Enrique Colmena

El año 2013 que ahora termina lo hace, en términos de ficción televisiva española, con el éxito de dos apuestas contrapuestas, si me admiten el casi retruécano. Ha habido otras que han tenido cierta aceptación, como Vive cantando, pero lo cierto es que las auténticas vencedoras, tanto en audiencia como en aceptación crítica, han sido dos series que han apostado por procedimientos, formas, temas y estilos muy distintos, aunque al final ambas han concitado el favor del público y de los especialistas.

Ha sido el caso de Isabel, el serial producido por Diagonal TV para Televisión Española, que en este último trimestre de 2013 ha emitido su segunda temporada con unánime aceptación. Se trata de una serie que pone en escena la vida (y llegará hasta la muerte, en la tercera y última temporada) de la reina Isabel I de Castilla, quien, junto a su marido, Fernando II de Aragón, son conocidos por la Historia como los Reyes Católicos. La serie bebe evidentemente de otro éxito historicista como fue Los Tudor, que ponía en imágenes la azarosa vida de Enrique VIII de Inglaterra. Quizá por eso la primera temporada de Isabel, la que narra su vida adolescente a la sombra de su hermano el rey Enrique IV de Castilla, esté trufada, a la manera de la serie inglesa, de escenas de cierto voltaje erótico, temática que, sin embargo, desaparece en la segunda temporada. Curiosamente la primera tanda de capítulos de Isabel fue rodada en 2011 y metida en el congelador, ante las dudas de la dirección de la cadena sobre la idoneidad de una serie histórica como ésta y el posible pinchazo de audiencia. Estrenada la primera temporada con notable acogida, ello supuso el rodaje un tanto apresurado de la segunda tanda de capítulos, ya con Isabel como reina, aunque hubo que reconstruir decorados, que ya se habían desmontado ante la (obviamente errónea) certeza de que no habría segunda parte. La serie peca, es verdad, de una austeridad que por momentos llega a ser penosa, sobre todo en las escenas de masas (que se arreglan con unos cuantos figurantes y poco más) y en las que requieren decorados o atrezzos costeados y no monumentales (cfr. la visión del mar por parte de los Reyes Católicos, realizada con un mero primer plano en contraplano de ambos mientras, supuestamente, admiran arrobados el Atlántico), pero también lo es que, en general, el rigor histórico está presente siempre, aunque lógicamente los guionistas hayan tenido que fantasear sobre los supuestos diálogos y situaciones en las que se ven envueltos Isabel, el que sería su marido, sus consejeros más fieles y también los que no lo fueron tanto, o lo fueron según les interesara. Buenos diálogos, tramas bien urdidas y que no rechinan prácticamente nunca son las virtudes más apreciables de la serie dirigida por Jordi Frades, además de un notable elenco; aparte de los protagonistas, la dulce Michelle Jenner y el algo más bronco Rodolfo Sancho, lo cierto es que el grueso de los intérpretes son veteranos actores teatrales como Ramón Madaula, Pere Ponce, Pedro Casablanc o Ginés García Millán, que insuflan sabiduría a los personajes a los que sirven con destreza.

En otra dimensión estaría la segunda ficción televisiva autóctona de más éxito del año en España, El tiempo entre costuras. Si Isabel narra hechos históricos, El tiempo… parte del best-seller homónimo original de María Dueñas, el relato de la imaginaria historia de una mujer que arranca en los años previos a la Guerra Civil Española, cuando una costurera de Madrid es embaucada por el donjuán de turno que se la lleva a Tánger, donde la abandonará, estafada y, lo que es aún peor, la deja como única responsable de la abultada cuenta del hotel que compartían; a partir de ahí llegará la caída a los infiernos de la joven incauta, pero también el inicio de su redención, que le llegará vía apertura de un taller de costuras en la plaza africana, desde donde saltará a Madrid cuando la inteligencia británica la fiche para aprovechar sus contactos con las esposas de los mandos nazis en España, con la intención de conocer movimientos y datos estratégicos de sus enemigos. En este caso la productora ha sido Boomerang, y la producción, para Atresmedia (uno de los dos grandes grupos televisivos privados españoles, siendo éste propiedad de la familia Lara; el otro, Mediaset, es de Silvio Berlusconi, ojú…), ha estado en las antípodas de la de Isabel; donde en la serie sobre la reina castellana había austeridad casi espartana (aunque han sabido aprovechar espléndidos monumentos emblemáticos como el Alcázar de Sevilla o la Alhambra de Granada), en la que ponía en escenas la vida de esta costurera espía, o viceversa, todo ha sido lujo y derroche: se ha rodado en los escenarios naturales de la novela, desde Tánger a Lisboa, sin ahorrar en ambientación y decorados. Su historia juega con temas como el espionaje y la intriga, pero también con el romanticismo y el drama químicamente puro. En cuanto a intérpretes, aparte de la protagonista, Adriana Ugarte, que ciertamente está brillante en su papel, hay todo un equipo de gente notable, desde veteranas como la gran Elvira Mínguez o Elena Irureta, hasta actores de la talla de Tristán Ulloa, pasando por estrellas emergentes como el estupendo Raúl Arévalo.

Sin embargo, siendo tan distintas ambas series, lo cierto es que ambas han concitado los plácemes de la concurrencia. Entonces parece claro que el éxito no tiene una única clave; o quizá si, el talento, sea con poco o mucho dinero, con temáticas históricas o imaginarias, con densas conspiraciones palaciegas o intrigas urdidas entre mangas a la sisa con el soniquete al fondo de las máquinas de coser. Al público no se le convence con trampas, mentiras o copia-pegas; hay que darle verdad, aunque sea tan falaz como la historia de Sira Quiroga, a la que su inventora renombra, en un rapto de originalidad, como Arish Agoriuq, en una especie de falseado palíndromo. No existió, pero podría haber existido. De hecho, existe, aunque no sea más que en el imaginario de los  millones de personas que ya la han visto.

Dos formas distintas, un único éxito: qué bueno que la ficción televisiva española encuentre, como la norteamericana, la manera de llegar, de llenar a su público.