Ridicule

El título de este texto es un retruécano, así que no sería bien visto en el Versalles que recrea la película, pero conviene al sentido de la nueva obra de Patrice Leconte, un filme de época situado pocos años antes de que la Historia, con mayúsculas, mandara al carajo, con minúsculas, a la recua de mamones que componía la nobleza de finales del siglo XVIII.

Leconte duda con frecuencia entre, por un lado, la denuncia de las miserias de una plebe olvidada por sus autoridades, entregadas con fruición a desplegar un ingenio viperino antes que a remediar el mal de sus súbditos, y por otro, el triángulo romántico entre el protagonista, un pánfilo ilustrado que busca en la Corte el bienestar de su gente, una aristócrata bella y felona y una chica con aficiones científicas.

No termina de encontrar el director el punto, demediado entre las dos historias y las agudezas verbales de los cortesanos. Su mejor arma, el melancólico romanticismo que brilló con fuerza en El marido de la peluquera y, en menor medida, en El perfume de Yvonne, queda aquí reducido a un palimpsesto de Las amistades peligrosas.

Aun así, es un filme de enjundia, tal vez no redondo, pero que, sobre todo en su segunda mitad, encuentra su sentido en la lucha de un filántropo por vencer a la corrupta sociedad que le tocó vivir.