Niño Nadie

Diez años después de su última incursión cinematográfica (con el paréntesis televisivo de la serie Celia, sobre las novelas de Elena Fortún), vuelve Borau por donde solía, pero, con más valor que el Guerra, lo hace con una película a contra corriente de lo que se lleva y, lo que es peor, lamentablemente fallida. Porque su intento de narrarnos una historia en torno a la búsqueda del sentido de la vida de un pánfilo que sigue la senda de un pensador sin oficio ni beneficio, se queda siempre a medias entre la reflexión filosófica meramente retórica y la comedia semisurrealista, en una mixtura cuando menos chocante.

El resultado no termina de cuajar, y no gusta ni a tirios ni a troyanos. De ahí su espectacular batacazo comercial, que tanto lamentamos por Borau, uno de los grandes del cine español que no se merece ese trato del público. Pero, ciertamente, algo debería haber puesto él de su parte, y Niño Nadie puede que sea, efectivamente, la película que Borau quería hacer, pero nos tememos que no es el filme que el espectador hodierno desea contemplar. Y en ese desencuentro el que lleva las de perder, como así ha sido, es este cineasta ejemplar cuya vida y obra daría, seguramente, para una película (ésta sí) realmente memorable...