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El cine de espías, como todos los demás géneros o subgéneros, evoluciona con el tiempo, la sociedad y la historia que le toca vivir en cada momento. Así, hay series que carecen de contacto con la realidad, como la de James Bond (más allá de que exista efectivamente el servicio secreto de inteligencia británico, el MI6), que se mantiene a lo largo del tiempo sin grandes variaciones, precisamente por su falta de proximidad con el momento histórico o político en el que se conciben y ruedan.


Pero el otro, el cine de espías que aspira a vincularse a realidades más allá de la exhibición impúdica de gadgets imposibles o de hazañas eróticas dignas de Giacomo Casanova, ha tenido que ir evolucionando sin remedio. Así, se ha pasado del cine que trataba de la Guerra Fría y de la disputa sorda entre Occidente y Oriente (curiosamente quien mejor lo reflejó fue el cine y la televisión británicos, sobre todo con la base literaria de John le Carré: El espía que surgío del frío, Calderero, sastre, soldado, espía, El espía perfecto), que se fue al garete con la caída del Muro de Berlín a principios de los años noventa, a la lucha bastante más patente y explícita entre otros dos bloques, el occidental y el fundamentalista islámico, que tuvo su momento de eclosión a partir del 11-S.


Hay otras líneas nuevas que en la época de la Guerra Fría ni se imaginaban: serían aquellas que hablan de la maldad intrínseca de los servicios de inteligencia, que bajo el manto protector de la seguridad nacional ejecutan crímenes sin nombre, no en beneficio de su país, sino de los intereses bastardamente particulares de los gerifaltes que los dirigen, utilizando en su propio beneficio los medios que la sociedad democrática ha puesto, tal vez cándidamente, en sus manos. En esa línea hay películas que incluso han generado interesantes franquicias, como la del agente secreto Bourne, que llega con ésta a su cuarta entrega, en este caso ya sin su estrella rutilante al frente, Matt Damon, quizá cansado de rodajes con tanto estrés y tanta violencia (aunque la mayor parte de ésta se la carguen sus dobles, obviously), sustituido para la ocasión por Jeremy Renner, bastante menos estrella y sobre el que comentaremos más adelante.


En síntesis, la saga de Bourne trata de un agente secreto al que la agencia de inteligencia de turno (con más mala leche que la CIA y la Gestapo juntas...) decide eliminar por razones estratégicas, en principio borrándole la memoria, la que lógicamente volverá a surgir episódicamente para que el protagonista pueda lucir sus aptitudes para la lucha física y su notable capacidad mental. Aquí, una vez fuera de pantalla el Bourne titular, será otro agente de ese mismo proyecto ultrasecreto el que deberá ser eliminado, a causa de una concatenación de circunstancias que hacen que ese proyecto (y todos cuantos hubieran trabajado en él –menos los jefes que ordenan la masacre, desde luego...--) tenga que ser eliminado de raíz como si nunca hubiera existido. El agente, por supuesto, no se dejará matar tan fácilmente, y emprende la búsqueda de la científica que puede devolverle el equilibrio químico necesario para seguir siendo un superhéroe sin leotardos.


Lo cierto es que el resultado, ya sin Damon, sigue siendo aceptable: se mantiene con convicción la denuncia soterrada de esos servicios secretos que conciben la seguridad nacional como un comodín que sirve para todo, en especial si cuadra con sus conveniencias personales. También es, por supuesto, un potente artefacto de cine de acción, con algunas escenas especialmente memorables, como toda la persecución final en moto, una dosis de adrenalina en vena para el espectador, con un montaje en planos de corta duración que, sin embargo, en contra de lo que ahora es habitual, permite seguir la secuencia sin el atropellamiento acostumbrado en estos casos: velocidad y vértigo visibles, qué milagro...


Esa escena, que roza la perfección técnica y que consigue su objetivo (mantener al espectador en un puño durante veinte minutos), refleja con claridad lo que supone este nuevo filme de la saga, una interesante continuación, que mantiene intactas las intenciones del serial inicial: denuncia y acción a raudales, sin tomar el tupé al público. El director, Tony Gilroy, que fue guionista de los anteriores segmentos de la saga, demuestra aquí que además de escribir guiones sabe ponerlos en escena con empaque. Es cierto que preferimos al cineasta más arriesgado de la notable Michael Clayton, pero tampoco hay que despreciar este digno empeño de corte comercial.


En cuanto a los intérpretes, llama la atención la persistencia con la que el cine yanqui nos presenta a Jeremy Renner como héroe de cine de acción: recuérdense títulos como En tierra hostil o Los vengadores, en las que el actor mostraba sus aptitudes para el género. Sin embargo, lo cierto es que generalmente el héroe de este tipo de cine suele ser guapo y aerodinámico, y la cara gordezuela de Renner no cumple ni una ni otra condición. Quizá haya que entenderlo en clave positiva: a lo mejor ahora los héroes ya no tienen que tener el rostro apolíneo de Christopher Reeve ni los músculos de Chris Hemsworth. Quizá estemos ante el nacimiento del héroe con el aspecto del vecino de al lado: sería un avance, sin duda...


En el resto del reparto llama la atención una Rachel Weisz que se pasa tres pueblos en el histerismo de su personaje. Edward Norton vuelve a interpretar un papel secundario, cosa que últimamente se está convirtiendo en algo más o menos habitual, sin duda también extraño en una estrella de su rango; ciertamente eso le facilita hacer otros personajes con matices a los que no podría aspirar si sólo hiciera protagonistas.


(04-09-2012)


 


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135'

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El legado de Bourne - by , Mar 27, 2022
2 / 5 stars
El héroe regordete