Pelicula:

El crítico acomodaticio, o rutinario, despacharía este filme con los correspondientes tópicos: una dosis generosa de clichés, una pizca de ironía, unas gotas de menosprecio y ya tenemos la crítica lista. Pues no: no es que esta primera parte de la cuarta entrega de la serie Crepúsculo sea para tirar cohetes; en buena medida es tan endeble como el resto de la saga. Pero no se puede despachar sin más esta nueva entrega, cuando, aunque sea a ráfagas, se aprecia que está Bill Condon a los mandos.


Veamos: Condon es director de filmes tan exquisitos como Dioses y monstruos, Kinsey y Dreamgirls; la razón por la que ha aceptado hacer esta cuarta parte (el segundo segmento también se lo han adjudicado a él) es un enigma, más allá de las declaraciones amables y voluntariosas que ha realizado “ad hoc”. Pero lo cierto es que, aunque con frecuencia la inanidad de los textos originales de Stephenie Meyer hacen que la película resulte insufrible (esos preparativos de boda, el himeneo mismo, que podría causar un coma por hiperglucemia hasta a los no diabéticos…), hay otra parte del filme que resulta extraño dentro del tono pastelero y feble del resto de la saga.


Así, todo el tramo que va desde el descubrimiento del embarazo de Bella, la protagonista, hasta el parto (bueno, cesárea), está recorrido por un tono sombrío que en nada casa con el aturdimiento adolescente del resto de la serie. De esta forma, asistimos a una especie de “remake” libérrimo de Estoy vivo, un viejo pero estupendo thriller de terror de Larry Cohen (que nunca más llegó a brillar como en aquel producto de serie Z); el bebé en las entrañas de Bella se está comiendo, casi literalmente, a su madre: se habla del nasciturus llamándole cosa, monstruo y otras maldades, y la futura madre decae a ojos vistas: está en los huesos, y la infografía permite asistir a la agonía, lenta pero inexorable, de una mujer bajo la influencia de tener en su interior algo que no es humano, aunque tampoco vampiro; quizá no sea una cosa ni la otra, quizá ambas a la vez.


Ese segmento del filme es, de largo, de lo mejor de toda la saga, con una metafórica oscuridad que ensombrece el habitual tono edulcorado del resto: aquí hay una criatura desconocida que se alimenta de su madre y la aboca, salvo milagro (qué raro suena esta palabra refiriéndose a vampiros…), a una muerte segura. Ése es el Bill Condon que admiramos; el resto es presión de la producción para hacer lo que se pretende, reventar taquillas con las miradas lánguidas de los tortolitos, la boda como de revista ¡Hola!, la noche de bodas, la luna de miel en una paradisíaca isla en Brasil… En fin, lo que se pretendía: llenar las arcas.


Los actores hacen lo que les mandan: Pattinson sigue con sus caritas de cordero degollado (y con la cara empolvada, es cierto); Stewart sigue siendo igual de sosa (no sé si eso se lo piden los productores o viene de fábrica…); Lautner sigue marcando pectorales y abdominales: lo podía fichar como imagen alguna marca de fitness


No deja de ser curioso que, siendo la autora literaria, Stephenie Meyer, una ferviente mormona, sin embargo ni en las novelas, pero tampoco en las películas, se plantee seriamente la posibilidad de que los tres protagonistas, los dos chicos y la chica, los dos primeros profundamente enamorados de la joven, pudieran establecer una relación de convivencia a tres. ¿No son los mormones defensores –más o menos sotto voce-- de la poligamia? ¡Ah, claro, poligamia, pero no poliandria! Hasta ahí podíamos llegar…



Dirigida por

Género

Nacionalidad

Duración

117'

Año de producción

Trailer

La saga Crepúsculo: Amanecer - Parte 1 - by , Oct 09, 2017
2 / 5 stars
Sí, pero no