Enrique Colmena

Ahora que ha pasado ya unos días desde que tuvo lugar la ceremonia de entrega de los Goya relativos a 2004, parece llegado el momento de hacer algunas reflexiones más sosegadas sobre los resultados. La ceremonia, como casi todo el mundo ha comentado, fue tan aburrida como de costumbre, aunque al menos fue algo más corta de lo normal. Pero parece que ya estamos instalados en la certeza de que los Goya tienen que ser un peñazo, y lo cierto es que no tendría por qué serlo. Ahí está la gala de los TP, por ejemplo, para confirmar que se puede hacer algo con humor que no suponga vergüenza ajena.
Pero lo importante no fue, por supuesto, esas tres horas de ceremonia con agradecimientos variopintos hasta al kioskero, sino la constatación, como ya se preveía, de que "Mar adentro" iba a funcionar como un "tsunami", arrastrando todo a su paso. Catorce bustos goyescos es un justo reconocimiento a la que entendemos es la mejor película del año del cine español, a años luz del resto de la producción nacional. Sólo hubo algún hueco, minúsculo ante la fuerza del "tsunami" amenabareño, para "El lobo", apañado thriller que bucea en las entrañas del terrorismo etarra y de las cloacas de los servicios secretos, que consiguió un par de Goyas "de pedrea", y el habitual premio para Gil Parrondo, que esta vez se lo llevó "Tiovivo c.1950".
El resto fue un huracán, copando la libre biografía de Ramón Sampedro los seis premios para intérpretes, además de los de película, director, guión, música, fotografía... no le faltó llevarse más que el de mejor documental: ya puestos... Por una vez, y sin que sirva de precedente (es cierto que el año pasado la Academia también dio en la diana con la espléndida "Te doy mis ojos"), los profesionales del cine español han acertado de pleno.
Hubo lamentos por los tres millones de espectadores que ha perdido nuestro cine, pero lo cierto es que, a la vista del material que se ha podido ver este año, habrá que convenir que a lo mejor se ha perdido poco: no parece de recibo que, en una cinematografía como la española, que produce anualmente más de cien películas, sólo haya poco más de media docena, aparte de la indiscutible "Mar adentro", que merezca medianamente la pena. Y que no se diga que es cuestión de publicidad: la última película de Amenábar, sin acción, efectos especiales ni propaganda al nivel del cine de Hollywood, se ha colocado como el tercer filme más taquillero del año en España, con más de dieciocho millones de euros de recaudación. ¿Por qué no lo han hecho otros títulos españoles? ¿No será porque no tenían la suficiente calidad como para estar a la altura de "Mar adentro"? La primera premisa para tener repercusión en taquilla es interesar al público: nadie va al cine simplemente por apoyar al cine español. Al espectador hay que darle historias atractivas, que le enganchen. Si no es así, se dejará cautivar por el bombardeo mediático del cine jolivudense y seguirá asistiendo a petardos vacíos "trade mark" USA.
Quede dicho esto sin, por supuesto, quitar importancia al hecho de que las distribuidoras norteamericanas y sus acólitos copan las mejores salas y las fechas más señaladas, en una estrategia de cuasi monopolio que en otros sitios (Francia, por ejemplo) no consienten. Pero, volvemos a lo mismo: si Amenábar ha plantado cara, con éxito inusitado, a los "blockbusters" americanos, ¿por qué no lo hace el resto del cine español? Es cuestión de calidad, de credibilidad, de emocionar cabalmente, no de historias "epatantes" que más que atraer, repelen al espectador medio. Si se sigue por ese camino, desde luego, mal porvenir tiene nuestro cine. Ya podrá tener todas las subvenciones del mundo (con los lamentables efectos secundarios que todos conocemos: acomodamiento, falta de indagación, síndrome del estómago agradecido, etc.), que se seguirán perdiendo espectadores en una hemorragia sin remedio. Ojalá los creadores españoles, que los hay, y excelentes, sepan conectar con el público. Yo seré el primero en alegrarme (aunque haya por ahí quien crea lo contrario...)