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La llamada Caza de Brujas es uno de los pasajes más ominosos de la historia reciente de Estados Unidos. En plena Guerra Fría, tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, se desató en el país una histeria anticomunista que hizo añicos las libertades civiles en una nación que las tiene como uno de sus primeros fundamentos (lo cual no quita para que, por ejemplo en el caso de los negros, hasta años más tarde se les siguiera considerando de segunda clase…). El caso es que en el Comité de Actividades Antinorteamericanas que comandó con mano de hierro, cual Torquemada con (horrible, por cierto) corbata, el senador McCarthy, se originó una furibunda campaña contra el Hollywood liberal, en lo que fue una batalla desigual entre los artistas del cine y la inmensamente poderosa maquinaria del Estado.

Los Diez de Hollywood es el nombre con el que se conoce a diez guionistas y/o directores que se negaron a testificar ante el Comité de marras, lo que les abocó, en muchos casos, a la humillación pública, el desprecio de sus iguales, en algunos casos incluso la cárcel y el destierro. Algunos cejaron en su silencio y “cantaron” cuanto sabían, como Edward Dmytryk, pero otros, como Dalton Trumbo, siguieron en sus trece. Trumbo se las ingenió para sobrevivir tras pasar once meses en prisión por desacato. Su arma fue escribir guiones que firmaban otros; a pesar de que el “establishment” sospechaba la añagaza, pudo seguir trabajando durante años, aun soportando (y con él su familia) el desdén de sus conciudadanos y la imposibilidad de recoger los laureles de su obra, como dos Oscar al mejor guión que fueron adjudicados el primero a un testaferro (Ian McLellan Hunter), por Vacaciones en Roma, y el segundo a nadie, pues nadie era el seudónimo Robert Rich, por El Bravo.

Sobre esta terrible historia en la que un país entero se empeñó en hundir a uno de sus hijos más preclaros, el cineasta Jay Roach ha hecho este filme biográfico que, si bien no se puede decir que sea espléndido, sí se puede afirmar que es el mejor de los que hasta ahora él había rodado. Bien es cierto que el listón lo tenía batante bajo, pues Roach es el artífice, por decir algo, de la saga iniciada con Austin Powers, parodia no precisamente exquisita sobre la serie de James Bond, y de la no menos saga que comenzó con Los padres de ella; quiere ello decir que Jay es un cineasta hasta hora adocenado en la comedia que colinda con la astracanada, pero con Trumbo se eleva considerablemente sobre su nivel habitual, en un filme noble por su propósito, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta.

Con un cuidado diseño de producción, el filme nos narra la vida de este guionista de prestigio y cómo su existencia se va por el sumidero cuando se ve obligado a declarar sobre sus creencias ideológicas, a lo que se niega invocando la Primera Enmienda, que, entre otras cuestiones, protege la libertad de expresión. Es la historia de su tenacidad, de su tozudez, de su voluntad para no doblegarse ante quienes querían que se retractara de sus creencias o delatara a sus colegas.

La historia abarca fundamentalmente los trece años que van desde las primeras deposiciones de los Diez de Hollywood en 1947, hasta que Trumbo consigue que su nombre aparezca en los créditos de Espartaco, de Stanley Kubrick (gracias al empeño de Kirk Douglas, que además de protagonista era productor de la cinta), y con ello se restituyó su buen nombre.

Trumbo quizá no sea un filme excelso, pero es un filme necesario. Necesario para conocer una de las figuras más interesantes del cine norteamericano de los años cuarenta a setenta, un guionista exquisito que durante años tuvo que vivir a base de escribir, de tapadillo, textos del tres al cuarto para producciones de cine Z. Es, también, una historia de perdón: cuando Trumbo recoge, ya en los años setenta, un premio a su labor como escritor, recordará en su discurso de agradecimiento que en aquel desventurado tiempo sólo hubo víctimas: incluso los Elia Kazan, Edward Dmytryk, Edward G. Robinson, que delataron a sus colegas, no fueron sino otras víctimas más, que renunciaron a sus principios por el tan humano miedo, y que además pasaron a la historia como delatores, chivatos, gente ruin en las antípodas de los que apecharon, contra toda sensatez, con las consecuencias de sus ideas y de sus actos.

Bryan Cranston hace una impecable composición del personaje central. Cranston, desde que fue descubierto internacionalmente por su protagonismo en Breaking Bad, no deja de asombrarnos con grandes interpretaciones, otra virtud más (la de su descubrimiento) que hay que poner en el haber de la celebrada serie televisiva. Del resto del elenco me quedo con el actor australiano Dean O'Gorman, que compone un Kirk Douglas de extraordinario parecido físico con el actor de Senderos de gloria en aquellos tiempos de principios de los sesenta en los que él, junto a Kubrick y Trumbo, nos regaló esa maravilla que es Espartaco, epítome del cine liberal de Hollywood.


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124'

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Trumbo: La lista negra de Hollywood - by , Apr 29, 2016
3 / 5 stars
Sólo hubo víctimas