo filme aparecen ambas religiones enfrentadas. O no. Porque lo que subyacía en la persecución decretada por las autoridades japonesas contra los cristianos de la época no era tanto una cuestión religiosa como una cuestión política: Japón buscaba ya entonces mantener su identidad en un mundo que cambiaba a marchas forzadas, y la conversión en masa al cristianismo podría afectar a la propia nación como ente soberano. Esa, con toda probabilidad, fue la razón de tanto ensañamiento, de tanta crueldad como se desplegó contra los seguidores de Cristo.

Scorsese y su guionista Jack Cocks (que ya coescribieron los libretos de La edad de la inocencia y Gangs of New York) se encargan de poner en papel la adaptación a la gran pantalla de la novela homónima de Shûsako Endô, escritor que fue japonés y católico, cualidades que no suelen coincidir en los naturales del país del Sol Naciente (concretamente, un uno por ciento de la población nipona se declara fiel al Vaticano). Habrá que convenir que ambos guionistas han estado bastante más entonados en otros momentos. Es posible que, fascinados por el texto, no se hayan dado cuenta de que lo que en literatura funciona, no tiene por qué hacerlo en cine. De hecho, es extraño que un cineasta de pura raza como Scorsese no haya reparado en tal cosa. Esperemos que el nuevo filme que se anuncia del maestro italoamericano, The irishman, eleve el nivel de su carrera, que en los últimos años no termina de levantar cabeza.

Buen trabajo, en general, de los dos protagonistas, en especial Andrew Garfield, aunque su personaje es demasiado reiterativo, pero de eso no tiene la culpa él. Adam Driver da mejor el rol de jesuita del siglo XVII que el de Kylo Ren, el nuevo Malo de Star Wars. Mejor que ambos está Liam Neeson, y eso que su papel es de los más complicados, el hombre vencido en su fe que habrá de intentar, a su vez, ese proselitismo con el protagonista.


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161'

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Silencio - by , Apr 29, 2017
2 / 5 stars
Dios y el Hombre