Enrique Colmena

El estreno en semanas casi consecutivas de las nuevas versiones de “La huella” y de “La invasión de los ladrones de cuerpos” (en el primer caso con el mismo título, en el segundo con el más simple de “Invasión”) pone de nuevo sobre el tapete el espinoso tema de los “remakes” de los clásicos. Lo cierto es que generalmente este tipo de revisiones no suele tener muy buena prensa, al menos dentro de la crítica. Y no le falta razón, porque se han perpetrado auténticas tropelías, como la nueva versión que de la “Lolita” de Stanley Kubrick hizo Adrian Lyne, el infausto autor de tonterías como “Nueve semanas y media” o “Flashdance”, que ya es arrogancia… Claro que otro autor mucho más exquisito y prestigioso como Gus Van Sant metió la pata hasta el corvejón con su “Psycho”, impersonal copia (porque eso fue, un “fusilamiento” literal) del “Psicosis” de Hitchcock. Hombre, otras versiones actuales de clásicos no han llegado a esos niveles de indigencia, pero tampoco se puede decir que hayan sido obras estimables: véanse los casos de “Tienes un e-mail”, de Nora Ephron (mediocre actualización de la estupenda “El bazar de las sorpresas”, de Lubitsch), “Un crimen perfecto”, de Andrew Davis (versión “cortita con sifón” del cuasi homónimo “Crimen perfecto” del pobre de Hitchcock, siempre tan plagiado), “La verdad sobre Charlie”, de Jonathan Demme (pésima versión de la espléndida “Charada”, de Stanley Donen), “El mensajero del miedo”, también de Demme (muy inferior a la homónima de John Frankenheimer), o “Sabrina (y sus amores)”, de Sydney Pollack (“aggionarmiento” del clásico de Billy Wilder “Sabrina”, aunque yo personalmente no la considero de sus mejores películas). Eso por sólo citar algunos títulos.
Claro que, si somos sinceros, lo cierto es que hay otros casos en los que las segundas versiones han sido tan buenas, o incluso mejores, que las primeras. Véase, por ejemplo, “Ha nacido una estrella”, sobre la que se han hecho tres filmes: el primero, dirigido en 1937 por William Wellman, con Janet Gaynor y Fredric March, era un notable melodrama; pero es que George Cukor lo mejoró en 1954 con la segunda versión, excepcionalmente interpretada por Judy Garland y James Mason; también es cierto que la tercera, firmada en 1976 por Frank Pierson, con Barbra Streisand y Kris Kristofferson, era mala de narices, por no decir otra parte menos visible (no sé si decir también menos noble…) de la anatomía masculina…
Un ejemplo más: en 1931 Lewis Milestone llevó a la pantalla la obra teatral de Ben Hecht y Charles MacArthur “The front page”, con el título de “Un gran reportaje”; era una película interesante, pero en absoluto una obra maestra; gracias a Howard Hawks, que hizo un “remake” en 1940, con el título en España de “Luna nueva” y con Cary Grant y Rossalind Russell como protagonistas, el nivel creció hasta la excelencia absoluta; y aún hubo otra vuelta de tuerca: en 1974 Billy Wilder retoma el tema y hace otra espléndida revisión, “Primera plana”, ahora con la pareja formada por Jack Lemmon y Walter Matthau bordando sus papeles. Es cierto que hubo una cuarta versión, “Interferencias”, rodada en 1988 por Ted Kotcheff, con Burt Reynolds y Kathleen Turner, muy inferior pero de todas formas agradable.
Item más, como se dice en la jerga de los picapleitos: en 1939 Leo McCarey filmó con Irene Dunne y Charles Boyer “Tú y yo”, un hermoso melodrama romántico que, curiosamente, el propio McCarey retomó en 1957 para hacer la versión definitiva, de igual título en España, ahora con Cary Grant y Deborah Kerr en una película inolvidable. Desgraciadamente, la pareja Warren Beatty y Annette Bening dieron en intentar mejorar lo inmejorable en 1994 bajo el título español de “Un asunto de amor”, con dirección del impersonal Glenn Gordon Caron y, como era de prever, la fastidiaron a modo.
Otrosí digo, también a la leguleya manera: Hitchcock hizo en 1934 en su Inglaterra natal, en blanco y negro, “El hombre que sabía demasiado”; años después, en 1956, ya afincado en Estados Unidos, volvió a rehacer la misma historia, con igual título, ya en color y con James Stewart y Doris Day al frente del reparto; aunque la primera versión era buena, la que permanece en la memoria del cinéfilo es, sin duda, la segunda, más madura y serena, una obra mayor que mejora a la que copia.
Otro caso de esta variante de las segundas buenas versiones sería el de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, un clásico del cine de ciencia ficción que dirigió Don Siegel en 1956, convirtiéndose de inmediato en una película de culto. Sin embargo, la nueva versión que en 1978 hizo Philip Kaufman, con el título en España de “La invasión de los ultracuerpos”, mantuvo el tipo vigorosamente y se considera como un modelo ejemplar de actualización de un tema clásico, sin avergonzar al original sino aportando una nueva visión, una variante sobre el mismo asunto.
Así que de esta forma llegamos al dilema atroz: ¿se debe, o no, rehacer los clásicos? Cabe la posibilidad de que esos “remakes” resulten espantosos, como con frecuencia ocurre, pero también que, si se diera por bueno que lo hecho con buen nivel no se puede volver a tocar, no existirían maravillas como “Ha nacido una estrella “, de Cukor, “Tú y yo” (versión 1957), de McCarey, “Luna nueva”, de Hawks, “Primera plana”, de Wilder, o “La invasión de los ultracuerpos”, de Kaufman. Los puristas dirán que no, que no se puede mejorar lo inmejorable; ésa es una postura habitual en la crítica, mayoritariamente partidaria de una visión nihilista y apocalíptica de nuestro tiempo: allá ellos. Yo afirmo, y no por ganas de joder ni de llevar la contraria, que en arte (y el cine lo es, además de espectáculo, cultura, industria y comercio) no hay nada intocable. Que después el resultado sea una bonita bosta de vaca no debe ser óbice para que se intente. Además, si no, de qué nos íbamos a quejar los críticos…