Pelicula:

Me niego a entrar en el debate sobre la eutanasia que parece haber propiciado este hermoso filme. Y me niego porque parece que lo importante no es la extraordinaria calidad de la nueva película de Amenábar, sino el tema que comporta. Y no es que no tenga mi opinión al respecto, pero creo que hay que hablar de lo que toca hablar. Y en este caso, de lo que toca hablar es de la maravillosa, lánguida y bella historia que subyace en esta minimalista obra de un cineasta prodigioso, que con veinticuatro años demostró su sorprendente talento en la intrigante Tesis, confirmado después por la alucinada Abre los ojos, para continuar después, previa fascinación del entonces matrimonio Cruise-Kidman, con el portentoso thriller de terror Los otros.


Ahora, con apenas treinta y dos años, es capaz de hacer una obra que entra de lleno en la maestría absoluta, algo que uno imagina reservado a los grandes talentos ya veteranos, dominadores de todos los secretos del cine. Pero el joven Alejandro nos muestra su genio a lo largo de estas dos emocionantes, cadenciosas horas de buen cine, con escenas absolutamente deslumbrantes como la descripción del accidente que dejó tetrapléjico al protagonista, una escena realizada con un sentido pura, genuinamente cinematográfico, de tal forma que ninguna otra de las artes, bellas o no, sería capaz de describir, desde la emoción y desde la capacidad de conmover, un momento tan trágico y que marcaría el resto de la existencia de este hombre que consideraba que la vida es un derecho, pero no una obligación.


Y esa relación amorosa absolutamente imposible entre el hombre postrado en la cama, sin más vida que la que reside en su cabeza, y la abogada aquejada de una enfermedad degenerativa incurable... Es difícil encontrar una pareja romántica tan atípica, pero aún más complicado es encontrar a alguien que, como Amenábar, sepa dar esa relación con tan pocos elementos: leves miradas, alguna palabra como una carga de profundidad, ese roce de la chica en la cara de él, cuando el tetrapléjico le recuerda que no puede sentir sus caricias en la mano: puro cine, puro sentimiento sin subrayar, que va desnudo al corazón antes que a otras vísceras más conformistas.


Y qué decir, entonces, de la interpretación: Javier Bardem, gracias también por supuesto al perfecto maquillaje, es el mejor Ramón Sampedro imaginable, un hombre que no quiere el sucedáneo de vida que le ha tocado vivir, y que en algunos momentos de su insoportable dolor espiritual recuerda a otro "tronco" humano inolvidable, el que componía Timothy Bottoms en la memorable Johnny cogió su fusil, con la que la película de Amenábar tiene más de un punto de contacto.


Belén Rueda, que ya había demostrado ser una segura actriz televisiva, aquí está irreconocible en su capacidad para transmitir emociones, con un amplio repertorio que va desde el humor inteligente hasta el más inaguantable dolor, físico y psíquico. Los secundarios, magníficos, confirman que el cineasta español es también un gran director de actores. No podemos terminar sin una alusión a la música, una partitura plena de sentimientos, triste pero a la vez vitalista, que parece rememorar una de las frases lapidarias del personaje biografiado: morir para vivir.


Mar adentro - by , Feb 07, 2020
5 / 5 stars
Morir para vivir