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En contra de lo quizá pudiera suponerse, el cine del director inglés Stephen Frears está plagado de temas morales. Porque un asunto moral era el dilema de los protagonistas de Mi hermosa lavandería (1986), enamorados pero ideológicamente enemigos; moral era la amoralidad, finalmente redimida, de los cínicos amantes de Las amistades peligrosas (1988); moral es la impostura del falso samaritano de Héroe por accidente (1992); moral la duda hamletiana entre crimen y ley del protagonista de Los timadores (1990); si hablamos de filmes más recientes, moral era la asunción de su errónea postura ante la muerte de Lady Di por parte de Isabel II en The Queen (2006); aún más claro será el tema moral de Philomena (2013), en el que una anciana busca al hijo que una comunidad de monjas le arrebató en su adolescencia y deberá decidir entre la venganza y el perdón.

Así que no es de extrañar que The program (El ídolo) sea, también, un filme moral. Y lo es con todas sus consecuencias. Lo hace a partir del libro Seven Deadly Sins (literalmente, Siete pecados mortales), original de David Walsh, un periodista irlandés que investigó la carrera del ciclista norteamericano Lance Armstrong, ganador de siete Tours de Francia, hasta conseguir desenmascararlo y que se revelara que durante toda su vida deportiva el texano se había dopado para tener un rendimiento tan extraordinario que le permitiera superar a cualquier rival.

El tema, por supuesto, no es la ilegalidad del dopaje (ilegalidad que es un hecho en prácticamente todas las legislaciones deportivas del mundo de nuestro entorno), sino su ilicitud, su inmoralidad: cómo se puede uno ufanar de ganar nada, si lo hace en condiciones de superioridad física conseguida a base de engaños, de artimañas, de trucos de trilero. Esa tramposería es, finalmente, la que condenó a Armstrong. También su ceguera por la victoria, dispuesto a cualquier cosa por ganar. En una entrevista, tras los primeros grandes logros de su carrera, le preguntaron qué cosas eran para él importantes; el ciclista citó primero la victoria, después a su madre; cuando el periodista le repregunta cuál de las dos tiene mayor importancia para él, el texano, reveladoramente, calla…

Frears es un cineasta experto, veterano, con tablas y más que reconocido prestigio en la puesta en escena. The program tiene algunos altibajos, más atribuibles al guión de John Hodge, antiguo libretista de Danny Boyle, que a la impecable realización de un director para el que el cinematógrafo no tiene secretos.

Armstrong está pintado aquí como un individuo obsesionado por ganar a cualquier precio. Dado que el texto base es el libro de David Walsh, quien parece no tuvo precisamente una buena relación con él, cabría imaginar que las tintas están cargadas sobre el ciclista, pero en cualquier caso el hecho incontrovertible es que mintió, se dopó, ganó multitud de carreras haciendo creer que era fruto de su sacrificio, cuando realmente el responsable de sus triunfos era un hampón con título de médico, il dottore Michele Ferrari, otro que pensaba que escrúpulos era un archipiélago griego.

No todo vale, viene a decir, con razón, Frears: si el ser humano engaña hasta la estafa a sus congéneres, ¿no le valdrá, como sucedió en este caso, la repulsa general, la rechifla universal, la expulsión al infierno de los mentirosos? Otro tema moral, entonces, en una filmografía que, aparentemente, pareciera no tener que ver con semejante temática…

Ben Foster compone con acierto el rol del ciclista, quizá acentuando los matices negativos de este individuo que se creyó un semidios, aunque la delicada ambrosía que tomaban las deidades del Olimpo fueran, en su caso, sustancias tan prosaicas como el EPO o la testosterona. Entre los secundarios aparece un mito como Dustin Hoffman, con un corto papel que él, por supuesto, resuelve con el piloto automático puesto; no le hace falta más…


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103'

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The program (El ídolo) - by , Jul 01, 2016
3 / 5 stars
Una cuestión moral