Enrique Colmena

Discurría la ceremonia de los Goya 2007 como estaba más o menos previsto en el guión: Corbacho hacía de las suyas, con chorradas más o menos graciosas, aunque en general bastante divertido y, sobre todo, entretenido (parece que los que ahora le critican se han olvidado ya de los muermos de años anteriores, con otros presentadores y otros guiones insoportables). “El orfanato” llevaba ya una buena tanda de premios, como estaba más o menos cantado; y es que el cine español no podía hacerle un feo a la película que, digámoslo claramente, ha medio salvado el año para nuestro cine: recuérdese que en octubre, antes de estrenarse la película de Juan Antonio Bayona, las cifras del cine español en su propio mercado eran irrisorias, por no decir ridículas.
Las doñas iban de punta en blanco (o en rojo, como la espléndida Belén Rueda, que se quedó compuesta y sin Goya, pero con una dignidad y un señorío mayestático), destacando la elegancia evanescente de una premiada (por fin, a la quinta ocasión, ya era hora…) y tan agradecida Maribel Verdú, y la lujuriante y fastuosa Elsa Pataky, tal vez un punto excesiva. Los hombres, sin embargo, metían la pata con frecuencia, con atuendos (Alberto San Juan, Pepe Viyuela, Eduard Soto, entre otros) que parecían más apropiados para un picnic campestre que para la Noche del Cine Español; en eso los americanos también nos dan vuelta y media: hay que saber estar siempre, y saber dónde se va; no por ser muy progre y muy izquierdista hay que ir a una fiesta de ringorrango como si se fuera el indigente protagonista de “15 días contigo”…
Decía entonces que todo iba más o menos de acuerdo con lo previsto: “El orfanato” llevaba ya siete Goyas, y se aprestaba a rematar la faena con uno de los dos premios mayores, el de Mejor Película (al otro, el de Mejor Director, no optaba, al haber conseguido Bayona ya el de Mejor Director Novel), cuando, tras la relativa sorpresa de que Jaime Rosales se llevara el Goya al Mejor Director, saltaba la mayúscula sorpresa de que también se hacía con el de Mejor Película, hasta el punto de que sus productores dieron un respingo más que visible, seguramente una de las anécdotas más divertidas de la noche, por encima de los chistes de Corbacho.
Así las cosas, “La soledad” se alzó con el título de vencedor moral de la noche, con sus tres estatuillas (a las dos citadas hay que añadir la de Mejor Actor Revelación) aunque “El orfanato” lo haya sido en números, con sus siete Goyas. “Las 13 rosas” ha conseguido un resultado bastante aceptable, con cuatro premios, aunque todos “de pedrea”, y el resto se ha repartido a razón de dos cabezas del pintor por cabeza (perdón por el cuasi palíndromo), que en algunos casos saben a poco (cfr. “REC”, una de las grandes películas españolas del año). El éxito moral de “La soledad” es tanto más extraño cuanto que pasó por las pantallas como la luz a través del cristal, sin dejar mácula; según datos del propio Ministerio de Cultura, fueron poco más de cuarenta y un mil espectadores los que, cuando se estrenó, la vieron en cines en toda España. Lo raro también es que los académicos españoles, que no se caracterizan precisamente por su apoyo al cine arriesgado e innovador (véase la lista de los Goyas desde que se crearon, hace veintidós años), hayan decidido que, esta vez sí, había que premiar a un “outsider”. Quizá haya que buscar el motivo en otras cuestiones más complejas: parece que se daba por bueno que “El orfanato” consiguiera una buena ristra de Goyas, pero siendo cine de género (terror, en este caso), que es como el pariente pobre del cine (en Hollywood también, es cierto), no “molaba” premiarla como Mejor Película, y las otras dos candidatas, “Las 13 rosas” y “Siete mesas (de billar francés)”, tampoco eran ninguna maravilla. Así que, por exclusión, ¿por qué no votar a este rarito, de la misma estirpe de José Luis Guerín, Marc Recha y Joaquim Jordá, y así quedamos como los tíos cultos que no somos? Pues eso…
Coda a modo de estrambote: esta visto que la “troupe” de Animalario siempre tiene que hacer el animal, como su propio nombre indica. Esta vez le tocó a Alberto San Juan y su desafortunado comentario, casi una oración petitoria, para que se disuelva la Conferencia Episcopal. La libertad de expresión es sagrada, pero las ganas de joder por joder, con una estúpida provocación que da munición al adversario, se justificaría sólo si el atolondrado Alberto tuviera quince “tacos”, y no los cuarenta que ya ha cumplido…