Enrique Colmena

Y no tenía ganas ni nada de escribir un artículo, o algo, en el que pudiera parafrasear el título del primer libro autobiográfico de Shirley MacLaine, Lo que sé de mí. No me refiero a su contenido, bastante opinable, sino al título español (el inglés, Out on the limb, me parece más flojo), tan eufónico, tan redondo, cinco monosílabos seguidos, en lo que debe ser una rara avis en la lengua española, cinco monosílabos seguidos que, además, tienen un sentido, y qué sentido: hablar de lo que uno sabe de sí mismo.

Para este artículo cambiamos el “mí” por el “ti”, y ya tenemos la excusa perfecta para hacer el balance del año 2013 desde un punto de vista estrictamente cinematográfico. Lo cierto es que, aunque pueda parecer otra cosa, el año de los dos dígitos finales que hay quien no quiere ni nombrarlos, nos ha dejado una cosecha bastante amplia de películas de interés, de los cinco continentes, aunque ciertamente la mayoría nos llega desde el Nuevo Continente, parte norte, concretamente entre El Paso y el Lago Ontario.

Pero del cine norteamericano hablaremos algo más adelante. Ya que estamos en España, hablemos primero del cine producido en nuestro país. Habrá que convenir entonces que éste no ha sido (tampoco) un buen año desde el punto de vista artístico en nuestra tierra. Es cierto que ha sido un año convulso, con los recortes que se ha producido en las subvenciones para los nuevos proyectos a desarrollar en este año y en el de inminente llegada, pero también que eso no debería ser obstáculo para que lo que se ha rodado y estrenado tuviera interés. La página web del Ministerio de Cultura censa hasta 226 largometrajes (ficción, documental y animación) rodados en 2013, pero abundan los francotiradores de nulo recorrido, documentales para exhibir, con algo de suerte, en alguno de los canales televisivos especializados en documentales, o todo lo más en los segundos canales de las televisiones públicas. Abunda la inanidad y escasea, mal que nos pese, la calidad.

Citaremos entonces La herida, quizá una de las más interesantes, a fuer de atípicas, propuestas cinematográficas del cine español, dirigida por el montador Fernando Franco, una historia de ribetes realistas, casi naturalistas, con un personaje extremo que el montador-cineasta perfila extenuantemente. En un registro quizá no demasiado lejano, Manuel Martín Cuenca nos ha presentado Caníbal, algo inferior a su anterior y extraordinaria La mitad de Óscar, pero aún así una de las joyas del cine español del año, otra historia extrema, en este caso la de un epígono del Dr. Lecter, si bien aquí no se recorren las turbias aguas del thriller sino las no menos desasosegantes del drama, quizá incluso del drama romántico.

Ali, otra película pequeña pero realizada con notable desparpajo por Paco R. Baños, otra historia apegada a la realidad, otro retrato de un (una, en este caso) diferente, sin los problemas de los protagonistas de los filmes anteriores, pero también con algunas carencias afectivas que parecen confirmar que éstas son, en estas primeras décadas de la centuria veintiuna, uno de los grandes problemas de la Humanidad.

En un registro totalmente distinto tenemos Las brujas de Zugarramurdi, donde Álex de la Iglesia hace un mix entre Berlanga (toda la parte inicial, excelente) y Tim Burton (quizá inferior, pero no menos alocada que la que podría haber hecho el autor de Eduardo Manostijeras), una comedia negra, negrísima, con un reparto coral muy entonado y un ritmo endiablado (nunca mejor dicho…).

Curiosamente, de las cuatro películas citadas, las tres primeras son producciones o coproducciones andaluzas, lo que parece confirmar, como ya hemos dicho en otras ocasiones, la pujanza del cine producido por empresas cinematográficas de Andalucía.

Por no irnos demasiado lejos hablaremos ahora del cine europeo, que este año de 2013 nos ha dejado varias perlas estimulantes: entre las que más nos han gustado está La gran belleza, de Paolo Sorrentino, una plausible actualización del universo descrito por Fellini hace más de medio siglo en su La dolce vita; también nos ha interesado mucho otra producción italiana, La mejor oferta, el regreso de Giuseppe Tornatore al cine de la excelencia de Cinema Paradiso. Como itálica es, aunque en un registro totalmente diferente, Alí ojos azules, que podríamos describir como otro “aggiornamento”, otra actualización, en este caso sobre los ragazzi di vita que describía Pasolini en su Accatone (curiosamente también hace más de medio siglo…).

Pero quizá la mejor de todas haya sido Amor, la espléndida disección sobre la ancianidad y sus servidumbres que ha filmado Michael Haneke, y que le ha reportado, tan merecidamente, una lluvia de premios, Oscar incluido. De Francia nos han llegado dos propuestas tan interesantes como contrapuestas, la visión sobre el mundo de los políticos en El ejercicio del poder, de Pierre Schoeller, y Thérèse D., una versión muy notable del clásico de François Mauriac, siendo en este caso la película póstuma de Claude Miller. Con coproducción entre diversas cinematografías, aunque preponderantemente europeas, hemos tenido algunos títulos interesantes, como Inch’Allah, ambientada en el irredento paisaje de la Palestina ocupada, con occidental que poco a poco va siendo ganada en su ánimo y convicciones por la causa de los ocupados; y 360. Juego de destinos, sobresaliente historia de cruce de caminos en la que el brasileño Fernando Meirelles, recordable por filmes como El jardinero fiel, nos sitúa en algunos de los problemas y traumas de la sociedad adulta europea actual.

De Hispanoamérica nos han llegado varias propuestas que también tienen su interés; empezaremos por Tesis sobre un homicidio, notabilísimo thriller argentino puesto en pie por Hernán Golfrid, jugando con la ambigüedad sobre la culpabilidad, o no, del antagonista. En un registro diametralmente opuesto, No ponía en imágenes la campaña publicitaria que consiguió acabar con la dictadura de Pinochet, bajo la batuta de Pablo Larraín; en un contexto también político está Colosio: el asesinato, la reconstrucción de lo sucedido en México con el homicidio del candidato del PRI en las elecciones de 1994, una denuncia sobre lo que, al parecer, fue un crimen de Estado; también mexicana es Heli, con dirección de Amat Escalante, premiada en Cannes, una historia en el fin del mundo, donde sólo cabe ser narco o semiesclavo en una fábrica de coches; del sur del continente, de Argentina, nos llegó El último Elvis, matizado retrato sobre un imitador del genio de Tupelo que dirigió Armando Bo Jr.

Si tiramos hacia el Norte, dentro del continente americano, nos encontraremos con el cine USA, que este año ha aportado un buen ramillete de filmes indies, cada uno con una historia atractiva y distinta: desde el thriller político dirigido por Robert Redford, Pacto de silencio, hasta Stoker, el brillante thriller psicológico realizado por Park Chan-wook, sin olvidar el Woody Allen anual, que en este caso ha vuelto por sus fueros y nos regala una espléndida Blue Jasmine. Pero la cosa no se ha quedado ahí: hemos tenido apuestas que podrían llamarse vintage, como Argo, que pone en imágenes el rescate de un grupo de norteamericanos en el Teherán de la explosiva Irán de finales de los setenta, en plena Revolución de los Ayatolás; con dirección del actor Ben Affleck, que tal vez debería dedicarse a su faceta de director, dado lo bien que le va, el filme ganó el Oscar a la Mejor Película. En una línea muy distinta, Siete psicópatas nos ofrece, en clave de thriller y comedia, una divertida e inteligente divagación sobre el cine, los personajes y el guión, una suerte de metalenguaje puesta en escena por Martin McDonagh; como diferente es la proposición de Joe Wright en su nueva versión del clasico tolstoiano, Anna Karenina, que osa cruzar la historia clásica con un escenario como teatralizante.

En tonos diversos y casi diametrales tendremos El último concierto, una lucha de egos bajo la batuta (nunca mejor dicho) de Yaron Zilberman; Mud, de Jeff Nichols, que parece traer resabios de Mark Twain (esos niños, ese río como paisaje y casi personaje), sobre la infancia y el tránsito a la edad adulta;  Jobs, la visión no precisamente benévola sobre uno de los genios de nuestro tiempo, llevado a la pantalla por Joshua Michael Stern; el melodrama romántico gay, Keep the lights on, una historia de amor torturado en el que, como en toda pareja, siempre hay uno que quiere más y otro al que le gusta más ser querido: un clásico; y la historia también romántica, en este caso hetero y desquiciada, de El lado bueno de las cosas, de David O. Russell, que nos permitió descubrir el talento interpretativo de Bradley Cooper y, sobre todo, de Jennifer Lawrence.

En cuanto a los blockbusters norteamericanos, se confirma la tendencia observada en los últimos años; hasta entonces las grandes superproducciones de los estudios de Hollywood aspiraban a reventar taquillas pero no a pasar a la Historia del Cine; desde Watchmen y El Caballero Oscuro se puede decir que eso ha cambiado, y los estudios optan por seguir haciéndose de oro pero, a la vez, proponer historias que no avergüencen la inteligencia de nadie. La lista es larga, y en todos los casos, además de marcar records de recaudación, se ha hecho Cine con mayúsculas. Es un gran logro, sin duda, y se ha conseguido con filmes como Django desencadenado, de Quentin Tarantino, Oblivion, de Joseph Kosinski, El Hombre de Acero, de Zack Snyder, Star Trek: en la oscuridad, de J.J. Abrams, Guerra Mundial Z, de Marc Forster, El Llanero Solitario, de Gore Verbinski, Riddick, de David Twohy, Gravity, de Alfonso Cuarón, El hobbit: la desolación de Smaug, de Peter Jackson, 12 años de esclavitud, de Steve McQueen, y Capitán Phillips, de Paul Greengrass.

Lo cierto es que, en general, no ha sido un mal año; no, al menos en cine. Ya veremos que da de sí el 2014…

Pie de foto: Antonio de la Torre, desasosegante con el cuerpo inerte de Olimpia Melinte, en Caníbal.