Enrique Colmena

Parece que a Meryl Streep sólo le faltaba un musical en su carrera, y ya lo tiene: el estreno de “Mamma mia!”, la versión al cine del musical de Broadway que pone en escena las canciones del mítico grupo sueco Abba, con una desechable historia/clínex como mínimo armazón sobre el que justificar (más o menos) la inclusión de los temas del grupo escandinavo, nos trae a una diva en plenitud de facultades, interpretando a una mujer bastante más joven que la edad que realmente tiene la gran actriz neoyersina, que frisa los sesenta, cuando su personaje podría estar, como mucho, en poco más de cuarenta.
Pero da igual, porque lo cierto es que la actriz se conserva muy bien (el hecho de que haya podido pasar por el quirófano es irrelevante...), y da razonablemente el pego en cuanto a edad. Hombre, “Mamma mia!” no es, por poner un ejemplo, “Siete novias para siete hermanos” ni “Brigadoon”, ni siquiera “Chitty Chitty, Bang Bang”, pero es un musical, al fin y al cabo, y ese “palo” (por decirlo en términos flamencos...) se le resistía, hasta ahora, a la diva.
Porque cuando la entonces joven Meryl Streep comenzó su carrera en cine y televisión, en la segunda mitad de la década de los setenta, parecía que su destino era convertirse en una gran trágica, y de hecho la mayor parte de su trayectoria ha discurrido por esos derroteros. Su primer gran papel, tras una aparición episódica pero contundente (su escena central fue recibir un puñetazo de Jane Fonda en “Julia”, no me digan que no es contundente...), sería como la esposa alemana, rubia y aria, del judío que las pasará canutas en la entonces famosísima miniserie televisiva “Holocausto”, allá por 1978. Sus posteriores apariciones en “Manhattan”, de Woody Allen, y en “El cazador” (por la que obtendría su primera nominación al Oscar), de Michael Cimino, cimentaron la fama de gran actriz en ciernes, que explotaría definitivamente en 1979 en “Kramer contra Kramer”, de Robert Benton, donde su personaje de esposa que abandona el hogar conyugal, dejando a su hijo de cinco años a cargo del padre del crío, resulta extraordinariamente matizado por una actriz que descubría al mundo su infinita capacidad para sufrir y, lo que es mejor, para transmitir ese sufrimiento sin dejarse un ápice por el camino. Su labor fue reconocida con el primero de los dos Oscar que tiene la diva, aunque en este caso fuera como Actriz de Reparto, a pesar de que su papel era obviamente más que relevante.
Los años ochenta que entonces empezaban puede decirse que fue su mejor época: se suceden éxitos personales en filmes como “La mujer del teniente francés”, “La decisión de Sophie” (donde consigue su segundo Oscar, ahora ya como Actriz Protagonista), “Silkwood” (en la que por primera vez interpreta a una mujer fuerte, comprometida con el movimiento sindical, aunque al final le puede la llorera...), “Enamorarse” (de nuevo con Robert de Niro, con el que ya coincidió en “El cazador”), “Se acabó el pastel” (con otro monstruo sagrado de Hollywood, Jack Nicholson), “Tallo de hierro” (donde se afea considerablemente para interpretar a una marginal de los años de la Depresión) y, sobre todo, “Memorias de África” (con otro de los grandes del Hollywood de la generación de los años sesenta, Robert Redford). En buena parte de ellos lució acento extranjero, expresamente ensayado para la ocasión, lo que le dio fama de trabajadora incansable aunque también de actriz algo petulante, lo que probablemente no dejó de hinchar su ego...
Los años noventa no fueron tan bien: “Postales desde el filo” era una autobiografía de Carrie Fisher de la que no salió bien parada, y su incursión en la comedia negra, en “La muerte os sienta tan bien”, tampoco fue para tirar cohetes, aunque es cierto que, en ambos casos, Streep siempre tuvo buenas críticas. La adaptación del clásico de Isabel Allende “La casa de los espíritus” tampoco consiguió el éxito, así que la ya casi cuarentona Meryl se adentró en el terreno de la aventura y la intriga en “Río salvaje”, donde demostraba su buena forma física. En “Los puentes de Madison” consigue uno de sus más matizados trabajos de los años noventa, una algo ajada ama de casa cuarentona que vive un apasionado romance de sólo unos días con un fotógrafo del National Geographic, un Clint Eastwood ya talludito. Sigue compartiendo cabeceras de reparto con actores consagrados o a punto de hacerlo, como en “La habitación de Marvin”, donde aparece con ¨Diane Keaton y un emergente Leonardo DiCaprio, antes del “boom” de “Titanic”.
Habrá que esperar ya a principios del siglo XXI, en el año 2002, para que vuelva la gran trágica en “Las horas”, donde comparte cabecera de reparto con otras dos notables actrices, algo más jóvenes que ella, Nicole Kidman y Julianne Moore. Con problemas para encontrar buenos papeles para su edad (como todas las actrices cincuentonas), Meryl Streep se refugia durante esta década en varias miniseries televisivas de prestigio, e interviene episódicamente en filmes experimentales como “Prime”, o en productos en los que, ciertamente, no la imaginábamos, como en “Una serie de catastróficas desdichas”, con Jim Carrey. En los últimos años su estrella parece reverdecer, al haber participado en filmes como “El diablo viste de Prada”, en el que está sublime en su papel de redactora-jefe en versión “dominatrix”; “Leones por corderos”, la decepcionante última película de Redford como director, pero donde Streep estaba tan solvente como siempre, y esta “Mamma mia!” que nos da excusa hoy para hablar de esta actriz de muy amplios registros, aunque es cierto que donde da lo mejor de sí es precisamente en los papeles dramáticos, cuanto más trágicos mejor.
Es difícil estar treinta años en la cresta de la ola; de hecho, se podría considerar que, a ratos, la gran Meryl no lo ha estado (parte de los años noventa y primeros años del siglo XXI), pero la culpa no es suya: lo decía Goldie Hawn en “El club de las primeras esposas”: en Hollywood sólo hay tres papeles para mujeres, bombón, fiscal del distrito y “Paseando a Miss Daisy”; y la buena de Meryl se resiste a ser Miss Daisy...