Pelicula:

Si decimos que las tres partes anteriores de este que se prevé ya largo serial ha recaudado, sólo en el mercado yanqui-canadiense (que funciona como una sola unidad de mercado, como sabe el cinéfilo avisado), una cifra que excede con creces de los mil millones de euros, está claro que el sentido de esta cuarta parte está, sobre todo, en la necesidad de seguir rentabilizando un filón al que, a día de hoy, no se le ve el final. Y es que cuando aún no ha terminado su carrera comercial, este cuarto film de la saga ya ha recaudado en ese mismo mercado la bonita cifra de doscientos cuarenta millones de dólares, así que probablemente tendremos quinta parte, como mínimo.


Como ya decíamos en la crítica de la iniciática Transformers, de lo que se trata es de poner en imágenes, de nuevo, la lucha entre el Bien y el Mal, que en este contexto se desarrolla siempre con los Autobots como robots “buenos” (que ya tiene guasa que haya que llamar así a un amasijo de cables y chips de silicio) y los Decepticons como androides “malos”, con los humanos como culo en el que soltar todas las patadas que intentan darse entre ellos estos artefactos transformistas (nada que ver con las drag queens…), que pasan de ser, un poner, un coche deportivo a un bicharraco de cien metros de altura y una potencia destructora como de portaaviones.


Está claro que a este cine no se le puede pedir mucho más que sea capaz de aturdir los sentidos con tremendas cantidades de escenas de acción, con pirotecnia abrumadora y la consabida capacidad destructiva que tiene el cine moderno (si Nueva York hubiera sido destruida tan a conciencia como se ha hecho en las pantallas, creo que no quedaría ni un ladrillito del Empire State Building…). Pero, hombre, pediríamos que, al menos, la trama subyacente sobre la que se apoya, la que desarrollan los intérpretes, no tuviera la debilidad de ésta, que se limita a poner en escena el habitual pánico de los papás con jovencitas en edad crujiente, y su desmedido interés (el de los papás, no el de las adolescentes macizas) en que el noviete de turno no se les meta en las bragas a sus nenas (con ellas dentro, se entiende…). Con ese asunto como tema recurrente durante las dos horas y tres cuartos del film, se entiende que al espectador se le dé una higa si el novio se tira a la muchacha o no, atontado por el continuo despliegue de unos efectos especiales que, ciertamente, cada día son más perfectos, y consiguen hacer creíble lo increíble.


También es cierto que, en este tipo de productos, se tiende al circense efecto del “más difícil todavía”, lo que tiene el inconveniente de que llegará el momento en que no se sepa cómo rizar este rizo para hacerlo todo aún más abrumador, aún más aparatoso, para que las escenas de destrucción sean cada vez más impactantes, contaminadas de un gigantismo que habrá de tener, alguna vez, un límite: nada se puede estirar “ad nauseam” como si fuera un chicle. Incluso las humildes gomas de mascar tienen su tope de elasticidad, más allá de la cual se rompen.


Mientras llega ese momento, Michael Bay sigue poniendo en imágenes más capítulos de esta serie, con coproducción de Hasbro, la casa japonesa que puso en el mercado hace décadas los juguetes con forma de robots en los que se basa esta saga pelicular; robots que, dicho sea de paso, parecen inspirarse en los dibujos de la serie televisiva Mazinger Z, también de origen nipón, y que en España arrasó allá a finales de los años setenta.


Bay tiene acreditada su capacidad para hacer blockbusters de acción, no ya porque haya dirigido los (hasta ahora) cuatro capítulos de la serie fílmica de Transformers, sino porque casi toda su carrera ha tenido lugar en este género, desde La roca, probablemente su mejor película en este ámbito de mamporro y tentetieso, hasta Armageddon o Pearl Harbor. Es curioso porque, cuando quiere (lo que pasa es que parece que quiere poco…), es capaz de salirse un tanto por la tangente y hacer productos curiosos como Dolor y dinero, su mejor película, lógicamente lejos del género de acción y guantazos.


En la interpretación el hasta ahora protagonista de los Transformers, Shia LaBeouf, deja su sitio (tal vez rodar con Lars Von Trier no sea compatible con estos tontos jueguecitos) a Mark Wahlberg, que ya estuvo en la mentada Dolor y dinero, componiendo para esta ocasión un personaje que parece enteramente el tataranieto torpe de Edison, un inventor de pacotilla con tantas ganas por innovar como escasas cualidades para ello. Wahlberg tampoco es que se tome demasiado en serio el envite, como si supiera que, desde luego, no será por personajes como éste por el que tendrá premio alguno ni desde luego, alcanzará el prestigio de los grandes. Del resto del reparto me quedo con Stanley Tucci, uno de nuestros secundarios favoritos, que sigue confirmando que, por disparatado o delirante que sea su personaje (y en este caso se cumplen ambas premisas….), él lo saca adelante con una profesionalidad y unas ganas de las que ya podían aprender sus jóvenes compañeros de elenco.


(31-08-2014)


 


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Transformers: La era de la extinción - by , Mar 30, 2022
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El tataranieto torpe de Edison