Enrique Colmena

El estreno de “World Trade Center” pone de moda de nuevo a Oliver Stone, un cineasta más que peculiar, no precisamente excelso, pero con ráfagas de cierto interés. Lo curioso es que la inmensa mayoría de su filmografía gira obsesivamente sobre la historia reciente de Estados Unidos, en especial en aquellos momentos traumáticos que ha vivido la sociedad yanqui durante el último medio siglo.
Sin duda su temática más recurrente ha sido la guerra de Vietnam, que ha tratado desde muy diversos puntos de vista: el propiamente bélico lo tocó en “Platoon”, que le valió varios Oscar y que puso de moda la mirada crítica y desde dentro sobre el interminable conflicto USA en el Extremo Oriente, que provocó una auténtica catarsis a finales de los sesenta y principios de los setenta. Las nefastas consecuencias para los ex combatientes la trató en una de sus mejores películas, “Nacido el 4 de Julio”, sobre la verídica historia de un soldado gravemente herido por el llamado “fuego amigo”, y confinado con ello a una silla de ruedas de por vida, que le valdría a Tom Cruise un amplio reconocimiento por la torturada composición de su personaje. Con “El cielo y la tierra” (ver crítica en CRITICALIA) Stone revisitó Vietnam desde otra perspectiva distinta, la de la relación entre los aborígenes de aquella lacerada tierra y los invasores norteamericanos, en una historia de amor que, obviamente, no podía terminar bien.
Pero no sólo Vietnam está presente en la obra stoneana. Hay otros muchos traumas americanos que contar: por ejemplo, los presidenciales, con la investigación sobre la muerte de John F. Kennedy en “J.F.K. Caso abierto”, con un convincente Kevin Costner como el fiscal Jim Garrison, que se empeñó en descubrir la verdad sobre el magnicidio, uno de los grandes dramas contemporáneos USA; y en “Nixon” (ver crítica en CRITICALIA), Stone puso en pantalla a uno de los hombres más odiados en el último cuarto de siglo (bueno, vale, haciendo abstracción de George W. Bush…), el presidente Richard Nixon, aquel del que un malévolo anuncio de televisión, en la campaña presidencial en la que se enfrentó a Kennedy, lo mostraba con barba desaseada (esto a principios de los sesenta tenía su importancia, no como ahora…) y aspecto de pícaro de poca monta, momento en el que el locutor hacía una pregunta retórica: “¿compraría usted un coche de segunda mano a este hombre?”. Pues en aquella ocasión no se lo compraron, pero en 1968 sí, haciéndolo presidente, y además, para más inri, lo volvieron a elegir en el 72, aunque para la ocasión se valiera de artimañas como el espionaje político detectado por los periodistas Woodward y Bernstein en el Hotel Watergate. Esa última fase de su reinado (ya sabemos, hace tiempo, que los presidentes USA son en la práctica reyes elegidos) es la que toca a fondo Stone en esta biografía más histérica que histórica sobre uno de los personajes más extraños de la vida pública norteamericana, del que resulta totalmente incomprensible que pudiera llegar, y por dos veces, a la más alta magistratura del mundo (sí, ya lo sé, con Bush II ha pasado lo mismo…).
Ha habido otros temas de la Historia reciente de América que Stone no ha dudado en tratar: el movimiento pop, con toda su parafernalia de sexo, drogas y rock’n’roll, lo abordó en profundidad en “The Doors”, la biografía del mítico grupo musical y su líder Jim Morrison. La política exterior USA en el resto de América (ese lugar que los politólogos yanquis llaman “nuestro patio trasero”) la tocó en “Salvador”, donde un reportero norteamericano (un excelente, como siempre, James Woods) era testigo de las barbaridades de la dictadura de la época (incluido el asesinato del arzobispo Oscar Arnulfo Romero) en el país centroamericano, con la connivencia de la CIA. Esa misma política exterior, bien que en otra clave, es la que ha tocado Stone en el díptico documental sobre el dictador cubano Castro, en “Comandante”, muy complaciente con el dinosaurio caribe, y “Looking for Fidel”, bastante más crítico, aunque habrá que decir que sólo lo hizo cuando la opinión pública de su país se le echó encima por el idílico retrato del decano de los autarcas del mundo actual.
Algunas otras películas, sin entrar directamente en hechos históricos USA, están claramente vinculadas con temas recurrentes de la sociedad yanqui: el capitalismo salvaje en “Wall Street”, el fútbol americano y su intramundo político en “Un domingo cualquiera” (ver crítica en CRITICALIA), la violencia extrema y la facilidad para tirar de gatillo en “Asesinos natos” (ver crítica en CRITICALIA) y en “Giro al infierno”… así las cosas, sólo algunos títulos de Stone (“La mano”, “Hablando con la muerte” y “Alejandro Magno”; ver crítica de esta última en CRITICALIA) no tienen nada que ver con la historia de su país… o quizá sí. ¿O no es muy americano el ansia de poder del gran emperador macedonio? Claro que, entre el balbuciente carcamal George W. Bush y el efébico Colin Farrell, media un abismo…