Pelicula: Esta película se pudo ver en la Sección Las Nuevas Olas del Sevilla Festival de Cine de 2013 (SEFF’13).

Otto Muehl fue un artista (experimentó en pintura y cine, entre otras disciplinas) que, sin embargo, pasará a la Historia no por su arte (más bien discutible, me temo), sino por haber creado la comuna de Fiedrichshof, en Austria, una entidad que se basaba en los principios de propiedad comunitaria, sexo libre y ausencia de familia nuclear. Ese ente, que duró casi veinte años, terminaría abruptamente cuando su creador, Muehl, fue acusado y encontrado culpable de los delitos de abuso sexual con menores y de tráfico de drogas, por los que fue condenado a siete años de prisión.

Con esta historia verídica hace Paul-Julien Robert su primera película como director, con la peculiaridad de que él mismo fue uno de los niños nacidos en aquella comuna y nos cuenta, treinta años después, cómo fue su experiencia y qué ocurría allí, desde su punto de vista tan especial: niño, sin madre (que tenía que trabajar fuera durante meses para dar de comer a la comuna), sin padre, al cuidado de un montón de adultos sin lazos de sangre ni afectivos.

Robert plantea su filme mediante dos fórmulas que se van entrelazando; por un lado nos presenta diversas entrevistas que él mismo realiza a gente que estuvo en la comuna, empezando por su propia madre y siguiendo por sus posibles padres, uno de los cuales se certificó, décadas más tarde, como el progenitor biológico real del muchacho; también otros integrantes adultos de la comuna, así como otros niños que pasaron por las mismas experiencias que él son entrevistados; por otro, el filme se enriquece (no sé si la expresión es la correcta, dado el contenido…) con grabaciones realizadas en VHS en los años de autos, como diría un jurista: Otto Muehl tenía la costumbre de grabar las actividades de la comuna, sobre todo las que él llamaba “exposiciones”, que no eran sino “performances” que los comuneros debían realizar para solaz de los demás, a las órdenes de la autoridad de la institución: el propio Muehl, por supuesto.

El director, con inteligencia, nos plantea una primera parte en la que se nos va desgranando lo que en teoría era Friedrichshof: un lugar donde se ha abolido la propiedad privada, donde se puede gozar del sexo con quien se quiera, donde las cargas familiares han pasado a la historia, donde no hay penurias ni necesidades, donde no hay que trabajar para comer, vestirse y tener un techo; una suerte de paraíso sobre la Tierra.

Pero, paulatinamente, Robert va introduciendo los elementos cada vez más negativos de aquella experiencia: la autoridad dictatorial y arbitraria de Muehl; la pérdida del nexo afectivo familiar; las humillaciones públicas a las que eran sometidos aquellos que ponían la más mínima pega a lo establecido, o simplemente no eran del agrado del líder; finalmente, el sexo con menores, en ceremonias de iniciación obligatorias.

Tengo para mí que Muehl, antes que artista (los lienzos que vemos en la película, pintados por él, podría haberlos hecho un mono con una brocha…), era un pícaro, un cara, como decimos en mi tierra, un hombre investido de una rara capacidad persuasoria (magnetismo, le dirían algunos), que supo seducir a un creciente grupo de personas, atraídas por lo idílico de su planteamiento, con el único fin de tener sexo con quien quisiera en el momento que le pluguiera y de tener a su merced a un gran número de individuos sometidos a su voluble capricho. En una de las reveladoras videocasetes que grabó lo dice llanamente: cuando me divorcié, me llevé a un piso a un grupito de personas; no quería estar solo; y lo primero que pensé es, tengo que satisfacer mi placer, porque si yo no procuro mi placer, quién lo va a hacer; la cita no es exacta, su espíritu sí.

Como documento de un experimento, My fathers, my mother and me es notable; como cine también: la gradación en la intensidad de las felonías que aquel carismático canalla infligió a la población que, irresponsablemente, se había puesto en sus manos, alcanza momentos casi insoportables; y lo curioso del caso es que son esas VHS grabadas por la gente de Muehl las que resultan más demoledoras, esas “exposiciones” obligadas por el gran dictador (perdón por la alusión, tan cinematográfica, pero tan venida a cuento) las que tienen una mayor fuerza, una mayor capacidad de convicción para que conozcamos la realidad de aquel supuesto nuevo paraíso.

Con todo, Robert es tan listo que ni siquiera cierra el filme con una feroz invectiva contra el felón, sino que se limita a dejar abierta la puerta para que sea el espectador el que decida cuál es su opinión, su figurada sentencia sobre este asunto. Ciertamente, hay que convenir en que el director, al que tanto le costó superar aquella etapa de doce años de la comuna en la que no tenía capacidad para decidir nada, ha conseguido liberarse de sus traumas.

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93'

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My fathers, my mother and me - by , Nov 13, 2013
4 / 5 stars
Paraíso o infierno