Rafael Utrera Macías

En artículos precedentes, nos hemos referido a las conmemoraciones de las muertes de Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare al cumplirse los cuatrocientos años de los respectivos decesos. Una de las entregas nos permitió comprobar el efecto causado por un curioso aspecto de la biografía del autor español sobre el escritor Ramón J. Sender, cuyo resultado sería el relato “Las gallinas de Cervantes”; el mismo tuvo, según vimos, su versión cinematográfico/televisiva dirigida por Alfredo Castellón.

Para rememorar, en paralelo, al eximio dramaturgo inglés, vamos a tomar aspectos concretos de algunas de sus obras; nos detendremos en dos cuestiones: a) la presencia del caballo, y b) el personaje de Falstaff. Teniéndolas en cuenta, pretendemos comprobar el tratamiento utilizado por el cinematógrafo en ciertos títulos tan significativos como interesantes.

En efecto, la presencia del caballo en la literatura shakespeariana es un motivo digno de observación por cuanto no es sólo “personaje” ocasional sino elemento de inspiración lírica y dramática dentro de la obra en cuestión. El cine ha mostrado, como corresponde, la presencia del equino en las muy diversas adaptaciones, lo que no ha impedido que este sustantivo se utilice con significación bien diferente al situarlo en campo semántico bien distinto.

De otra parte, uno de los más relevantes personajes de la dramaturgia shakespeariana es Falstaff. Su presencia, en toda su dimensión tragicómica, se presenta en “La vida de Enrique IV” y se aludirá a su enfermedad y muerte en “Enrique V”; aunque muerto literariamente el personaje, su autor, según se dice, a solicitud de la reina Isabel, volvió a él en “Las alegres comadres de Windsor”. El cine lo ha ofrecido como personaje secundario en diversos títulos y lo eleva a categoría suprema en Campanadas a medianoche (Orson Welles. 1965) donde el propio director brilla en su interpretación de semejante ser y encarna a la perfección las variedades de su ambigua catadura moral. Este orondo sir es el amigo del príncipe Enrique (familiarmente, Hal), bufón de la corte, pródigo vividor tan amante de la buena mesa como empedernido bebedor del vino de Jerez (Véase Criticalia: https://criticalia.com/articulo/orson-welles-amor-a-espana-pasion-por-andalucia).


La presencia del caballo

El caballo de Ricardo III

La escenas finales de “Ricardo III”, pertenecientes al acto quinto, ofrecen una significativa obsesión del rey por su caballo como elemento fundamental para la guerra. Así, ordena a Catesby ensillar su blanco “Surrey” para la batalla de mañana. Y, luego, tras la aparición de los espectros, desvanecidas ya las imágenes del príncipe Eduardo, de Enrique VI, de Clarence, de Rivers, de Grey y Vaughan, de Hastings, de la reina Ana, y, finalmente, de Buckingham, el rey Ricardo sale de su espantoso sueño y, en su monólogo, lo primero que pide, antes, incluso de curarse las heridas, es ¡otro caballo!

Seguidamente, comenzados los preparativos de la batalla, entre variadas solicitudes y órdenes, manda “¡Enjaezad mi caballo!” para, luego, arengando a sus soldados, exigirles que hundan la espuela en los flancos de los suyos. En el principio de la escena cuarta y última, situada en otra parte del campo de batalla, Catesby anuncia a los demás los prodigios efectuados por su rey, pero, al tiempo, que su caballo ha caído muerto y combate a pie. El monarca grita desaforadamente, “Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”, poco antes de morir.


Versiones cinematográficas de Ricardo III

Ricardo III (1967), de Claudio Guerin Hill

Es una de las joyas dramáticas producidas por Televisión Española en los comienzos de la Segunda Cadena (llamada entonces UHF), pese a la escasez de medios y la larga mano de la censura. La alienación del poder y la maquinación política resaltaban sobre la figura monstruosa de Ricardo y sus aspectos paranoicos y patológicos.

A pesar de ser una producción televisiva, lo que comporta un uso específico del lenguaje, Guerin utiliza una puesta en escena cinematográfica; ello se hace patente en un conjunto de escenas-secuencias engarzadas por fundidos y encadenados donde el montaje combina dos o más elementos diferentes; valgan como ejemplo las pesadillas del rey asesino, materializadas en las sucesivas presencias de los rostros de los asesinados. Pero, sin duda, el momento más espectacular de toda la representación fue el modo de resolver la batalla de Bosworth: una secuencia de la película Campanadas a medianoche, de Orson Welles, se sobreimpresionaba al rostro del monarca (José María Prada). La arenga de Ricardo a los suyos y la desesperada solicitud, "un caballo, mi reino por un caballo", obtenían un subrayado visual cuyo resultado era la combinación icónica de lo épico y lo dramático adecuadamente conformado.


Looking for Richard (1996), de Al Pacino

El interés de Pacino por llevar a la pantalla “Ricardo III”, se pone de manifiesto en que interviene en ella como productor, guionista, actor y director; lo ha justificado en base a su conocimiento de la dramaturgia y a ofrecer algo que fuera más allá de la mera adaptación cinematográfica.

En efecto, artistas y técnicos, reunidos, conforman una “mesa italiana” donde se estudian, analizan y discuten los actos de la obra, el modo de aproximarse a ellos, los matices aportados por cada uno de los personajes y cómo debe resolverlos el actor o la actriz a lo largo de la representación. La estructura de la puesta en escena y su resolución formal es abordada por los técnicos en plena sintonía con los artistas.

Estamos, pues, ante una obra donde se mezcla el pasado y el presente, el teatro y el cine, la ficción escrita con la realidad vivida, el ensayo de una escena, con las interrupciones propias, y la representación final, con o sin espectadores. Lo mismo se nos hace entrar en el interior de un estudio cinematográfico como se nos acerca a la calle para preguntar al ciudadano qué sabe o qué no sabe de ese tal Ricardo III. Y, junto a la representación de una meritoria escena, se ofrece imagen y voz del ensayista, del historiador, que evalúa el significado de la misma a la luz de investigaciones propias o ajenas. El espectador sigue las diversas partes de la obra atendiendo a las marcas que Pacino le ofrece, sean estas rótulos orientadores o iconos semánticos, para orientar en su heterogénea estructura, bien sea materia del original shakespeariano o de la concepción que guionistas y director estiman acerca de la secuencia, del personaje, de la música, de la puesta en escena. La secuencia de la batalla final queda contenida en tiempo y acción a la vez que está virada en rojo para potenciar el efecto dramático. El caballo de Ricardo no muere; huye despavorido mientras su dueño recibe las flechas del enemigo y, espada en mano, exhala su último aliento.


Ricardo III (1995), de Richard Loncraine

La dramaturgia shakespeariana se caracteriza por aglutinar elementos principales y secundarios de la condición humana; la duda y los celos, la traición y la soberbia, la ambición y la codicia, etc. El autor conforma los personajes atendiendo a tales rasgos y los sitúa en específicos contextos históricos en los que se resuelve la dinámica de sus acciones, dramáticas o trágicas, ocasionalmente cómicas.

Es evidente que toda la acción y pasión contenida en esa dramaturgia es susceptible de hacerse intemporal y poder aplicarse a otros tiempos donde distintos personajes actuarán de semejante manera a como lo hacen los prototipos del escritor inglés. Es el caso de Ricardo III (Richard Loncraine, 1995) donde la trama general se acomoda a las líneas dramáticas de la obra original para actualizar un proceso que sucede en la Inglaterra de los años 30 del pasado siglo. El citado Ricardo, duque de Gloucester, traicionará a su hermano mayor, el rey Eduardo, para, con los crímenes que hagan falta, usurparle el trono. En un contexto europeo donde el nazismo se deja sentir en tantos frentes, el telón de fondo es una guerra entre democracias y dictaduras. Ian McKellen es Ricardo III (al tiempo, guionista junto al director) y John Wood interpreta a Eduardo IV. La maquinaria de guerra es, ahora, el símbolo del deseado caballo.


El corcel del Delfín en “La vida del rey Enrique V”

En “La vida del rey Enrique V”, la intervención del narrador (Coro), presentador de la obra, sirve para poner de manifiesto la pobreza del medio teatral y estimular la imaginación de su espectador: así, le oímos decir: “Suplid mi insuficiencia con vuestros pensamientos. Multiplicad un hombre por mil y cread un ejército imaginario. Cuando os hablemos de caballos, pensad que los veis hollando con sus soberbios cascos la blandura del suelo…”.

El elogio del caballo lo sitúa Shakespeare en la escena VII; en ella, los franceses preparan la batalla en el campamento de Agincourt y el diálogo lo mantienen el Delfín, el Condestable de Francia, el Duque de Orleáns, junto a otros. Comentan entre ellos las excelencias de las armaduras y de los caballos, y Luis, el Delfín, en sus laudatorias manifestaciones raya en lo hiperbólico cuando elogia, describe y define al corcel. El ámbito mitológico es zona idónea para la comparación, pues, como Pegaso, al aire obliga “a trotar” y la tierra “canta” cuando la toca; al no ser más que “aire” y “fuego” se hace merecedor de pertenecer a Perseo y la musicalidad emanada de sus herraduras supera las notas salidas de la flauta de Hermes. Por todo ello, la admiración del Delfín por su caballo deviene en divinizado amor; cuando le monta, se eleva hasta sentirse como un halcón; le dedica un soneto describiéndolo como “maravilla de la naturaleza” para, luego, proclamar, sin ambages, que su corcel es su amante (su amada, en otra traducción).


Enrique V (1944), de Laurence Olivier

La versión cinematográfica de Enrique V (1944), dirigida por Laurence Olivier, se resuelve como una representación isabelina en el Teatro de El Globo donde los distintos escenarios y los atuendos de los personajes están inspirados en las miniaturas y códices de la época. Esta “ficción de segundo grado”, puesto que es, como decimos, “una representación”, pasa de la transformación de los escenarios a la propia naturaleza, donde, por ejemplo, se librará la famosa batalla.

La escena del Delfín haciendo el elogio de su caballo, recoge el parlamento que ya conocemos mientras que la presentación de la secuencia muestra, en planos separados, a cada uno de los contertulios, precisamente para mostrar, en indumentaria y gesto, las singularidades de cada uno, Carlos VI, Duques de Borgoña, Orleáns y Borbón junto al inefable Delfín.


Enrique V (1989), Kenneth Branagh

Por su parte, en Enrique V (1989), Kenneth Branagh, muestra al narrador con atuendo contemporáneo y situado en unos estudios cinematográficos. La iconografía resuelve concreta y pragmáticamente la solicitud del narrador: el espectador verá (no tendrá que imaginar) lo que “Coro” comenta.

El director sintetiza el diálogo de la escena, aunque la imagen y el comportamiento del Delfín le ponen en evidencia ante el condestable y el duque, quienes de otra parte, le conocen muy bien; por ello, cuando Luis sale de la tienda de campaña, las críticas contra él no se hacen esperar. Este joven airado y soberbio fue quien envió, en son de burla, a Enrique de Inglaterra, unas pelotas de tenis cuando éste se interesó por el trono francés. Ahora, en la batalla de Agincourt, el día de San Crispín, tendrá que envainarse la espada y poner a buen recaudo su amado corcel porque las tropas inglesas, al mando de su rey, con el suelo enlodado, acabarán cantando el “Non nobis” y el “Te Deum” en señal de triunfo.


Bibliografía


La literalidad de las citas ofrecidas de las obras de Shakespeare pertenecen a:

--“La tragedia de Ricardo III”. Austral, nº 1398. Espasa Calpe. Traducción de Luis Astrana Marín.
--“Enrique IV”. Austral nº 505. Espasa. Traducción de Ángel-Luis Pujante.


Películas completas en YouTube

--Campanadas a medianoche (pinche aquí)


--Ricardo III (dramático de TVE de Claudio Guerin Hill) (pinche aquí)


Trailers en YouTube

--Looking for Richard (Al Pacino) (pinche aquí)

--Ricardo III (Richard Loncraine) (pinche aquí)

--Enrique V (Laurence Olivier) (pinche aquí)

--Enrique V (Kenneth Branagh) (pinche aquí)


Pie de foto: Laurence Olivier a caballo en Enrique V (Laurence Olivier. 1944).