Pelicula:

La sociedad mercantil sevillana “Sur Films” estuvo formada por miembros pertenecientes a las familias Medina, Llosent, Ybarra y de la Torre. Sus intenciones al filmar Misterio en la marisma fueron llevar al cine una Andalucía donde estuviera representada la vida cotidiana del campo andaluz; la película camina por derroteros de diferente género y los personajes responden a burgueses y aristócratas cruzando planes a la par sentimentales y económicos. Sin duda, la elección del Coto de Doñana como paisaje natural era cuestión inédita en películas de ficción.

El argumento original de Claudio de la Torre comienza mostrando una suntuosa mansión donde vive la condesa Vera, así como otra bien distinta donde un quinteto musical femenino ensaya con Arlette, su profesora. Por su parte, Carlos y José Luis Almenares, padre e hijo respectivamente, pueden presumir de ser las mejores escopetas en el arte cinegético, como así se les reconoce en el Tiro de Pichón. El paisaje de la marisma se muestra con detalle tanto en su fauna salvaje como en la flora de desiertos, playas y praderas; el paseo a pie o a caballo se combina con la caza del ciervo y otros alicientes sorprendentes para propios y extraños. El robo de un collar de la caja fuerte desencadena una situación comprometida para unos y otros. La conversación entre Carlos y la condesa, con ocasión de un cuadro familiar, aclara para el espectador el común origen de una y otra familia y los sucesos desarrollados un siglo antes.

La aparentemente complicada trama de Misterio en la marisma, dirigida por Claudio de la Torre, utiliza un cruce de géneros donde el tono misterioso y fantasmal se da la mano con el policiaco, y éste con el documental cuyo ámbito natural es la marisma. La alta comedia se manifiesta en la actuación de unos personajes, burgueses y aristócratas, de lenguaje sofisticado y smoking habitual. El misterio del título se refiere tanto a las características del parque, donde el animal salvaje, desde el camello al jabalí y desde el ciervo al toro, vive en su entorno natural, como al misterioso robo del collar que marca negativamente la felicidad buscada por anfitriones e invitados en el entorno de una naturaleza paradisíaca.

Los recursos técnicos manejados hablan bien tanto de la fotografía de Ted Pahle como de los decorados de Antonio Simont. El montaje de determinadas secuencias demuestra que Claudio de la Torre concebía la producción con un dinamismo que el guion sólo podía esbozar. En tal sentido, la presentación de los dominios de los Almenares se hace con la repetitiva presencia de diversos criados que, desde posicionamientos y parajes distintos, aluden al carácter de la propiedad y de sus dueños; de otra parte, la caza del ciervo por parte de lebreles y podencos se muestra mediante un largo travelling que se recrea tanto en las posibilidades de la misma como en las habilidades de los cazadores.

La música adquiere un carácter que supera lo complementario; la orquestina femenina, las diversas canciones de Arlette, contrastan, como signo de elegante y sofisticada modernidad en la época, con el baile flamenco que, más allá de las corales sevillanas al uso, presentan a una jovencísima Lola Flores, acaso en uno de sus primeros papeles cinematográficos, junto a Terremoto, el niño que luce sus artes taconeando sobre una mesa. Otra diferente secuencia, situada a pleno día, nos permite oír la voz de Arlette, vocalista única en una orquesta profesional mientras se suceden diversas escenas propias del lugar donde actúan los personajes. La imagen de la cantante se mueve al ritmo de la canción y la letra de ésta nos informa de ciertos paralelismos entre la naturaleza y la vida, precisamente, cuando “el sol, dominando el cielo, va marcando mi camino”.

Las escenas de sociedad, ambientadas por la música, dan paso a la comicidad de una secuencia donde Arlette y Rigalt, circulando en automóvil por el coto, soportan la avería del vehículo, la embestida del jabalí y la palabrería insolvente de Juan, “el gordo”; todos acaban en el palacio, cansados y sedientos, aunque, afortunadamente, pudiendo contar la aventura.

En el cuadro de cuatro personajes, dos a dos actúan y funcionan antitéticamente. Vera, la condesa, y José Luis, representan la pareja blanca en quienes, resuelto el enigma y la confusión, la vida está dispuesta a sonreírles desde una desahogada posición social; Arlette y Max, por el contrario, simbolizan la mala suerte, el ser víctimas de sí mismos acaso por querer situarse en un estatus social que el mundo no está dispuesto a permitirles.

La interpretación de Josefina de la Torre, como Arlette, funciona en dos niveles distintos: de una parte, como la cantante profesional, agraciada de imagen y voz; de otra, la mujer condicionada por las exigencias de un hombre cuyas aspiraciones no van más allá de cualquier ladrón de guante blanco.


Misterio en la marisma - by , Jul 03, 2017
3 / 5 stars
Misterios varios en la marisma única