Enrique Colmena

Como se preveía, el cuarto segmento de la exitosa saga creada por la escritora británica J.K. Rowling, "Harry Potter y el Cáliz de Fuego", ha tenido una mágnífica aceptación tanto en los cines de los países anglosajones (número uno arrollador en Estados Unidos y Reino Unido), como en España, donde también se ha colocado a la cabeza del llamado "box office", que deberíamos acostumbrarnos a llamar con el más hispánico nombre de "recaudación de taquilla". Los tres primeros episodios de la prevista saga de siete filmes, basados en otras tantas novelas (de las que hasta ahora hay publicadas seis en el mundo anglosajón, aunque la sexta, cuando escribo estas líneas, aún no ha aparecido en el mercado en español) ya fueron bombazos comerciales; el primero de ellos, "Harry Potter y la Piedra Filosofal" constituyó una agradabilísima sorpresa por su acertado retrato del peculiar mundo inventado por esta escritora que pasó, casi sin solución de continuidad, de ser madre soltera y en paro a convertirse en la mujer que más libros ha vendido, probablemente, en toda la Historia de la literatura universal, incluso por encima de Agatha Christie, hasta ahora el referente de escritora comercial por excelencia. Su fortuna personal es ya la mayor del Reino Unido, por encima de la de Su Graciosa Majestad (que no es el difunto Benny Hill ni Rowan Atkinson, el genial memo de "Mr. Bean", sino la Reina Isabel II...) y una de las mayores del mundo.
Así las cosas, parece que todo iba a ser de color de rosa en la saga cinematográfica del joven Potter, pero el tiempo ha venido a contradecir esa impresión: el segundo epìsodio, "Harry Potter y la Cámara Secreta", ya dio muestras de cansancio, con una dirección mecánica de Chris Columbus, que repetía tras el éxito del primer filme de la serie. Daniel Radcliffe, el pequeño protagonista, empezó también a enseñar la patita de sus muchas limitaciones como actor, y sólo el hecho de que es el rostro por antonomasia del niño brujo, hace que siga al frente del reparto.
En la tercera entrega, "Harry Potter y el prisionero de Azkaban", se introdujeron algunos elementos más tenebrosos, y aparece un personaje fundamental en la saga, Sirius Black, padrino del niño y, de alguna forma, única figura paterna de la historia, además del director del colegio para magos de Howgarts, Albus Dumbledore, que hasta entonces ejercía a modo de afectuoso tutor del pequeño. La dirección del mexicano Alfonso Cuarón (curtido en el género infantil con la estupenda "La princesita") refrescó la que por entonces ya era una franquicia declarada. Sin embargo, su repercusión en los mercados anglosajón y español fue menor que los dos títulos anteriores, quizá porque Harry, y con él la serie, se iba haciendo más adulta, más negra y tenebrosa.
En el cuarto episodio, "Harry Potter y el Cáliz de Fuego" (basado en el que probablemente es el más creativo de los volúmenes literarios de J.K. Rowling), el interés, sin embargo, decae: Mike Newell dirige de forma impersonal, tal vez porque el género fantástico no es precisamente su favorito, no habiendo hecho casi nada en ese terreno. Las tres pruebas del Torneo de los Tres Magos carecen de la grandeza y la turbia magia que impregnan las páginas de la novela rowlingiana; el enfrentamiento entre Harry y Lord Voldemort, que en el libro sobrecoge por su malignidad, aquí es un paseo militar para el chico, gracias a que el pérfido Señor Oscuro parece recién salido de un cabaré donde ejerciera de locaza drag queen (chata, es cierto...).
Es cierto que, a lo largo de estos cuatro episodios cinematográficos, siguiendo la estela de las novelas de J.K. Rowling, se ha creado todo un mundo fantástico que, además, en literatura ha tenido el benéfico y gratificante efecto de atraer hacia la lectura a millones de críos (y, con ellos, a sus padres...) en todo el mundo, lo que, con independencia de lo que se pueda pensar sobre la calidad literaria de la novelista británica y su niño mago, es realmente estimulante. Los personajes centrales del libro son perfectamente conocidos hoy día por cualquier persona medianamente informada (sobre todo si tiene hijos en edad de merecer...): el protagonista absoluto, por supuesto, pero también sus amigos, Ron Weasley y la chica Hermione Granger (a la que los villanos llaman "sucia", por ser hija de "muggle", un no mago) y el cuadro de profesores, comandado por el mentado Dumbledore (interpretado sucesivamente por Richard Harris y, tras su muerte, por otro grande de la escena anglosajona, Michael Gambon), con la profesora McGonagall (una muy apropiada Maggie Smith, otra de las grandes) y el severo Severus Snape (Alan Rickman, otro que tal), con la incursión episódica de actores de renombre como Ian Hurt, Kenneth Branagh o, en este cuarto episodio, Brendan Gleeson, que hace toda una creación de uno de los mejores persojanes rowlingianos, Alastor "Ojoloco" Moody.
Así que habrá que esperar a ver qué pasa con la franquicia en el quinto episodio fílmico, "Harry Potter y la Orden del Fénix", sobre la novela, para mi gusto, más floja de la serie desde la segunda, tal vez porque pilló a la escritora cansada tras la exuberancia creativa de la cuarta parte. En cualquier caso, y aparte de haber tenido una influencia fundamental en su cuenta corriente, lo cierto es que la saga del pequeño mago ha cambiado la vida de J.K. Rowling... y la de sus descendientes hasta la décima generación, por lo menos.